Los diez mandamientos de la diplomacia china

Los diez mandamientos de la diplomacia china (I)

China se ha puesto de moda en los medios de comunicación. Su presencia es creciente. Lo que empezó como una sorpresa, la atención generada en torno a la evolución del gigante chino en los rankings económicos -crecimiento del PIB, exportaciones, inversiones en el exterior, atesoramiento de divisas extranjeras o volumen de los fondos soberanos-, hoy se ha transformado ya en sensación de inquietud. Hemos pasado de hacer alabanza de la emprendeduría oriental, su ética del trabajo y el meritocrático y eficiente mandarinato, a preocuparnos, no sin razón, ante el impacto chino en los modelos de gobernanza global y el auge de un modelo de desarrollo no democrático. Recientes trabajos de Ian Bremmer, Mark Leornard o The Economist nos han abierto los ojos en este sentido.

 

Acercarnos a la particularidad cultural china nos puede ayudar a entender el tipo de influencia que China ejerce sobre la comunidad internacional. El siguiente decálogo puede sernos útil:

 

1. Antioccidentalismo. China puso punto final en el siglo XV a sus ambiciones ultramarinas. Desguazó su flota de largo alcance y se recluyó dentro de Asia. Nada de interesante podía venir de Occidente. De mediados del XIX a mediados XX, la perniciosa influencia occidental y la incorporación acrítica de sus valores propiciaron la larga decadencia de la que ahora despiertan. China, por dimensión y por peso histórico, debe ser capaz de administrar qué valores desea incorporar y cómo lo hará. Bien igualmente, religiones y ONG occidentales son una fuente de difusión de valores que en la medida que no han pasado por el tamiz chino representan un potencial peligro que debe ser controlado, cuando no reprimido.

 

2. Estado de derecho y autoritarismo. Desde la perspectiva china, los países en vías de desarrollo harían bien en aprender la diferencia entre democracia y Estado de derecho. El progreso económico proviene del Estado de derecho, no de la democracia. Asia es un buen ejemplo de ello. Wang Shaoguang, un politólogo progresista chino, lo expresa así: «En Occidente elegís chef para que os sirva el menú que queráis. En China preferimos escoger el menú. Nos da igual quién nos lo sirva». China reconoce las bondades de los sistemas participativos, pero proclama que éste es un camino plural y diverso. La democracia liberal no es aplicable en todas partes. En el imaginario oficial chino el término democracia está teñido por las imágenes sangrientas de la Revolución Cultural y democratizadora de Mao (1966-1976) o de la Perestroika de Gorbachov que condujo a la explosión de la URSS. Democracia equivale a conflictos entre intereses partidistas, a luchas étnicas y populismo. Más recientemente evoca la incapacidad y la insufrible lentitud de los gobiernos europeos a la hora de llevar a cabo las políticas de ajuste necesarias para salir de la crisis, o para salvar la moneda única.

 

3. Pragmatismo y estabilidad social. La política exterior china tiene una finalidad esencial: mantener la estabilidad social interna. La fuente de legitimidad esencial de un gobierno son los resultados conseguidos. El famoso Consenso de Beijing de inicios del siglo XXI partía de la tradicional «política de resultados» de la cultura política china: si hay progreso y estabilidad, el resto -falta de derechos políticos, censura, corrupción- es secundario. El artífice de la transformación capitalista de China, Deng Xiaoping, se pronunciaba sobre su sistema económico así: «No importa si el gato es blanco o negro. Lo que importa es que cace ratones».

 

4. Experimentación y gradualismo. La conversión de la economía china de un socialismo estatista al capitalismo de estado sólo se puede entender como un proceso de experimentación y de corrección gradual de errores. La misma pauta de pensamiento podemos encontrarla en los incipientes procesos de democratización llevados a cabo a escala local y en los experimentos de elección libre de algunos niveles de la administración pública. Unos procesos de cambio que persisten bajo las rígidas estructuras políticas de raíz socialista. Cambiar, desde la perspectiva china, no implica abandonar lo que existe, apenas transformarlo. China es un país de larga tradición presidida por una jerarquía estatal que tiene dos milenios de historia: el mandarinato. Desde esta perspectiva, el peso de la historia como valor y como referente cultural es primordial para comprender la lentitud de los procesos de transformación chinos. Los cambios rápidos, agitados, son una muestra de mala praxis. Gradualismo y incrementalismo son dos elementos centrales para garantizar la estabilidad de un país.

 

5. Ocultación. La tradición cultural china es prolija en frases hechas y citas. Volvemos a Deng Xiaoping: «Ocultar el brillo, alimenta la oscuridad» o «Sé humilde, neutral, deja que otros acaparen la atención». Un lector confrontado con la información publicada por el gobierno chino encuentra datos económicos o militares no siempre fiables. Unos datos que quedan supeditados a su impacto sobre la estabilidad interna y externa del país. La transparencia no es pues un valor político chino. En la esfera internacional, este principio se ha traducido hasta ahora en el hecho de rehuir la utilización del derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -acaba de hacer uso Rusia para proteger a su aliado sirio- o por evitar entrar en conflicto diplomático abierto con la comunidad internacional. Algunas señales indican, sin embargo, que esta voluntad de pasar desapercibido en la esfera diplomática podría estar desapareciendo. La ocultación y la fabricación de realidades, vía censura y manipulación, en China tiene todavía hoy una salud de hierro.

 

Continuaremos nuestro decálogo en un próximo artículo.

 

 

Los diez mandamientos de la diplomacia china (y II)

 

Semanas atrás iniciábamos este decálogo para comprender la China de hoy en día y su proyección sobre el mundo. Empezamos con cinco rasgos distintivos de su cultura política: el antioccidentalismo, la defensa de un modelo autoritario de gobierno, el pragmatismo en el sostenimiento de la estabilidad social, el gradualismo y la falta de transparencia políticas. Cerramos hoy nuestra lista con los cinco últimos componentes:

 

6. Soberanía de los estados. Kissinger, en sus memorias, expone cuál era la prioridad diplomática del aislado gobierno de Mao de inicios de los setenta. Por encima de todo estaban interesados en construir puentes de confianza. Establecer lazos basados en el conocimiento y el respeto recíprocos es todavía un valor esencial de la política internacional china. Allí donde el Banco Mundial y el FMI han cerrado acuerdos, históricamente lo han hecho con condiciones no sólo económicas. Así, de la liberalización y privatización de los mercados interiores, tradicionalmente se ha exigido progresar en la democratización, la defensa de los derechos humanos y la prevención de la corrupción dentro del ámbito público. China, por el contrario, ofrece contratos libres de condiciones. El ejemplo más común, simple y pragmático al mismo tiempo, ha sido el de canjear recursos para infraestructuras o armamento. China, nos dice, no impone códigos de valores, sólo negocia. Donde Occidente trata de imponer su cosmovisión, China ofrece una negociación humilde alejada de paternalismos.

 

7. Relativismo. Para China no existen valores universales como pretende imponer Occidente. En sus relaciones internacionales esto se ha traducido durante siglos en los principios de no intervención, no imposición y no injerencia. También, en el día de hoy, en la ausencia de voluntad de avanzar en el establecimiento de un modelo de gobierno colectivo para hacer frente a los grandes problemas globales. Áreas como los derechos humanos, la lucha contra el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva o el cambio climático piden el establecimiento de posiciones comunes por parte de la comunidad internacional. Una necesidad que choca con el planteamiento de mínimos chino. Hay que añadir en este punto que China prefiere tratar problemáticas y gobiernos de manera separada que a través de organismos internacionales impregnados, consideran, de valores occidentales.

 

8. Realismo político. De Maquiavelo hasta Kissinger, pasando por Hobbes, el realismo político sostiene que los estados tienen intereses. Ni amigos, ni ideales. La tríada estabilidad social, crecimiento económico y acceso a recursos energéticos justifica una parte muy importante de la actuación exterior de China. El acercamiento diplomático de la China actual hacia el Asia Central, América Latina o África, las relaciones de proximidad con los regímenes de Kim Jong Un o Ahmadineyad, o incluso la compra de bonos de países europeos con dificultades son estrategias que toman sentido bajo el realismo político. Un tipo de realismo que a los ojos siempre sospechosos de la inteligencia norteamericana pasan por anticipar un potencial uso del billón de dólares estadounidenses actualmente atesorados por el banco central chino y sus empresas estatales como arma geopolítica.

 

9. Pacifismo. Hace 2.500 años, Sunzi dejó escrito: «Evita el conflicto, la guerra es la demostración última del error de una estrategia». Este es un valor de inspiración confuciana que se vincula con las nociones de armonía, de concordia universal y de coexistencia. Valores que recientemente, desde Oriente, se han contrapuesto con una perspectiva de los valores occidentales que giran alrededor del maniqueísmo, la hipocresía y la voluntad de dominación. Siguiendo al politólogo Mark Leonard, en mandarín habría dos conceptos esenciales para designar el orden pacífico. Wang: el orden del gobierno benigno, propio del Estado hacia sus súbditos, y ba: equiparable a la hegemonía y el dominio de un Estado sobre los territorios ocupados. China, en las últimas décadas, se ha mostrado ante el mundo como un gigante en ascenso, pacífico y benevolente. Ha construido alianzas y tejido compromisos de la misma manera que lo hizo Bismarck tras la unificación alemana, en 1871. Sin embargo, no hay ascenso sin tensión. La cuestión actual en debate: ¿Asia formará parte de wang o de ba? El incremento del gasto militar de China alimenta estos temores.

 

10. Uniformidad cultural. La relación de la gran potencia con las minorías étnicas internas es bastante problemática. Graves problemas con las minorías uigur o tibetana han dado lugar a revueltas periódicas y recurrentes que se acompañan de apagones informativos y del aislamiento comunicativo de estas zonas con el exterior. La China actual, pese a los discursos oficiales, no responde al principio maoísta de la uniformidad. Las diferencias culturales, no sólo lingüísticas, existen incluso dentro de la mayoría han (más de un 90% del censo). Este tratamiento de la diferencia cultural choca con la visión occidental en el que la diversidad cultural es entendida como una riqueza a preservar. La integración de territorios étnicamente diferentes, los procesos de aculturación, de falsificación de la historia, de minorización de la variedad cultural o la prohibición explícita de expresiones de la diferencia cultural son ejemplos del esfuerzo de homogeneización y aniquilación de la variedad, siempre potencialmente desestabilizadora.

 

Añadimos un comentario final a este decálogo. El analista internacional Thomas Friedman advertía hace un par de años contra el antiamericanismo latente de los europeos y se preguntaba qué nos parecería un mundo con valores poco o nada americanos. La pregunta, ciertamente, sigue muy vigente.

 

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