Aliados internacionales

Corre la voz de que el primer ministro escocés, Alex Salmond, no quiere dejarse ver por Cataluña de ninguna manera. La razón es muy sencilla: cree que asociar la causa escocesa con las reivindicaciones catalanas podría perjudicar el proceso soberanista que promueve desde que llegó al poder. Los nacionalistas escoceses no quieren despertar la fiera española, no sea que, preventivamente, la furia rojigualda se opusiera en el ámbito de la UE a lo que pudieran pactar los gobiernos de Londres y Edimburgo en relación al estatus de Escocia internamiento y en Europa. Salmond hace bien, porque la prioridad de cualquier soberanista es defender los intereses de la causa propia, independientemente de que el mundo haya casos parecidos al suyo y que se pueda ser más o menos solidario. El arte de la política es éste, precisamente. Hay que saber elegir qué hacer en cada momento y con quién hacerlo.

 

A la causa catalana le faltan aliados internacionales. Y no me refiero a unos aliados cualesquiera. Quiero decir aliados de peso. De esos que son determinantes en el concierto internacional. Y en la UE, hoy Alemania es el estado más determinante de todos. Hay que ir a convencer a los alemanes que la voluntad soberanista de Cataluña no es ninguna amenaza para Europa sin pisar el callo. Para entendernos: es más importante tener aliados en Berlín que en Múnich, aunque Baviera también reivindique, como nosotros, un mejor trato fiscal. Cataluña no es un islote solitario. De momento, al menos a los ojos de Europa, somos una región autónoma española muy endeudada que puede crear dificultades a la recuperación económica española. La cosa es así, nos guste o no. Hay que hacerles cambiar de opinión, pues, y contrarrestar con argumentos sólidos lo que determinada prensa extranjera -especialmente anglosajona y francesa- airea como si fuera una verdad absoluta: las demandas fiscales de Cataluña son una mera obsesión nacionalista catalana sin fundamento.

 

El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, se refirió por primera vez a la posibilidad de que la causa catalana pudiera resolverse desde una perspectiva internacional. Eso está bien, y es un paso adelante inaudito -que de todas formas proviene de un portugués, que saben más historia española que los centroeuropeos-, pero de momento es una mera respuesta formal a una interpelación de una eurodiputada de la Liga Norte. Hay que trabajar mucho para conseguir que la troika europea se ponga a nuestro favor sin atender a los embates y los desmentidos del gobierno español, sea del color que sea, que en esto ya sabemos todos que socialistas y populares se hermanan. Para el PP y el PSOE, España está por encima de las diferencias ideológicas, lo que no les criticaré en absoluto. Más bien envidio esa capacidad de los españoles de crear un consenso nacional transversal en torno a la idea de la nación española y, además, hacerlo como si no fueran nacionalistas. España está movilizada contra las aspiraciones soberanistas de vascos y catalanes, al igual que los ingleses luchan como pueden contra el soberanismo escocés. Y no se engañen, los unos y los otros harán lo necesario para abortar las mismas.

 

Cuando el viento sopla a favor no hay peligro. Cuando el viento sopla en contra, sin embargo, la cosa se complica. Cataluña atraviesa una de las situaciones más críticas, sobre todo porque el fracaso del autonomismo es resultado de haber querido construir un semiestado exageradamente costoso sin los mecanismos políticos y económicos para garantizar su viabilidad en tiempos de crisis. Además, internacionalmente hemos pasado de ser uno de los cuatro motores de Europa, aquella asociación regional constituida el 9 de septiembre de 1988 por Baden-Württemberg (Alemania), Cataluña, Lombardía (Italia) y Ródano-Alpes (Francia), a convertirse en una rémora para Europa, dado el fuerte déficit público catalán -incrementado exageradamente por el jacobinismo del segundo tripartito-, que se suma al español, también muy exagerado tras la nefasta gestión de Rodríguez Zapatero. En fin, necesitamos rehacernos y rehacer las estrategias de internacionalización. Quizás las mal llamadas embajadas habrían podido hacer algo más de trabajo en este sentido, ¿verdad? Al menos así las críticas que reciben de los españoles estarían justificadas.

 

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