Cristianos de Siria

Tres patriarcados tiene Damasco: el griego ortodoxo, el griego católico y el siriaco católico, gozando los tres del histórico título de Patriarcas de Antioquía y de todo el Oriente. A su alrededor se establecieron los cristianos entre las puertas de las antiguas murallas, Bab Tuma, Bab Chanqui, Bab Kissan. La calle Larga por la que atravesó, según la tradición, San Pablo está orillada de iglesias, conventos, capillas, prolongándose hasta  el cubierto bazar de Mahat Baha de tiendecitas de vendedores de tejidos, de artesanos  musulmanes, anticuarios, comerciantes de tapices, plata, vidrio soplado. La calle de Bab  Tuma divide el vecindario de pequeñas casas de fachadas modestas, que a veces  esconden amenas viviendas con su patio interior florecido, ceñido de habitaciones en  torno a un surtidor de mosaico con puertas de dóvelas blancas y negras, ventanas o  pequeñas galerías de celosías. Es el antiguo encanto de la ciudad recoleta. En las esquinas hay hornacinas de vírgenes con macetas de flores, esquelas de fallecidos con  sus fotografías bajo la cruz. En el vecindario hay algunos restaurantes de cocina árabe y occidental, bares en cuyas barras consumen cervezas, wiskies y otras bebidas alcohólicas, jóvenes damascenos de ambos sexos.

 

Más allá de la puerta de Bab Tuma, el barrio moderno está muy animado con sus  tiendas nuevas, iluminadas. En la periferia de la ciudad, el pobre suburbio de Tabade está  también habitado por cristianos. A pocos kilómetros Sadnaya, Malula, son lugares de  peregrinación. Al norte, alrededor de Alepo, y en las ciudades muertas, antiguas poblaciones cristianas florecientes con espléndidos monumentos en ruinas como la  basílica de San Simeón, el estilita, fueron sepultadas desde hace siglos. En Lataquia, en  Tartus, hasta en Hama y en Homs, hay núcleos de poblaciones cristianas. Esta tierra de  Siria había sido con la región de Antioquía, llamada ahora Antaliya, en Turquía, uno de  los centros más brillantes de los cristianos del Oriente.

 

Alrededor de la décima parte de su población es de religión cristiana. Un sacerdote con clergyman contaba el otro día ante las cámaras de la televisión de Damasco que doce de las veintidós comunidades confesionales que hay en Siria son de ritos cristianos. Los griegoortodoxos -la antigua iglesia bizantina- constituyen la mitad de todos los creyentes en la fe de Cristo, aunque es difícil saber con exactitud su número porque el censo de población en Siria no se basa, como en El Líbano, en criterios de afiliación religiosa.

 

Se considera a los griegoortodoxos los ciudadanos árabes más nacionalistas. A esta  comunidad de relevante nivel social pertenecían destacados intelectuales y políticos modernos como Michel Aflak, fundador del partido Baas. Son los cristianos sirios los que introdujeron en Oriente las ideas socialistas y abogaron por el estado nacional ante la  Umma islámica.

 

La segunda comunidad más importante es la Armenia, dividida entre ortodoxos y  católicos, escapada del genocidio de Turquía. Alepo ha sido su ciudad por antonomasia en Siria, hasta que también, por las peripecias de los cambios políticos locales, muchos de  ellos emigraron al Líbano o hacia Occidente. La iglesia griegocatólica, fomentada por los misioneros europeos, de obediencia al Papa de Roma, es la tercera comunidad cristiana, más numerosa, antes de la de los maronitas, cuyo poder es decisivo en El Líbano o de las pequeñas y antiguas congregaciones como la siriaca, que aun emplea en su liturgia el  arameo, la lengua de Cristo, o de las diversas iglesias evangélicas.

 

Aunque la iglesia católica y romana, denominada en estos pueblos latina, cuenta con pocos feligreses, ejerce una notable influencia a través de sus órdenes religiosas como la  franciscana, cuyo convento está en el barrio de Bab Tuma, de sus colegios, y por el hecho de que el Vaticano es un estado con una diplomacia muy activa. Una de sus preocupaciones es proteger a los cristianos cada vez más vulnerables en estos países.

 

Ya en 1994  Jean Pierre Valognes escribía en su excelente obra ¨Vie et mort des chretiens d’Orient¨: ¨La  caída del poder alaui que provocara la vuelta al gobierno de la comunidad  suní, penetrada de identidad musulmana con su peculiar concepción de las relaciones comunitarias según el Corán agravara todavía más la situación de los cristianos¨.

 

Los cristianos de Siria, desde los vecinos del Viejo Damasco hasta los de Wadi el Nasara cerca de Lataquia, viven con angustia sino con inquietud estos tiempos amenazadores de  revueltas y represiones sangrientas, y se interrogan sobre su futuro. Con el poder alauí habían preservado su libertad de culto, su identidad, aunque también fueron sometidos a  su vigilancia y excluidos en la dirección del estado. (No olvidemos su situación de dhimis  o protegidos durante el imperio otomano). Es  indiscutible que el régimen baasista al  que se adhirieron las minorías, ha mantenido un cierto equilibrio religioso. El estatuto personal de los cristianos puede romperse con la instauración de la charia, a la que  aspiran las poderosas fuerzas musulmanes sunis radicales apoyadas por las monarquías absolutas, represivas y petrolíferas del Golfo, y las grandes potencias de Occidente.

 

La conquista del poder por  los aluís en 1963 ya radicalizó a los sunís fomentando su  integrismo que, lógicamente, se enfrenta a las minorías no musulmanas. Los patriarcas  de Damasco, que yo visité hace meses, temen que el final del régimen baasista sea el  principio de un nuevo calvario para los cristianos, antiguos pobladores de estas tierras, y sal del Oriente.

 

 

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