Carta abierta al expresidente Pujol

Estimado expresidente,

La semana pasada se daba a conocer un escrito suyo, del 20 de abril, titulado «Situación de riesgo, pero con activos», publicado por la asociación Serviol. Ante un «estado de ánimo preocupado por el futuro de nuestro país», proponía «una movilización de todos nuestros activos morales y económicos, culturales y técnicos, sociales y políticos para superar esta situación» y alertaba del «RIESGO GRAVE DE RESIDUALIZACIÓN de Cataluña» -las mayúsculas son suyas-.

Contra este análisis, oponía una serie de activos: la lengua, la cohesión social, estar abiertos al mundo, el progreso científico, la sanidad pública, la sociedad civil, las manifestaciones… Y acababa con esta conclusión: «Un país así no renuncia a su proyecto. Es un buen proyecto. Asumido y defendido con energía y dignidad. Y no con palabras vacías».

Me recordó la conferencia que hizo en el Born, en marzo de 2014, sobre «Herder, Renan y el derecho a decidir». Un buen discurso contraponiendo las dos concepciones clásicas del hecho nacional. Para Herder, la personalidad de los pueblos se basa en un sustrato compuesto por la lengua, la cultura, el sentimiento colectivo, la memoria comunitaria y la conciencia previa a cualquier construcción política. Para Renan «la nación es un plebiscito de cada día». Algo así, pues, como cuerpo y alma.

Venía entonces de un proceso largo de reflexión, dando vueltas y vueltas, incluso de manera torturada, balanceando la idea de la residualidad catalana en caso de continuar sometida a España frente a la oportunidad del derecho a decidir y de la independencia. Meses después la bomba explotó y la confesión del legado derrumba discursos, anhelos, valores, obra y liderazgo. Todo quedaba reducido a cenizas por el fuego del engaño.

Ahora propugna asumir y defender con dignidad, rearmados moralmente, el proyecto de la independencia, y no con palabras vacías. No puedo estar más de acuerdo, pero entonces, querido expresidente, tenemos el derecho a pedirle toda la verdad. Y pedírsela, precisamente, ahora.

La historia contemporánea de la memoria de los pueblos es una historia marcada por el dolor. La verdad no ha sido nunca una concesión graciosa, sino un conquista duramente alcanzada. El rearme moral que pide sólo es posible si tenemos acceso a la verdad. A toda la verdad. La verdad no es dura sino que, como la nación, es un plebiscito diario. Es el engaño lo que nos desnacionaliza y paraliza.

No puede pedir este rearme moral si no es el primero en reconstruir lo que no se nos ha explicado, lo que no se nos ha querido decir, lo que se nos ha ocultado. ¿Qué ha pasado en Cataluña estos últimos años? Pida las horas que sean necesarias, pero cuéntelo. No es posible salvar la obra si el hombre no se salva a sí mismo. Tiene el deber personal de resarcir el futuro quitado al pueblo de Cataluña, de reintegrarle el trozo de memoria que necesita para enfrentarse limpio, expiado, libre a su destino. Y se lo exigimos ahora y aquí.

Este país no puede arrastrar esta estela de engaños, hipocresías y deformaciones ni un momento más. Y menos que nunca, ahora. En el momento en el que nos encontramos, en el instante histórico del ejercicio de la autodeterminación -sí, cierto, es un buen proyecto-, contemple las colinas al otro lado del río, reencuéntrese con lo mejor de usted mismo, encárese a lo que más ha amado. Y explíquenos toda la verdad. Sirva a su país. Pero recuerde que sin la verdad no hay activos, sólo riesgos.

Sólo así podrá dejar atrás su pasado -que es también el nuestro-, porque ya sólo tendrá un futuro por delante, un futuro crítico, democrático y libre.

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