Agustí Colomines I Companys

Niall Ferguson es un historiador escocés, nacido en Glasgow hace 48 años, que enseña historia internacional comparada en Harvard. Tiene una proyección mediática increíble, entre otras cosas porque ha entendido cuál puede ser la función de las TIC en la enseñanza y en la divulgación de todo tipo de teorías y debates. Basta con acceder a su web (http://ves.cat/bjje) para darse cuenta de la habilidad de este profesor que el año pasado impulsó la creación, junto con otros académicos conservadores, del New College of the Humanities, una institución privada de enseñanza con sede en Londres. Será por eso que a veces cuando se habla de él, como hace el articulista William Skidelsky, no sólo destacan la valía de este interesante y provocador profesor, sino también la manera de presentarse en sociedad: «Mi primer pensamiento al encontrarme con Niall Ferguson es que tiene una apariencia demasiado elegante para ser un académico » (The Observer, 20/2/11). Un comentario que, todo sea dicho, no es precisamente amable con los académicos. Pero esta es otra cuestión.

 

En todo caso, lo que es relevante es que este impetuoso historiador ha sabido ser un hombre de su tiempo en cuanto al uso de las tecnologías y de las formas audiovisuales, como antes lo habían sido historiadores tan eminentes como el francés George Duby (1919 -1996), que en 1980 adaptó ‘Tiempo de las catedrales’ para la TV francesa y en 1985 incluso se convirtió en presidente de la SEPT, un cadena de televisión francesa de carácter cultural, o bien el británico Simon Schama (1945), de tendencia contraria a la de Ferguson, dado que es laborista, y que en 1995 escribió y presentó en la BBC una serie titulada, como su voluminoso libro, ‘Landscape and Memory’, y en 2006 volvió por la serie «Simon Schama’s power of Art», entre otras muchas contribuciones a los medios de comunicación. Para mí, estos historiadores no son otra cosa que innovadores-emprendedores, por decirlo en términos empresariales -en la forma de presentar sus narrativas, sin que ello quiera decir que tengas que estar de acuerdo con ellos a la fuerza. El contenido de la forma también cuenta, como dice el título de un famoso ensayo historiográfico sobre el narrativismo histórico del filósofo e historiador estadounidense Hyden White (1928).

 

Ferguson ha escrito un montón de libros y ha participado, ciertamente, en la elaboración de documentales de todo tipo. Además, en mayo de 2010, Michael Gove, secretario de Educación del gobierno de coalición entre los conservadores y los liberaldemócratas británicos, anunció que había invitado a Ferguson a asesorar al gobierno sobre el desarrollo de un renovado programa docente de historia -«la historia como una narración relacionada»- para el nuevo plan de estudios que se quiere aplicar en las escuelas de Inglaterra y Gales. El revuelo ha sido mayúsculo, porque la perspectiva que defiende Ferguson, sobre todo con relación al pasado colonial británico y los «beneficios» del imperialismo, es bastante polémica. Es una mirada conservadora, algo angustiada por el futuro de Gran Bretaña y del mundo occidental en general, que arranca, entre otras cosas, del fracaso del modelo multiculturalista y de los estudios postcoloniales que han dominado la academia anglosajona (y más allá) en las últimas décadas. Ferguson, aunque le cuesta reconocerlo, se ha escorado hacia la derecha desde su sugerente y crítico libro sobre el imperialismo estadounidense, ‘American Colossus’ (2004, existe una traducción castellana publicada en 2005 por la Editorial Debate), hasta el que sacó el año pasado, ‘Civilization: The West and the Rest’ -del que ahora ha aparecido la versión en castellano también en Debate-, y que es una exaltación de los beneficios civilizadores del colonialismo.

 

La aparición de este último libro fue acompañada del estreno en Channel 4 de una serie documental de seis partes. Como reconoce el propio Ferguson, escribió este libro pensando en sus hijos (tiene tres, dos chicos y una chica, que van desde 11 a 17): «El libro -dice- está diseñado en parte para que un chico de 17 años pueda entender una historia tan compleja», lo que liga con el encargo que le hizo su amigo y secretario de Educación, Michael Gove. Para explicar un fenómeno que Eric L. Jones ya abordó en ‘The European Miracle’ (1971, traducido al castellano por Alianza en 1994) -cómo se construyó la hegemonía europea, por encima de Asia, a partir del entorno medioambiental, la economía y la geopolítica-, Ferguson hace un razonamiento que se asemeja al de Jones: Europa logró la hazaña de desarrollar un progreso que finalmente condujo a un pujante capitalismo, al Estado de derecho y a la democracia. Ferguson lo hace a partir de una metáfora inesperada en el mundo digital de los móviles. El ascenso de Occidente, sostiene, se basa en seis atributos que él denomina las «Apps asesinas»: la competencia, la ciencia, la democracia, la medicina, el consumismo y la ética del trabajo. Cada capítulo del libro (y cada episodio de la serie de TV) se propone explorar cómo fue posible que los estados occidentales tuvieran una de estas «Apps» mientras que otras naciones de todo el planeta no lograron adquirirlas. A partir de esta manera de entender la civilización occidental es de donde nace la teoría optimista de Ferguson del mundo occidental y la exaltación del colonialismo como forma de civilización.

 

«Estamos en la era del intelectual tabloide», anunciaba el ensayista y novelista Pankaj Mishra en una entrevista reciente en La Vanguardia (08/13/12). Me da la impresión de que es verdad y no me parece mal. Lo que debería preocuparnos, si acaso, y eso es lo que me aleja de Ferguson y me aproxima a Mishra, son las nuevas narrativas para presentar una visión benigna del pasado. ¡A ver si al final acabamos defendiendo, con la excusa de que se luchaba contra el innegable totalitarismo comunista, los bombardeos con napalm sobre Camboya y Vietnam!

 

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