Infiernos fiscales

«El agua es para apagar el infierno,

el fuego para quemar el paraíso»

Jeremy Taylor

 

En la industria del fraude fiscal internacional y en los delitos continuados de la estafa neoliberal, la dinámica global retruena de forma local: hoy, aquí y ahora, el fraude fiscal cuesta a cada ciudadano catalán 2.120 euros anuales. El volumen estimado de la gran evasión sube a 16.000 millones evaporados anualmente en Cataluña: recursos que pierde el país y que perdemos todas y todos. En total, 26.000 millones en los Países Catalanes. Se escribe tan rápido como los efectos inmediatos que genera: se carcome la democracia, se hipoteca el futuro y se vacían las arcas públicas, allí donde salían escuelas, hospitales y pensiones. Digo salían porque últimamente salen rescates bancarios de escándalo, facturas infames de autopistas vacías y resarcimientos públicos de infraestructuras privadas. Fiscalidad trial y desigualdad de impunidad: los de abajo no llegan, los del medio se ahogan y los de arriba se escapan. Capitalismo para los pobres, que diría Zizek, y socialismo para los ricos. Todo al revés.

Pero de todo el cartapacio impune y las mil caras vergonzantes del fraude, la evasión y la elusión fiscal -dúmping, Junckers, sicavs, amnistías fiscales y otras trampas-, lo peor del podio son los paraísos fiscales. Lacra y sangría, nos quedan aparentemente lejos pero nos afectan de cerca y a menudo lo que atesoran allí hurtado aquí. Simples buzones de correos, sociedades pantalla falsas y transferencias en un click por donde se escapa la opción de un país mejor. No tengan ninguna duda: si en la cárcel sólo hay pobres y disidentes, los paraísos fiscales son un acopio de tiburones transnacionales, delincuentes globales y corruptos de todo tipo que todo lo estropean. Guarecidos bajo el mismo paraguas de la cultura de la codicia, la voracidad de los carroñeros y la vocación depredadora que empobrece países enteros, agudiza desigualdades y vampiriza la democracia. Incluso las preferentes nacieron allí, de una brutal retorsión de las normativas fiscales: urdiendo la fuga, nutrían el engaño.

Hay más, claro: el vínculo estrecho paradisíaco con la factoría de la corrupción -otra forma de saqueo social y violencia de mercado- es directo, sistémico y funcional. Si los Pujol pasan por Andorra, Rato recala en Gibraltar y Almirall se fuga a Suiza. La economía global del delito del capitalismo furtivo también se mezcla: hay un cable memorable de Wikileaks desde la embajada de EEUU en Madrid en el que un fiscal se pregunta: «¿Por qué Cuatrecasas no para de defender a miembros de la mafia rusa?» Buena pregunta, aún sin respuesta.

De candente actualidad en el banquillo, ¿qué vincula una corrupción tan local como el caso Pretoria con Madeira, la isla de Niue del Pacífico Sur, Andorra o Suiza? Pues que es el circuito del pucherazo: lo que se roba aquí que se va hacia allí. A la postre, el caso de que sienta al exconsejero de Economía de la Generalitat y el exsecretario de Presidencia del pujolismo es elocuente. Patriotas de billetera y catalanes de paraíso fiscal como Alavedra y Prenafeta, la investigación arrancó en 2005 en una operación contra el despacho de abogados Pretus del paseo de Gracia, relacionado con la investigación contra el BBVA-Privanza. Sobre la mesa, una carpetilla con tres operaciones en Santa Coloma, Badalona y Sant Andreu de Llavaneres: el caso Pretoria. Pretus -de ahí el nombre de la operación- es el mismo despacho que asesoraba a los Carceller de Damm: 72 millones de fraude. Sin el concurso de determinados despachos de lujo; de comparsas, cómplices y mariachis, las recetas oscuras de la banca privada y los consejos opacos de las áreas de grandes patrimonios de las grandes entidades financieras esto sería imposible.

Ni casos aislados ni manzana podrida, el fraude es patrón de conducta de las élites: una industria global replena de mercenarios locales. Basta revisar los nombres de ‘los catalanes de la Falciani’ -el narcoempresario José Mestre, el vicepresidente del Barça Alfons Godall, el empresario Gustavo Buesa, el exdiputado del PSC Dídac Fàbregas o la tragaperras de Manuel Lao- por describir nuestra tropa del escaqueo. Que guardan parte de la fortuna -como todas las empresas del Ibex-35- en estos nuevos castillos feudales fortificados que son los paraísos fiscales: donde blindan el botín y consuman la estafa.

En nuestra casa -que ya no es casa de algunos, porque no tributan- la Plataforma por una Fiscalidad Justa participa desde hoy en la Semana de Acción Global contra los Paraísos Fiscales, recordando que la mitad del comercio mundial ya pasa por estos agujeros negros económicos. Una iniciativa global, coincidiendo con el primer aniversario de los ‘papeles de Panamá’, que tiene una doble implicación catalana, muy dialéctica y antagónica. Por arriba, los de siempre que siempre salen: de los Pujol a Vilarrubí pasando por Messi y Josep Lluís Núñez. Por abajo y por el contrario y donde anidan las esperanzas, los que se oponen abiertamente a una coalición social integrada por 50 entidades. Vindican una nueva cultura fiscal democrática -«Somos gente común, que colabora con sus impuestos al bienestar colectivo»- ante el hedor de las cloacas financieras. Porque por lo pronto, en toda tribu, sociedad o comunidad flotan dos tipos de listos: los tiranos de vocación y los ladrones de profesión. Los que quieren mandarlo todo y los que se aprovechan dejándonos sin nada. Contra ambos sólo disponemos de dos utensilios frágiles: la ética común y la democracia política. En la vertiente tributaria pasa lo mismo: cultura fiscal y democracia tributaria, debemos estar orgullosos de pagar impuestos, debemos admirar más a los inspectores de Hacienda y nos tenemos que implicar socialmente en las plataformas existentes.

Apenas hace un año Joan F. Mira invocaba «El capital según San Lucas» (*) para remachar la martingala, «en las bases teológicas de la bolsa, y en la modernidad del antiguo principio según el cual los pobres serán más pobres, los ricos más ricos, y los que protestan, degollados». Así vamos. Digno de protesta, escarnio o escrache: pacífico, público y simbólico. Evidentemente. Pero real, como todo lo que nos roban cada día, con plena impunidad y cargándoselo todo. Especialmente el futuro, que es el lugar donde pasaremos el resto de nuestros días. Si no dejamos que también nos lo roben.

#ForaParadisosFiscals #EndTaxHavens.

 

 

(*) EL PAIS

El capital según San Lucas

JOAN F. MIRA

Estas semanas de abril, después de la Pascua, cuando esperamos que el Salvador resucitado suba al cielo el día de la Ascensión y que también suba la bolsa y si es posible se recupere del todo -mientras en el País Valenciano esperamos inútilmente la lluvia que cae por todas las tierras de Occidente pero no en la nuestra, y mientras nos resignamos a soportar las noticias sobre los llamados papeles de Panamá-, son una buena ocasión para volver a leer atentamente el capítulo 19 del evangelio de san Lucas.

Leer regularmente las escrituras es empleo altamente saludable para el alma: obliga a pensar en el misterio, al menos, y a interpretar y aplicar la palabra sagrada. Jesús explica a los discípulos la parábola del hombre rico, que debía ser nombrado rey, se va de viaje, y encomienda a tres empleados la gestión de un determinado capital, a ver si lo negocian y lo aumentan. Cuando vuelve el hombre, ya proclamado rey, pide cuentas de la inversión, y al que ha multiplicado el capital por diez le hace gobernador de diez ciudades, y al que lo multiplicó por cinco le da cinco. Entonces se presenta el tercero, administrador demasiado prudente, que le dice: «Señor, aquí tienes tu dinero; que he tenido guardado en un pañuelo. Tenía miedo de ti porque eres un hombre exigente: reclamas lo que no has invertido y siegas lo que no sembraste».

Aquel señor del evangelio, emblema de la justicia suprema en la parábola, debía ser un capitalista sin escrúpulos, un especulador, un comprador de solares urbanizables: no un amigo del poder sino el poder mismo, como entre nosotros. El rico rey, pues, abronca al administrador demasiado prudente: ¿por qué no ponías al menos mi dinero en el banco, y ahora que he vuelto lo habría recobrado con intereses? Entonces, dice Lucas que dijo Jesús, lo que el rico dijo a los presentes: «Quitadle el dinero y dádselo al que tiene diez veces más». Y termina con la sentencia eterna: «Os lo aseguro: a todo el que tiene, se le dará más; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que le queda». Y, como de paso, mandó que mataran allí mismo a los ciudadanos que antes no le habían querido por rey. ‘Katasfáxate’, dice en griego: degolladlos.

Visto y leído esto, ya podemos ir meditando en los misterios inescrutables de la palabra divina (no sé cómo explican los exégetas este pasaje evangélico: supongo que muy positiva y espiritualmente), en las bases teológicas de la bolsa, y en la modernidad del antiguo principio de que los pobres serán más pobres, los ricos más ricos, y los que protestan, degollados.

ARA