¿Por qué Rusia no quiere que Asad deje el poder en Siria?

El régimen del presidente sirio Bashar al Asad se siente respaldado en su represión violenta por una pequeña parte de la comunidad internacional. Una parte pequeña, comparada con la gran mayoría de países incluidos los árabes que le reclaman que inicie una transición democrática y cese con la violencia que ha causado más de 5.000 muertos en los últimos meses. Una pequeña parte que representa a dos grandes potencias mundiales.

China y Rusia son los aliados de Siria que impiden con su veto la adopción de cualquier resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que busca parar con la represión ordenada por Asad contra los opositores y rebeldes que claman democracia y que él mismo y su régimen califican de «terroristas». Entre ambos países, el férreo aliado y más próximo a Siria es Rusia.

Pero también es aliado de Asad el régimen de Irán, donde los clérigos (ayatollás) gobiernan el país que preside Mahmud Ahmadineyad y que está en el punto de mira de la comunidad internacional por las sospechas de que Irán enriquece uranio para uso armamentístico.

Una intervención militar extranjera en Siria o el estallido de una guerra civil con la muerte de miles de personas podría provocar la intervención de Irán en Siria para evitar que se encienda Oriente Medio.

Pero analicemos el apoyo de Rusia al régimen de Bashar al Asad. El apoyo diplomático entre países responde a cuestiones comerciales e intereses económicos, pero también al convencimiento de que en diplomacia se puede mirar hacia otro lado para no ver las muertes que provoca la represión de un Gobierno establecido si con ello se evitan «males mayores».

¿Cuáles son esos males mayores que teme Rusia y que mantiene su apoyo incondicional a Siria?

En primer lugar, Moscú teme que una intervención extranjera o unas sanciones que retiren a la fuerza a Asad del poder desetabilice el país y extienda la revuelta de los rebeldes hacia otros países limítrofes al norte con Siria y extienda la rebelión a las repúblicas rusas del Cáucaso. Bajo esta perspectiva, Asad actúa como un duro y férreo «tapón» que impide las revueltas sociales que reclaman independencia y democracia en la región acallando las protestas en Siria y manteniendo un régimen dictatorial sobre la población.

En segundo lugar, los intereses comerciales y económicos entre Rusia y Siria son de vital importancia para Moscú. Un ejemplo: a finales del año pasado el Ministerio de Defensa ruso ordenó a su portaaviones Kutznetzov visitar las costas mediterráneas de Siria desde su base central próxima a Chipre, con lo que Moscú tiene a Siria como aliado militar y estratégico en su base mediterránea. El régimen de Asad recibió con honores a los mandos del portaaviones ruso.

Moscú también vende armas de todo tipo a Siria. El contrato más reciente, que data de finales de 2011, supera los 600 millones de dólares e incluía cazas aéreos y armamento de corto y medio alcance que se intercambiaron ambos países.

Para Moscú Siria es importante porque los rusos poseen una base militar en Tartus, en el Mediterráneo, y desde donde se han vendido un total de 36 aviones de combate Yak 130 al régimen de Asad el último año y medio.

Moscú ha criticado en estos últimos días la decisión de la Liga Árabe en Naciones Unidas de retirar los observadores ante el aumento de las muertes y la represión contra la población en Siria.

Y Moscú también prevé bloquear con su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier proyecto de resolución que reclame la retirada del poder del presidente sirio Bashar al Asad.

«Estamos sorprendidos de constatar que después de decidir alargar la misión de observadores en Siria, los países del Golfo Pérsico y la Liga Árabe decidan retirar sus observadores», según ha afirmado el jefe de la diplomacia rusa Serguey Lavrov.

Este diplomático ha asegurado recientemente en la televisión japonesa NHK que las potencias occidentales «están apoyando sus propios intereses geopolíticos presionando a Asad y se aprovechan de la situación de degradación en Siria».

La Vanguardia