La solucion a la libanesa

La república libanesa está muy avezada a periodos de crisis políticas que, si por un momento parece que provocarán el estallido del país, luego se apaciguan aunque nunca desaparezcan completamente en este círculo histórico. En su arte de la política practican la denominada “solución a la libanesa”, que si bien no pretende resolver el fondo del problema, permite aplazar sus conflictos siempre latentes y convivir en paz durante un tiempo. Una de las características de estas habituales sacudidas del poder es que dependen de estados extranjeros, no sólo regionales sino también internacionales.

Si Saad Hariri ha podido estar presente en la parada militar del centro de Beirut durante el 74.º aniversario de la independencia de Líbano junto al jefe del Estado, el general cristiano maronita Michel Aun, y al presidente del Parlamento, el chií Nabih Berri, recibir en su palacio a sus enfebrecidos simpatizantes y después en la sede de la presidencia a sus invitados en esta gran fiesta nacional, es porque Arabia Saudí y Francia han ejercido sus presiones a fin de permitir su anhelado retorno a Beirut tres semanas después de su misterioso viaje a Riad, donde presentó su dimisión como primer ministro. Los libaneses fueron unánimes en pedir su regreso. Hariri justificó su dimisión por razones de seguridad. En una reunión en el palacio de Babda presentó su dimisión por escrito al presidente Aun, pero aclaró que la suspendía y que explicaría las razones de su iniciativa.

Hariri, que fue invitado por el presidente francés, Emmanuel Macron, a establecerse con su familia en París, se quedará en Beirut a fin de emprender complejas negociaciones internas para mantener una política de “distanciamiento” con la poderosa organización chií Hizbulah, aliada de Irán, al que acusa de haber creado “un Estado dentro de un Estado”. Arabia Saudí y la Liga Árabe también afirman que Hizbulah “financia y entrena terroristas en la región”. Cuando el general De Gaulle estuvo destinado en Beirut gustaba afirmar que “hacer política en Líbano es como pisar huevos”, aludiendo a su extrema fragilidad. En el discurso del presidente Aun en las vigilias de esta fiesta nacional dijo que se “necesita mucha prudencia para tratar sobre Líbano si se quieren evitar graves conflictos”.

El trasfondo de esta crisis es la hostilidad agravada por las guerras de Siria y Yemen entre Arabia Saudí e Irán, entre suníes y chiíes. Saad Hariri ha vivido mucho tiempo fuera de Beirut en su residencia de Arabia Saudí, cuya nacionalidad también posee, o en Francia por temor por su vida. En el 2007 los cuartelillos de sus milicianos en el oeste de Beirut fueron arrasados por los combatientes de Hizbulah en poco más de 24 horas. Su padre, el potentado político Rafiq al Hariri, uno de los hombres mas ricos del mundo, fue asesinado en el 2005. Su crimen, nunca esclarecido por un tribunal ad hoc de La Haya, fue atribuido entonces a Hizbulah y a altos dirigentes del gobierno de Damasco. En este nuevo compromiso libanés ha intervenido también el presidente iraní, Hasan Rohani. Macron llamó por teléfono al primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu.

El pequeño Líbano sigue siendo caja de resonancia de los conflictos de Oriente Medio desde el palestino-israelí hasta el enfrentamiento de suníes y chiíes. La dimisión de Hariri podía tener como consecuencia la disolución del gobierno de compromiso del presidente Michel Aun, en el que se incluyen ministros de Hizbulah, en un esfuerzo por mantener un ambiente de seguridad junto a las fronteras de Siria. Una guerra en Líbano provocaría además el terrible éxodo de centenares de miles de refugiados sirios e iraquíes hacia Europa, su soñado Eldorado.

LA VANGUARDIA