Gibraltar y la autodeterminación

Gibraltar y la autodeterminación

Enric Vila

Como pasa a menudo en el circo mediático, los aspectos más interesantes de la pelea de gallos que hay sobre Gibraltar hace falta ir a buscarlos en los implícitos y los argumentos de fondo de los dos lados. No hace falta decir que el discurso británico es más perverso que el español. El enfoque de la prensa del Estado hace pensar en los platillos tristes y destartalados de la guerra de Cuba.

Ni el artículo de Lord Tebbit en The Telegraph ni las declaraciones de los ministros de Theresa May son fruto de un sofoco identitario, como pretenden los diarios y los políticos españoles. Sencillamente, Gran Bretaña vuelve a utilizar otra vez la libertad de Catalunya para asegurar sus intereses geopolíticos, mientras que España toca los timbales africanistas para dar guerra y recoger alguna limosna que la salve en medio de la decadencia y la derrota.

La palabra que flota en el trasfondo de todas las declaraciones británicas sobre Gibraltar es votar. Incluso las más patrioteras y militaristas hacen referencia a la necesidad de proteger, a cualquier coste, la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. Es significativo que ni siquiera La Vanguardia o El Periódico hayan hecho mención de este matiz tan importante en las informaciones de los últimos días.

Londres intenta aprovechar el Brexit para recuperar la posición de ventaja que tuvo dentro de Europa desde la Guerra de Sucesión hasta la caída del Muro de Berlín. No creo que May haya dejado Gibraltar al margen de las primeras negociaciones del Brexit por error, como titulaba La Vanguardia. Londres trata de aprovechar el voto de los ciudadanos de Gibraltar contrarios a la anexión a España, pero también a la salida de la UE, para mantener un pie en el mercado comunitario en nombre del principio democrático.

En el artículo de Lord Tebbit se entiende perfectamente que la única diferencia entre Gibraltar y Catalunya es que la nación catalana no ha votado todavía su permanencia en España. El exministro de Margaret Thatcher no se molesta en disimular que Catalunya es un país ocupado, fruto de un pacto entre británicos y españoles en el tratado de Utrecht de 1713. De hecho, incluso se permite elogios cínicos a los catalanes, que recuerdan los equilibrios internacionales que, durante 300 años, mantuvieron España en el oscurantismo.

Advirtiendo que Londres puede llevar el caso catalán a la ONU si Madrid insiste en el tema de Gibraltar, Tebbit reconoce que a cambio de ocupar y destruir Catalunya, los españoles cedieron un trozo del territorio nacional a los ingleses. El político británico argumenta que el Consejo Europeo no puede obligar a Gran Bretaña a negociar la soberanía de Gibraltar sin revisar el Tratado de Utrecht, que dejó a los catalanes solos ante la rapacidad de las coronas de Francia y España.

Ahora falta que Barcelona ponga en evidencia hasta qué punto británicos y españoles están en falso. Si Londres quiere sustentar la soberanía sobre Gibraltar en el derecho a la autodeterminación tendría que defender el mismo principio en Catalunya. El argumento que Gibraltar quedaría fuera de la jurisdicción británica si se quedara en Europa, puede acabar partiendo el continente entre dos concepciones de la autoridad tan opuestas como las que enfrentó las capitales cortesanas y parlamentarias en los siglos XVII y XVIII.

Evidentemente detrás de todos los grandes discursos sobre la democracia -tanto los burocráticos como los autodeterministas- lo que hay son intereses militares. Gibraltar es un enclave geoestratégico de primer orden para el control del Mediterráneo. Si la cuestión no se resuelve por una vía civilizada la unidad de Europa difícilmente será viable. Como muy bien decía el historiador Norman Davis, y ya denunciaron en su momento algunos humanistas, Utrecht acabó con la posibilidad de una Europa inspirada en el comercio y la cultura. Estaría bien no volver a repetir la misma historia.

ELNACIONAL.CAT

 

 

La Guerra de Margallo

FERRAN SÁEZ MATEU

Se llamaba Shams ad-Din Abú Abd Alá Muhammad ibn Ibrahim ibn Muhammad ibn Ibrahim ibn Yusuf al-Lauati at-Tani. Por suerte se le conoce con un apelativo más fácil de recordar: Ibn Battuta (Tánger, 1304 a 1369). Los viajes de Ibn Battuta -a quien siempre se ha comparado con Marco Polo- fueron traducidos al catalán hace unos años por Margarita Castells y Manuel Forcano, y editados por Proa en un voluminoso libro de casi mil páginas. Una de las cosas que más me llamaron la atención de este texto es la obsesión que había en el mundo árabe, especialmente en el norte de África, por las tumbas de los hombres santos. Ibn Battuta relata sus peregrinaciones a este tipo de sitios, considerados sagrados. Demos ahora un salto desde el siglo XIV hasta el XIX, pero sin movernos del mismo lugar. En 1893 el general Juan García Margallo, bisabuelo del exministro de Asuntos Exteriores español José Manuel García-Margallo, ordenó la construcción de una fortificación militar al borde de una de estas tumbas, por la que los habitantes de esta zona del Rif sentían una especial veneración. El 3 de octubre miles de marroquíes armados atacaron a las tropas españolas, que, por supuesto, se dieron la vuelta. Hubo varias carnicerías, que duraron hasta abril del 1894. Este episodio bélico se conoce históricamente como la Guerra de Margallo. Analizarlo al cabo de casi 125 años permite sacar alguna conclusión interesante. Si, además, tenemos presente la cuestión del parentesco directo que acabamos de señalar, la cosa es aún más golosa.

Sobre la Guerra de Margallo se puede decir una cosa muy clara y sencilla: como todos los conflictos coloniales del decadente Imperio Español de finales del siglo XIX, fue un fracaso rotundo, aunque, a corto plazo, parecía un éxito igualmente rotundo. Eso sí: sólo cinco años después de la Guerra de Margallo, en 1898, los restos putrefactos del imperio caen de una manera humillante, vergonzosa. La incompetencia militar se suma a la incapacidad de entender el presente y, sobre todo, a una actitud a medio camino entre la soberbia y la pura imbecilidad. En el caso que comentamos, ¿cuál puede ser la explicación que lleva a provocar a la población local en vez de intentar seducirla o, al menos, no excitarla mucho? Hay dos hipótesis y las acabamos de mencionar: la chulería y la ignorancia. Bueno, de hecho hay una tercera hipótesis que considero más plausible: la chulería ignorante. Todo esto nos lleva de nuevo a Margallo, al bisabuelo y al bisnieto. El azar ha dibujado aquí unas vidas paralelas.

Como su bisabuelo, el exministro Margallo cree haber resuelto un problema con un zurcido que puede tener consecuencias inesperadas. Habló públicamente de «favores» a países terceros a cambio de que se mostraran hostiles a las reivindicaciones nacionales de Cataluña. ¿Cuáles eran estos «favores»? ¿Cuál es su traducción en euros? ¿Cuánto costarán a los ciudadanos? ¿Es un acto diplomático rutinario u otra cosa? No sé, ni soy yo quien lo tiene que determinar. En un contexto normal, y dada la gravedad de los hechos que parecen inferirse de estas declaraciones, la fiscalía debería actuar de oficio inmediatamente. Pero resulta que no vivimos en absoluto en un contexto normal. Por eso dejo aquí el tema, no sea que ahora me endosen el hundimiento del Titanic o una cuenta inventado en Suiza.

La reedición de la Guerra de Margallo tuvo dos grandes frentes: Gibraltar y Cataluña. En ambos casos el error descomunal a medio y largo plazo fue confundido con una victoria. A pesar de tener todo bien encarado gracias a un Brexit absolutamente lesivo para los intereses del Peñón, la actitud agresiva y primaria de Margallo ha hecho que, salvo alguno de los monos que viven en la roca, todo el mundo esté estremecido por poder volver a una España que muestra lo peor de ella misma. En vez de seducir, amenazar: he aquí la marca de la casa. ¡El resultado es tan previsible! Lo mismo se puede decir en el caso de Cataluña. El lenguaje apolillado y ridículamente dramático de aquel papel que distribuyó el ministerio de Exteriores sobre Cataluña contrasta con la forma en que la gente -tanto los que están a favor como los que están en contra de la independencia- ha vivido aquí este asunto.

La primera Guerra de Margallo contribuyó a la descomposición del imperio colonial español, aunque al principio pareciera una victoria. La segunda Guerra de Margallo está redondeando este trabajo. Quién sabe si algún otro miembro de la familia acabará reduciendo los límites territoriales de España al parterre donde se encuentra la famosa Puerta de Alcalá.

ARA

 

 

España, o el ADN imperial

Soledad Balaguer

El último episodio grotesco de la diplomacia española -España tendrá derecho de veto sobre las decisiones que tome el Reino Unido sobre Gibraltar- nos da una pista muy aclaratoria sobre lo que es el auténtico problema de España: nunca ha tenido sentido de Estado o, mejor dicho, nunca ha entendido lo que significa ser un Estado. Sencillamente, España siempre se ha visto a sí misma como un Imperio, lo lleva en su ADN. Nunca ha aceptado que ya no lo era y considera como «suyas» las antiguas posesiones perdidas. Pasa con Latinoamérica y pasa con Cataluña. Es la primera en condenar la última actuación de Maduro, y se encuentra que lo primero que dice el líder opositor venezolano -que debería ser el mejor amigo del Gobierno, según parece- es que la mesa de diálogo que lidera Zapatero no sirve de nada. Zasca.

Diez años después de perder las últimas colonias, que sirvió para aflorar una maravillosa generación de grandes escritores españoles, Eduardo Marquina publicó una obra de teatro titulada ‘En Flandes se ha puesto el sol’. Hacía 400 años que Flandes no era española, pero explica muy bien el desamparo español, que no han podido superar.

Con el episodio de Gibraltar y el Brexit, la diplomacia española ha hinchado el pecho. ¡¡¡Qué éxito!!! Mejor, qué Perejil. Piensan que los españoles son tan burros que no se darán cuenta del intercambio de favores: la UE les da el veto sobre Gibraltar y a cambio España se compromete a no vetar la entrada de Escocia en la UE -vean el esclarecedor editorial de Vicent Partal sobre Escocia y España (*) y comprobarán la magnitud del error español-. El honor imperial español está salvado. En la UE todavía se ríen, y lo que nos reiremos todos juntos.

El ADN imperial español fue propiciado durante siglos porque oficialmente las colonias nunca fueron consideradas con este nombre: eran provincias, formaban parte de España porque eran España. Los que ya tenemos una edad recordamos aquellas reuniones franquistas de los procuradores en Cortes donde siempre salían en la foto los representantes de las «cuatro provincias» africanas, con sus chilabas blancas. En su ADN imperial, pues, tanto es el Sahara como Cataluña. Provincias españolas.

A lo largo de la historia, los Estados vivieron de manera muy diferente el desmembramiento de sus imperios. La Gran Bretaña se apresuró a crear la Commonwealth, la «riqueza común» (y si mi blog se llama ‘Commonmisery’ es porque desgraciadamente, la humanidad comparte, sobre todo, la miseria). Aún ahora, el jefe de Estado de Canadá y Australia es la reina británica. Londres confía en la Commonwealth como salida a sus productos que tendrá más difícil vender en Europa, pero ya veremos si países tan potentes como la India o Nigeria se avienen, porque es posible que no quieran correr el riesgo de perder un mercado europeo de 500 millones de personas.

Putin sueña con ser el nuevo zar de todas las Rusias y «recupera» Crimea -que Khrushov cedió a Ucrania en los años 50- porque la nobleza rusa abandonaba San Petersburgo e iba al paraíso de la península del sur. Turquía piensa en la recuperación del imperio otomano, y también lo hace el ISIS, que quiere restituir el califato en la antigua Bagdad (parece muy claro que los creadores de ISIS son antiguos militares del régimen de Saddam Hussein). Aquí estamos ante el doble juego peligrosísimo que nos ha llevado a lo que ya es -no nos engañemos- la tercera guerra mundial.

El caso más parecido al imperialismo español es Francia, que se inventó los «territorios franceses de ultramar» que envían diputados a la Asamblea Francesa y son considerados (con mucha autonomía) parte de la República Francesa. Aunque hace sólo una semana, en la Guyana, hubo una huelga general por la desidia francesa y han tenido que ir corriendo a apagar fuegos, a un mes de las elecciones generales más complicadas de la historia francesa de las últimas décadas.

Con España, pues, no hay nada que hacer. Su ADN imperial le impide entender lo que está pasando en nuestro país. Somos una provincia, como lo era Cuba, que pidió a España un gobierno autónomo de verdad y, como España dijo que no, al cabo de unos meses se encontró con la independencia cubana. Aún no lo ha entendido. No lo entenderá nunca. Es una cuestión de ADN.

Visto, pues, desde esta perspectiva, debemos ser optimistas. Una buena parte de la superficie del planeta eran provincias españolas. Y ya no lo son.

GEOPOLITICA.CAT

 

 

(*) EDITORIAL VILAWEB

Vicent Partal

Escocia y España: comienza un baile que nos interesa mucho

Todos estos meses me han escuchado decir mil veces que cualquier toma de posición manifestada en la política internacional había que mantenerla en reserva, porque cuando pasan cosas importantes el juego cambia enseguida. Y este fin de semana, efectivamente, el juego ha cambiado después de un hecho mayor, clave: el Brexit.

El viernes el presidente del Consejo de la Unión Europea, Donald Tusk, reaccionó a la entrega de la carta oficial británica que invocaba el artículo 50. Hizo un discurso duro que ponía de relieve que la Unión Europea se acercaba al Brexit con un afán de venganza. Personalmente, creo que es un enorme error, pero las cosas son como son.

Fruto de este ánimo de venganza, el viernes supimos dos cosas. Que la Unión Europea alentaría la unificación de Irlanda y que daría a España prácticamente un acuerdo de veto sobre cualquier cosa que pueda pasar en el futuro respecto de Gibraltar. Ambas decisiones son muy fuertes y sorprendentes, pero tienen un trasfondo común evidente: ya que no podemos evitar que se vaya el Reino Unido, tratemos que se vaya la menor parte posible del Reino Unido.

Y el domingo nos despertamos con una sorpresa enorme: España anunciaba oficialmente que no haría nada para impedir la entrada de Escocia en la Unión. Es muy difícil, por no decir imposible, no relacionar la cuestión de Gibraltar con la de Escocia: cambio de cromos. Y es muy difícil, por no decir imposible, no entender que con esta declaración tan importante la Unión Europea comienza a dejar claro que también procurará que una Escocia independiente no se vaya. De modo que dejará el Brexit reducido al mínimo: lo dejará reducido solamente a los dos países que votaron irse, Inglaterra y Gales.

Llama la atención, por lo tanto, el cambio radical de la posición española. Recuerden que, apenas terminado el referéndum, Mariano Rajoy hizo célebre aquella frase: ‘Si el Reino Unido se va, Escocia se va’. El presidente español afirmaba, sin dejar ningún indicio de duda y con aquella contundencia con la que hablan ellos, que Escocia no tenía voz propia en el Brexit, que los tratados lo prohibían (cosa que es falsa), que, rotundamente, los miembros de la Unión Europea no harían ninguna negociación con Escocia y que si pasaba eso España lo vetaría. Bueno, pues ha sido hacerse efectivo el Brexit y, en cuarenta y ocho horas, volverse todo como un calcetín. Incluso la posición española.

¿Y cómo nos afectará a nosotros todo esto? Al respecto, hay algunas cosas que deberíamos vigilar muy de cerca.

1. El vuelco que se ha visto en pocas horas demuestra una vez más la flexibilidad de la Unión Europea a la hora de buscar soluciones. Lo que era imposible cuando sólo hablábamos en teoría pasa a ser posible de pronto, cuando hace un minuto que las negociaciones han comenzado.

2. El que no podía ser de ninguna manera interlocutor pasa inmediatamente a serlo, incluso sin necesidad de ser aún un Estado. Escocia no podía negociar ni tener ningún papel en el Brexit, pero de repente incluso España le apoya, a pesar de la incomodidad evidente que esto le causa.

3. Se hace mucho más claro cuál es el objetivo principal de la Unión Europea: mantener el máximo número posible de ciudadanos europeos dentro de la Unión Europea. Y si para ello tienen que tumbar fronteras las tiran. No sólo una sino tres de golpe: Irlanda, Gibraltar y Escocia. Retengan el dato para el caso catalán: mantener el máximo número de ciudadanos europeos dentro de la Unión, si es necesario tumbando las fronteras actuales.

Y todavía cuatro notas más sobre esto que acaba de hacer España. Ayer el gobierno español estaba eufórico y ya veían la bandera española ondeando sobre el peñón, creídos además que han pasado a ser una superpotencia en la UE con derecho de hacer lo que quieran. Yo les recomendaría un poco más de prudencia, por varias razones.

1. En realidad, la condición de Gibraltar no cambia en absoluto. La Unión Europea utiliza a España para hacer presión sobre el Reino Unido, pero ni reconoce que Gibraltar sea español ni asegura nada más que el hecho de que la opinión española sobre el peñasco será determinante. Como lo ha sido siempre hasta ahora en todas las negociaciones internacionales que ha habido. Hay que tener en cuenta, además, que el acuerdo reciente sobre el CETA con Canadá ha establecido el precedente de que los acuerdos comerciales de gran alcance deben ser aprobados por cada Estado miembro para poder entrar en vigor, lo que seguramente pasará con los acuerdos sobre la nueva relación comercial con el Reino Unido. De modo que la referencia es más retórica, y política, que legal y efectiva.

2. Pero en cambio, reconociendo que no vetará a Escocia, España da un paso de una gran incoherencia y que puede pagar muy caro. Enfurece a los británicos y origina un conflicto enorme con Londres, que puede tener repercusiones muy favorables para nosotros. Si hasta ahora el Reino Unido era muy prudente respecto de Cataluña, para no ampliar el problema de Escocia, de repente ya no tiene muchos motivos para que continúe siéndolo. Y tener a favor la anglofonía y la Commonwealth no es precisamente poco. Los británicos han interpretado la reacción española, a pesar de los matices, como un apoyo implícito a la independencia de Escocia y eso les ha dolido mucho.

3. España, reconociendo que no vetará a Escocia en el momento actual, cuando el Reino Unido opta por no dejar hacer el referéndum en Escocia, se aboca a aceptar una Escocia independiente dentro de la UE fruto de un referéndum unilateral. Y creo que no hay ni que explique el precedente que esto significa. El tiempo lo dirá.

y 4: España defiende, promueve, se alegra y hace bandera del cambio de una frontera actual, la de Gibraltar, con el argumento de que es importante que los gibraltareños mantengan la ciudadanía europea. ¿Cómo defenderá, tras la independencia, que los catalanes deben dejar de ser ciudadanos europeos sólo porque nosotros también defendemos y promovemos el cambio de una frontera actual?