Siria y Rusia, una arraigada alianza

En uno de los primeros viajes profesionales a Siria, en 1971, visité la presa de Tabka, en el río Eúfrates. Aquella obra colosal emprendida para mejorar la vida de los felalhs, campesinos del valle, fue una de las grandes realizaciones del régimen baasista. Tabka fue mucho más que una inmensa obra pública con su hospital siriosoviético, sus escuelas, sus guarderías infantiles, su cine. En las anchas calles abiertas al desierto, deambulaban mujeres, niños, de los ochocientos técnicos que trabajaban, mano a mano, con los obreros locales en la presa y en la central eléctrica en construcción. Muchos de ellos que sabían hablar en árabe habían llegado de Asuan, la gran presa del Rais Nasser que debía también cambiar a Egipto y cuya construcción fue origen de su nueva política extranjera, al preferir a la URSS que le dispensó los necesarios créditos para ejecutar la obra, apartándose de los EE.UU. que se los había negado.

Recuerdo que el gran embalse de Tabka -ya ahora nadie habla de ella- que pretendía ser núcleo de una sociedad socialista, crisol en donde se fundisen todas las diferencias de una población heterogénea, los soviéticos contaban con sus propios centros, en cuyas paredes colgaban retratos de Lenin, rojas pancartas alusivas a la amistad rusoárabe. En una de ellas escribieron ¨cada día hay que estrechar las relaciones entre obreros siros y soviéticos”. Su texto era un pacto y un programa de acción. Tabka fue otro espejismo del Oriente Medio.

La década de los setenta había sido la década dorada de la URSS en estos pueblos. En Egipto, en Irak, en la república de tendencia marxista del Yemen del Sur, en las organizaciones palestinas de izquierda, y no digamos ya en Siria, su influencia era poderosa. Con su realpolitik habitual la URSS prefería mantener buenas relaciones con sus estados, a expensas, muchas veces, de la suerte de los partidos comunistas locales, dejados nunca mejor dicho de la mano de Dios, al capricho de sus gobiernos dictatoriales.

Con algunos de estos regímenes, la URSS firmó acuerdos de cooperación militar como en 1980 con la Siria del Rais Hafez el Asad, fallecido padre del actual presidente. Cuando Anuar el Sadat, rectificando el rumbo político de Egipto, en 1971 expulsó a los consejeros y cooperantes soviéticos, Siria se convirtió en la aliada árabe más importante de la URSS.

En aquel tiempo los aún modestos hoteles de Damasco como el Omeyad o el Semiramis, cabe al Barada, otro aprendiz de río, estaban llenos de consejeros y técnicos soviéticos. Trabajaban en la construcción de obras públicas, desde centrales eléctricas, instalaciones petrolíferas o yacimientos de gas, a empresas industriales. En Alepo, en la calle Kuatli, esquina del degradado y mítico Hotel Barón, había profusión de carteles comerciales escritos en ruso.

La alianza del Rais Hazfez el Asad con el Kremlin, se basaba, fundamentalmente, en sus acuerdos de cooperación militar de compraventa, como también ahora, de armas con el objetivo a largo alcance de mantener el anhelado equilibrio estratégico con Israel, siempre reforzado con la ayuda incondicional de los EE.UU. Por lo menos seis mil consejeros militares soviéticos vivían en Siria. La razón primordial de su presencia era el conflicto arabeisraelí, con la continuada ocupación de las colinas sirias del Golán.

El pragmatismo del Rais Hafez el Asad estaba por encima de desencuentros ideológicos. Cuando se desmoronó la URSS, Siria perdió su gran aliada -”Los árabes, Tomás -me dijo entonces un embajador europeo en Damasco-, se han quedado huérfanos de padre y madre”-, su régimen tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias internacionales dominadas por los EE.UU. El eclipse soviético en Oriente Medio dejó un vacío patente. Fue sobre todo el presidente Putin quien volvió a desempolvar los anteriores expedientes militares, comerciales, diplomáticos para ya, sin ninguna pretensión ideológica, poner a Rusia en el mapa del Oriente Medio, recuperando las estrechas relaciones establecidas en la época soviética. Durante años miles de sirios habían ido a estudiar a Moscú.

Bachar el Asad ha encontrado en la Federación Rusa una sólida aliada. En su visita a Moscú en el 2005 consiguió que se condonase gran parte de la deuda contraida con la URSS, permitiendo la reactivación de la cooperación del gobierno de Moscú en los ámbitos del gas, del petróleo, de la energía nuclear civil, o de la industria. En su viaje del año 2009 se firmaron acuerdos de compraventa de sofisticadas armas, desde caza bombarderos MG 29 a sistemas de defensa antitanques. El puerto de Tartus fue ampliado como base naval rusa en el Mediterráneo. Empresas de aquella nacionalidad han vuelto a emprender trabajos de obras públicas de infraestructura. Y lo que es muy importante en estos meses de manifestaciones antigubernamentales, reprimidas con violencia, en un contexto político tan complicado como confuso, el régimen sirio cuenta con Rusia para evitar condenatorias resoluciones del Consejo de Seguridad. En mi último viaje a Damasco, entre un grupo de periodistas rusos y soviéticos, cuyos Estados son decisivos en la suerte del exasperante conflicto que desgarra peligrosamaente Siria, mientras los dirigentes baasistas elogiaban a Rusia por su apoyo grupos de manifestantes quemaban en las calles sus banderas, considerando que se mantenía ciega ante la represión armada que padecen. La alianza de Siria y Rusia, que no es solo política o militar, sino también económica, está muy arraigada. En las grandes plazas de Damasco hay pancartas que proclaman la larga amistad entre ambos Estados.

 

 

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