Navidad del año 800

En 795, León III -hijo de una modesta familia de Asia Menor- fue elegido Romano Pontífice como sucesor de Adriano I -de estirpe aristocrática romana-. Tres años después, cuando se dirigía a la Puerta Flaminia, fue atacado por una turba de hombres armados enviados por los nobles romanos, que no habían aceptado su elección. Lanzado al suelo, intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Pudo escapar y, protegido luego por Carlomagno -cuya ayuda había impetrado-, conservó el solio pontificio, y el día de Navidad del año 800, mientras celebraba misa en San Pedro, se acercó a Carlomagno -que estaba orando de rodillas- y le colocó una corona en la cabeza. Los presentes entendieron que, con este acto, resurgía el Imperio de Occidente. Ahora bien, el ceremonial -elegido con la habitual habilidad eclesiástica, ya que Carlomagno no se puso a sí mismo la corona, como hacían los emperadores bizantinos, sino que la recibió del Papa-, confirió a la coronación el carácter de acto protagonizado por el obispo de Roma. Carlomagno dejó de ser el protector para convertirse en el protegido. Esto explicaría su disgusto al terminar la ceremonia, que -según algunas fuentes- le cogió por sorpresa.

Sea como sea, lo cierto es que este acto selló el nacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico, como primer ensayo de una recobrada unidad europea tras la caída del Imperio Romano. Una unidad que también se construyó, entonces como ahora, en torno al núcleo germánico: los francos -germanos emigrados y bautizados- y las tribus sajonas y de Turingia que vivían en las selvas limitadas por el Rin, el Vístula, el Danubio y los mares del Norte . A este núcleo germánico se incorporaron, primero, parte de la Italia central -el reino longobardo- y, más tarde, los territorios de la Marca Hispánica -definida por la línea Pamplona, Jaca, Barcelona-, que englobaban la que Ramón d’Abadal denominó Pre-Cataluña Carolingia.

Carlomagno era germánico. Por el aspecto, por la altura y por su lengua: ordenó redactar una gramática del alemán de la época. Por sus costumbres y vida privada: engendró al menos veinte hijos conocidos, de cuatro matrimonios y seis uniones más irregulares, siempre con mujeres de sangre teutónica. Y por la manera de ordenar su sucesión: no abandonó la costumbre germana de dividir el reino entre los hijos varones. Sólo la muerte prematura de dos de estos atribuyó el tercero -Luis el Piadoso- el gobierno de todo el Imperio. Pero, a la muerte de Luis, el Imperio se desintegró y surgió la Europa de las naciones.

Más de mil años después, parece que la historia se repite. Un francés -Alain Minc- ha escrito: «Los franceses se equivocan de imperio cuando sufren por el renacimiento del Imperio Alemán. Ven erróneamente perfilarse el modelo bismarkiano, cuando lo que vuelve es, de hecho, otra versión imperial: un nuevo Sacro Imperio Romano Germánico. Es así como Alemania se está reinstalando en su Mitteleuropa. Se unifica de este modo un espacio que se inscribe en las fronteras del viejo Imperio Alemán, pero también en las posesiones del desaparecido Imperio Austro-Húngaro. ¿Cómo explicar, si no, la actitud de apoyo del gobierno alemán a las reivindicaciones croatas al producirse la desintegración de Yugoslavia? Cuando un pasajero de la Lufthansa hojea los mapas de esta compañía aérea se da cuenta que los nombres de las ciudades de este inmenso territorio están en alemán. Así, Bratislava pasa a ser Pressburg y Gdanks llama Dantzig.

Es posible, por tanto, perfilar los caracteres de esta Unión Europea que hoy se tambalea por la crisis del euro. Porque, cuando esta crisis haya pasado -que pasará-, lo que habrá será esto:

1. La Unión Europea seguirá siendo impulsada por el motor franco-alemán, si bien el protagonismo no corresponderá a los francos, sino a los alemanes. 2. La hegemonía alemana seguirá siendo de naturaleza económica. 3. La Unión Europea mirará fundamentalmente hacia el Este, hacia las grandes llanuras de Polonia y la Mitteleuropa, es decir, hacia aquel espacio que -como dice François Fejtö- «lleva la marca de cuatro siglos de dominación -a veces brutal pero a menudo ilustrada- de los Habsburgo, que consiguieron crear una administración que, a pesar de sus taras y su excesiva burocracia, funcionó desde Praga y Galitzia hasta Bosnia-Herzegovina. Un espacio económico unificado, urbanizado, una mezcla de pueblos que, casándose entre ellos y detestándose, crearon una cultura diferenciada y una especie humana con una sensibilidad y una mentalidad diferentes». El mundo de Joseph Roth. 4. La Unión Europea se enriquecerá con la subsistencia de áreas culturales diferenciadas, ya que Europa está indeleblemente marcada por la variedad de sus diferentes culturas. Nadie medianamente sensato puede desear que estas diferencias se disuelvan. Por el contrario, no hay nada que sea intelectualmente más fecundo que la dialéctica entre culturas diferentes. Es más, en esta Europa unida, en que la política exterior, de defensa, la macroeconomía y las grandes infraestructuras dependerán de decisiones adoptadas por instituciones comunitarias, el único ámbito de acción política que estará en las viejas naciones europeas será el de la gestión cultural.

¿Y Gran Bretaña? Es muy difícil que cambie de mentalidad un país que ha construido toda su política exterior a lo largo de los siglos con un objetivo básico: evitar que alguno de los países europeos alcanzara una posición hegemónica en el continente, por lo que pudiera por sí mismo imponerse sobre la fuerza combinada del resto. En consecuencia, los ingleses no terminan de dar el paso. ¿Lo darán a tiempo?

EL PUNT – AVUI