De estructuras de Estado, las mentales

Es propio de los tiempos de cambios acelerados que la confusión reine en todas partes. Confusiones inevitables derivadas del cambio de coordenadas que hasta ahora nos habían orientado, pero sobre todo confusiones provocadas intencionadamente por quienes creen que negando la realidad se ahorrarán la mudanza. Tiempo, también, de grandes esperanzas -y de algunas euforias excesivas-, al tiempo de una avalancha de intimidaciones miserables, como Aznar con lo «atenerse a las consecuencias», o de chantajes emocionales tragicómicos, como Bono, que , dice, preferiría morir antes de ver una España rota.

Hay que hacerse cargo: Cataluña se puede pensar soberana sin muchas dificultades, mientras España se siente amputada y fracasada en su histórico proyecto asimilador. La emancipación de Cataluña es un desaire a la vieja España posesiva. La independencia, sí, fragmenta España, no la sociedad catalana. Cataluña no se cierra, sino que se abre al mundo global. En cambio, España se contrae en tiempos de mundialización, y se resentirá. Es España, por tanto, quien tiene que hacer el duelo por la pérdida de Cataluña, y no le será nada fácil. El duelo siempre empieza negando la realidad, sublevándose ella, para luego pasar a experimentar el vacío, y sólo termina cuando se acepta positivamente la nueva situación. Sería poco inteligente y nada misericordioso no ser sensibles al sufrimiento español.

Pero las confusiones que más hay que evitar son las de dentro. Ni las amenazas agresivas ni los chantajes melancólicos no son nada al lado de la ansiedad que viviremos muchos catalanes ante las nuevas responsabilidades asociadas a los grandes desafíos que se avecinan. ¿Qué son, si no muestras de vértigo, la mayor parte de condiciones que ponemos a la independencia para, inconscientemente, sabotearla? ¿Qué es, si no un intento de desestabilizar el soberanismo, acusarle de creerse que en un cerrar de ojos todo será posible, cuando es quien mejor sabe si ha sido de largo y empinado el camino hasta llegar donde estamos? Y, de verdad, ¿alguien cree que la sociedad civil comprometida con la independencia no piensa y trabaja con rigor en los desafíos internacionales, los costes económicos, los retos jurídicos y, incluso, las emociones de la empresa?

Aprender a pensar desde la independencia no es nada fácil. Es cierto, como dice el presidente Artur Mas, que es necesario disponer de estructuras de Estado. Pero la principal estructura de Estado que se necesita es la mental. Tanto es así que incluso disponiendo de todas las demás es la falta de esta última la que podría hacer fracasar todo el proceso en el último minuto, como ya les pasó en Quebec. Las amenazas que llegan sólo dan miedo si no se dispone de una estructura mental de Estado propio. Por eso hay que aprender a volver el argumento de la amenaza hacia quien la realiza. ¿Que es tiempo de unidad en Europa y no de fragmentaciones? ¿Pues cómo es que España no renuncia a su independencia y se resiste a aceptar el rescate que hace meses que se le ofrece y necesita? ¿No es tiempo de poner fronteras y aduanas con Castellón, la Franja y Baleares, o que no se puede sobrevivir fuera de Europa?¿Pues quién es el que nos impondría estas fronteras, o quién nos dice que nos dejaría fuera del euro? ¡Sí: es este mismo Estado que en un mundo sin fronteras impide, dentro de la España aún autonómica, que la señal de TV3 llegue al País Valenciano!

Es hora combatir activamente el pensamiento autonómico, que es la estructura mental desde la que hemos sido dominados los últimos treinta años. De la misma manera que hicimos combatir el franquismo sociológico , ahora toca limpiarnos del autonomismo mental que pone arena en los delicados engranajes de la soberanía real que estamos a punto de construir.

 

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