El suicidio del Ártico

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Nota inicial: en este artículo realizamos un análisis sobre el problema del suicidio en Groenlandia, pero a lo largo del texto no incluimos ningún detalle sobre los métodos empleados por la gente para acabar con sus vidas. Tampoco especulamos sobre los motivos de ningún individuo concreto, ni describimos el acto del suicidio como otra cosa distinta a la que es. Esta es una cuestión de salud pública y, como todos los problemas de esta índole, el modo en que se trata afecta la capacidad colectiva de prevenirlo. La descripción gráfica y la glorificación pública del suicidio son potencialmente peligrosas para personas en riesgo de cometer suicidio. Para elaborar este artículo, se han seguido las directrices para periodistas publicadas en la página de la Fundación Americana para la Prevención del Suicidio.


En mayo de 1952, una nave zarpó del puerto de Nuuk –la capital de Groenlandia– rumbo a Copenhague. A bordo viajaban 22 niños inuit. Por entonces, la población de la mayor isla del mundo estaba sometida a dominio colonial, vivía de la pesca y la caza y sufría una grave epidemia de tuberculosis. Pocos nativos hablaban danés.

Al llegar al continente, los niños pasaron el verano en cuarentena. En el centro de acogida les dijeron que se trataba de un “campamento de verano”. Allí recibieron la visita de la Reina de Dinamarca. Por las noches siempre lloraban. Tenían saudades de casa.

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La Reina Ingrid ante los niños groenlandeses. Ninguno sonríe. BBC

Cuando el estío acabó, fueron realojados en familias de acogida para que aprendieran danés. Para diciembre, un semanario publicaba un artículo congratulándose del éxito del experimento. “El estilo de vida aquí en Dinamarca es muy diferente al que están acostumbrados estos hijos de la naturaleza, pero su capacidad de adaptación es notable. Las disputas –causadas por su adaptación a la civilización– ocurren muy raramente”, rezaba.

Al año siguiente, 16 de los 22 niños fueron repatriados a Groenlandia. Los restantes permanecieron en Dinamarca con sus familias de acogida. Cuando en el puerto de Nuuk se reencontraron con los de su clan, no pudieron contarles lo que habían vivido. Habían olvidado su lengua materna.

Los niños no fueron devueltos a sus familias, sino reubicados en un “orfanato” de Nuuk, “para que sus condiciones de vida no empeoraran”. El personal del orfanato era groenlandés, pero se le ordenó comunicarse en danés en todo momento con los niños.

Este fue un experimento social que formó parte de la modernización a marchas forzadas de Groenlandia. El objetivo, crear una élite danoparlante que alcanzase puestos de importancia en la administración de la isla, y trajera progreso. Las familias apenas fueron informadas de lo que acontecería a sus hijos, y el consentimiento de los progenitores solo se consiguió con mucha insistencia.

Aún hoy las víctimas se reúnen ocasionalmente. Solo que no son una élite. En su lugar, acabaron siendo un grupo marginal dentro de su propia sociedad. Sin lengua ni raíces, perdieron su identidad y sentido de pertenencia. Varios acabaron alcoholizados y murieron jóvenes.

El gobierno de Dinamarca aún no ha pedido disculpas por el episodio.

Para ampliar: La historia completa de aquellos niños. BBC

De daneses y groenlandeses

Aproximadamente desde el 1200 los inuit son hijos de la isla de Groenlandia, que conocen como Kalaallit Nunaat (“Nuestra Tierra”). En esa época la compartían (aunque con limitado contacto) con la colonia vikinga fundada por Erik el Rojo, al que debe su nombre actual. En un ejercicio de maestría publicitaria, el navegante la denominó “tierra verde”, frente a Islandia, cuyo topónimo significa “tierra del hielo”.

Tras un empeoramiento del clima, la colonia vikinga se extinguió. Los últimos esqueletos allí enterrados evidencian que sus dueños padecían malnutrición. Los inuit se enseñorearon del lugar. Incluso sin ocupación efectiva, el Reino de Dinamarca no dejó de considerar a Groenlandia su colonia. Prueba de ello es la inclusión de un oso polar en su escudo de armas en 1660.

En el siglo XVIII, Copenhague se volvió a interesar por la isla. Esta vez definitivamente. En 1721 envió una misión religiosa, para saber de los antiguos colonos vikingos y convertirles al protestantismo, pues se creía que al no haber tenido noticia de la Reforma protestante seguirían siendo católicos.

Para 1830 ya se había hecho patente que no quedaban supervivientes de la colonia fundada por Erik el Rojo. Entonces el objetivo prioritario de la colonización se tornó “civilizar” a los nativos. La base de este fin fue el evolucionismo social, extendido por Europa en la primera mitad del siglo XIX como sustrato ideológico del colonialismo.

La presencia danesa creció, y la inuit vio su modus vivendi cada vez más condicionado por ella. Por un lado, los esfuerzos evangelizadores privaron a muchos nativos de sus creencias tradicionales y, por otro, los colonos importaron de Europa enfermedades desconocidas por los sistemas inmunes de los inuit. La viruela o la tuberculosis causaron estragos.

La política de Dinamarca hacia Groenlandia era paternalista y exclusivista. Incluso los daneses debían conseguir un permiso especial para poder acceder. En los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial se intentaba preservar el estilo de vida de los cazadores inuit, censurándose que estuvieran siendo “malcriados” por los lujos occidentales y perdiendo autonomía. Había cierta concepción roussoniana en esta imagen del inuit como el “buen salvaje”, puro e inocente.

Durante la II Guerra Mundial, los caminos de Dinamarca y Groenlandia divergieron. La metrópoli quedó en la órbita nazi, aunque con relativa autonomía. La colonia, bajo tutela estadounidense previa autorización del embajador danés en Washington. Al término de la guerra, los estadounidenses –que habían garantizado los suministros a la isla–, se ofrecieron a comprarla por $100,000,000. Este fue el punto de inflexión para los daneses.

Se hizo evidente que ya no era posible mantener el aislamiento de la isla, y que la ocupación de Groenlandia aún era demasiado débil, haciéndola susceptible de ambiciones de otras potencias. Algo debía cambiar en la gestión de la cuestión. El qué, no estaba claro.

Se concedió a los estadounidenses su base más septentrional, Thule, clave durante la guerra fría. Dinamarca tenía mucho por ganar en Groenlandia con la pesca de la gamba y el fletán –un pez increíblemente codiciado hasta nuestros días–, pero antes debía ocuparse de las apariencias.

Ahora las superpotencias americana y soviética apoyaban la descolonización. Detrás, subyacía el deseo de ganar influencia en los nuevos Estados, sustituyendo a las anquilosadas potencias europeas. La consecuencia fue la mala imagen de los países colonizadores. Copenhague deseaba ser eliminada de la lista de potencias coloniales de la ONU. Así, en 1953 terminó constitucionalmente el estatus colonial de la isla, incorporada como una provincia.

La consigna fue tratar a los groenlandeses en pie de igualdad. La economía se orientaría hacia la pesca industrial y se promovería el Estado del Bienestar, que empezaba a tomar forma en los países nórdicos.

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Índice de Desarrollo Humano en 2010 de los países del entorno del Atlántico Septentrional. Groenlandia tiene un grado de desarrollo equivalente a Argelia

Se centralizó la población. Nuuk, antiguamente conocida como Godthåb (Buena Esperanza) se convirtió en destino de un creciente éxodo rural forzado. También las cabeceras de las demarcaciones administrativas en que se dividió el territorio. Desde un punto de vista práctico, era preciso concentrar la población para proveerla de servicios básicos en un territorio casi carente de carreteras. Las personas realojadas sufrieron los prejuicios de los habitantes de núcleos mayores.

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Kangeq, cerca del primer asentamiento danés, fue “cerrado” en 1973. Imagen de John W. Poole/NPR

Se cerraron literalmente decenas de asentamientos. El gobierno simplemente los eliminó de la lista. Sus habitantes fueron reasentados en bloques de hormigón que ofrecían todas las comodidades deseables. Menos una: el sentido de pertenencia que les proporcionaba su estilo de vida.

En conjunto Groenlandia pasó de una economía de subsistencia y autosuficiente basada en la caza y la pesca, a una economía basada en salarios, totalmente dependiente de la antigua metrópoli. Algunos intentaron ignorar su nueva condición. Pescaban a media tarde en el Puerto de Nuuk, cerca de las naves de la Royal Arctic Line.

En sólo unos años los groenlandeses pasaron de la prehistoria a la era posmoderna. De cazar el oso polar en nieves perpetuas a ver en la televisión la vida y milagros de la familia Simpson. No fue sin consecuencias.

Los suicidios llegaron a Groenlandia como una ola lenta pero inexorable. Primero afectaron a Nuuk a comienzos de los 70. Seguidamente se extendieron a otras localidades del suroeste isleño ­para –años más tarde– remontar la costa oeste hacia el norte. Al final de la década se dejaban notar en la Groenlandia oriental y septentrional.

De la misma forma que llegó, la oleada alcanzó su pico y se estabilizó siguiendo esa secuencia: capital, oeste, este y norte. No es casual; probablemente haya una correlación entre la llegada de Occidente –con su economía de salarios y subsidios de doble filo– a tierras árticas, y el comienzo del problema. Nuuk, por ser la capital, y el suroeste en genera –único lugar de la isla donde en ocasiones ha sido posible la agricultura– tienen un clima subpolar gracias a la Corriente del Golfo. Por ello tras alojar la colonia de Erik el Rojo, y ser epicentro de la colonización danesa, fue la primera región abofeteada por la modernidad.

Aunque los más añosos consideren el cambio acaecido en la isla positivo, el proceso no dejó de ser traumático. La brecha generacional se agrandó, dejando a jóvenes sin referentes y a mayores desconcertados. La familia perdió parte de su rol en la educación. La mujer se adaptó mejor, pues en la vida moderna también se esperaba también que realizara las tareas domésticas.

Los hombres se vieron especialmente afectados, pues la supervivencia del clan ya no dependía de sus actividades de caza y pesca y su rol quedó vacío de contenido. Con un desempleo galopante, las profesiones consideradas masculinas eran desempeñadas por daneses, sobre todo en los puestos más elevados. Existía un techo de cristal para los hombres inuit, que perdieron los canales de expresión de su virilidad (tradicional medida de la valía). Esto resultó letal.

En la Groenlandia de finales de los 80 los suicidios mataban más que el cáncer. 117 personas de cada 100.000 se quitaban la vida cada año. Esa cifra es 23 veces mayor que la de España y 27 que la de México. También supera de largo a Corea del Sur. Si China tuviera una tasa de suicidios similar, cada año se perderían tantas vidas como habitantes tienen Montevideo o Barcelona.

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Casos de suicidio por cada 100.000 habitantes entre 1972 y 1995. Markus J. Leineweber

Antes de los 70, aunque tenía menos incidencia que en Europa, el suicidio estaba relativamente normalizado en la cultura inuit. Los que suponían una lacra podían optar por terminar con sus vidas en aras del buen funcionamiento de la comunidad. Esta decisión era largamente meditada y con los sabios del clan que, llegado el momento, podían ofrecer asistencia.

El finado tenía 19 años. Había mencionado frecuentemente la cuestión del suicidio antes de cometerlo, aunque no había buscado ayuda para solucionar sus problemas emocionales. Previamente a cometerlo, su novia había terminado la relación afirmando que no volvería con él. El examen médico que se le realizó indicó que tenía 2.05 de alcohol en sangre. La noche de su muerte había estado ebrio en una fiesta, donde había discutido con su novia. Cuando volvió a casa se quitó la vida.

El caso ficticio previamente presentado –que se ajusta al suicidio tipo en la Groenlandia actual–, no se parece en nada al suicidio que se daba en las comunidades inuit. La prueba más evidente es que hoy, los suicidios del Ártico son cometidos precisamente por los más valiosos para la comunidad, los jóvenes. En los 90 se trataba de personas de entre 20 y 24 años; ahora, son los que tienen de 15 a 19 los más susceptibles de caer. Cinco de cada seis suicidas son hombres. El nicho de varones de hasta 19 años presenta tasas de suicidio que duplican el dato nacional.

Con frecuencia provenientes de familias en que se abusa del alcohol y hay violencia doméstica, los fallecidos a veces sufren abusos sexuales en su infancia, o experiencias límite. La ingesta de alcohol u otras sustancias horas antes del suicidio sucede en uno de cada tres casos. A esta debe unirse la disponibilidad de armas de fuego en una sociedad habituada a la caza.

Contrariamente a lo que se suele pensar, no es el invierno –cuando el perezoso sol de Nuuk sale a las 10:30 para acostarse a las 14:30– la época preferida por los suicidas; pues en el Gran Norte el espíritu está preparado para la oscuridad. La peor época es el verano, cuando las llamadas noches blancas alteran los ritmos circadianos de los groenlandeses produciendo trastornos del sueño y otros desórdenes. Es en esta época cuando se concentran la mayor parte de los suicidios.

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bar de clientela casi exclusivamente groenlandesa en Christiania, el barrio autogestionado de Copenhague. Es frecuente ver groenlandeses ebrios desde mediodía. Los turistas les confunden con asiáticos por sus rasgos y color de piel. www.kbhby.dk

La falla generacional causada por la modernización debilita la estructura social. Las personas tienen menos apoyos y frecuentemente presentan problemas para establecer y mantener vínculos a causa de una socialización deficiente. El alcohol sirve como revulsivo y el alcoholismo es ubicuo. Alcanzó su máximo en los 80, cuando el consumo de esta sustancia duplicaba la tasa danesa –de las más altas del mundo–. Hoy en día, aunque se bebe menos que en Dinamarca, el consumo tiene un impacto social mayor, pues los precios son mucho más elevados y aun así el consumo persiste.

Cada suicidio es simultáneamente profundamente personal y fuertemente influenciado por fuerzas socioculturales. Nunca son aislados. En comunidades nativas, de tamaño reducido, un solo suicidio puede encender una mecha que se expande como la pólvora o una enfermedad silenciosa. La cercanía del fenómeno facilita que sea visto como una salida válida a los problemas.

Siempre que ocurre, afecta profundamente a toda la comunidad, que se siente acorralada. No es exagerado decir que todos los groenlandeses conocen a alguien que se ha quitado la vida. El suicidio se siente, pero no se habla. Su presencia se vive en silencio.

Un futuro para el norte

Pese a todo el sufrimiento del pueblo inuit, lo más duro de la epidemia parece quedar atrás. Lentamente, se cubre la laguna de conocimiento sobre el fenómeno que afecta a Groenlandia con múltiples estudios y trabajo de campo. También se están cotejando los hallazgos con los obtenidos en otras regiones circumpolares que sufren el problema de modo similar, como Alaska o el norte de Canadá.

Los propios groenlandeses han conseguido organizarse para cubrir todos los niveles de actuación. En las escuelas se organizan grupos de prevención, incluso en las áreas más remotas del Este y del Norte. Cuando esta falla y hay una baja, se organiza rápidamente una terapia con la comunidad para que los allegados puedan expresar sus sentimientos y afrontar juntos la pérdida. Solo así es posible frenar el contagio. Ahora los psicólogos son groenlandeses. Con la apertura de la Universidad de Nuuk ya no dependen de los envíos de psicólogos daneses. Además, varias mujeres de mediana edad han organizado una red para mantener operativa permanentemente una línea telefónica de emergencia.

Los jóvenes están intentando recuperar el contacto con su ancestral patrimonio cultural. En Nuuk aumenta la oferta de clases de los tradicionales tambores inuit. Internet permite que la última hornada de groenlandeses se sienta conectada a toda la humanidad incluso en el más oscuro recoveco del fiordo más norteño. Su lengua es ahora la única oficial y eso hace que se desarrolle.

Hay esperanza para Groenlandia. No en vano los inuit son camaleones natos. Si han conseguido durante siglos hacer de uno de los lugares más inhóspitos del globo su hogar, seguramente acaben encontrando cómo conjugar su cultura con la nueva realidad global.

Ingerlaliinnaleqaagut (“Vivamos juntos”) es el sencillo más exitoso de la banda groenlandesa Nanook. Su nombre significa “gran oso”, en honor a la mayor de las deidades inuit, y emplean los tambores tradicionales con profusión. Pero sus formas son las del siglo XXI). Sus discos –casi siempre alegres– sobre esperanza, afrontar el pasado y la identidad consiguen vender 10.000 copias entre una población de menos de 50.000 habitantes.

Ooohhhh seguís avanzando

Sin necesitar mirar ya más atrás

Ooohhhh ooohhhh ooohhhh allá vamos, allá vamos

Con el acento puesto en avanzar.

http://elordenmundial.com/cultura-y-sociedad/suicidio-del-artico/