La nueva resistencia rusa

El autoritarismo posdemocrático, un concepto equivalente al de ‘democracia paralítica’, emerge tanto en las puertas como dentro mismo de la Unión Europea. A los dolores de cabeza que representan para Bruselas la Turquía de Edrogan y la Ucrania amenazada por Putin, se añade la Hungría de Orbán, la Polonia de Kaczynski y la España de Rajoy, donde la libertad de prensa, la separación de poderes y las garantías democráticas no paran de ser atacados. Se me hace inevitable, antes de adentrarme a hablar de Rusia, país al que dedico este artículo, detenerme y señalar que una cosa es que Europa tenga problemas de democracia paralítica en las fronteras y dentro mismo de la UE, y otra muy diferente y que enciende las alarmas es que tenga lugar en el centro de la zona euro -caso de España-, con todos los riesgos que ello conlleva.

No hay ninguna duda de que el referente más diáfano de autoritarismo posdemocrática es la Rusia de Putin. La democracia paralítica patrocinada por el Kremlin -con el 84% de apoyo, según la encuesta de septiembre del Centro de Estudios de la Opinión Pública- se esfuerza por convertirse en potencia elaborando y poniendo en práctica un imaginario que sería la síntesis de los pasados imperiales zarista y estalinista. Pero una parte de la sociedad rusa comienza a despertarse del largo letargo de resignación e indiferencia y se pone a construir una nueva resistencia: una oposición por ahora extraparlamentaria y con ningún vínculo con los partidos de cartón piedra presentes en la Duma, comparsas de Rusia Unida, el partido hegemónico putinista. En la URSS llena de grietas de los años 70, en pleno estancamiento económico, la disidencia se articulaba en torno al Comité Helsinki, con figuras com Liudmila Alekséieva, Aleksandr Soljenitsin, Andrei Sàkharov o Serguei Kovaliov, para montar mecanismos de solidaridad y de resistència.

Ahora, ante una represión organizada y planificada al milímetro, la nueva disidencia opositora formada por las generaciones más jóvenes -y que empieza a asomar en más de 100 ciudades rusas- también se ha organizado milimétricamente, especialmente en espacios como la defensa legal, para encararse a los zarpazos de los tribunales fieles al régimen. Comienza a sobresalir con fuerza OVD-Info, siglas de una asociación creada en 2011 para dar asistencia jurídica a los detenidos: activistas, periodistas y manifestantes de las cada vez más numerosas concentraciones cívicas, como las del 12 de junio contra la corrupción. El crecimiento y la popularidad de entidades como OVD-Info está haciendo posible que los rusos empiecen a conocer hechos concretos de la represión putinista silenciados por la prensa, como el caso del activista Ildar Dadin, durante dos años y medio preso y torturado en un campo de internamiento. Del mismo modo que se persigue a la comunidad LGTBI en Chechenia y fuera de Chechenia, se esparcen indicios y sospechas de secuestros y torturas.

Las viejas maldades del mundo soviético asoman, y no podría faltar la psiquiatría como herramienta de represión política. De ello puede dar fe el activista Mijail Kosenko, detenido en una manifestación e ingresado al Serbski Center de Moscú, uno de los centros emblemáticos de la represión política comunista. De momento los casos son pocos, pero no aislados, y detectables con constancia y no poco riesgo. Como en los relatos orwellianos, el autoritarismo posdemocrática putinista observa todos los resquicios sociales y aprovecha todas las oportunidades para imponer el miedo.

OBSERVATORIO DEL ESTE