Un patriota de Bloomsbury

No hay duda de que la biografía de John Maynard Keynes debida a Robert Skidelsky es un gran libro. Pero menos la hay aún de que el biografiado fue un hombre excepcional. Me he reafirmado en estas ideas al leer, en una recopilación de los trabajos cortos de Raymond Carr, la recensión del libro de Skidelsky publicada por este gran historiador bajo el título “Un ardiente patriota de Bloomsbury”, el año 2000. En estos días en que el Brexit –la posible salida del Reino Unido de la UE– preocupa a muchos europeos, la lectura del texto de Carr me ha provocado dos reflexiones:

Primera. El error grave que supondría para el Reino Unido su salida de la Unión Europea. Hay que revisar, para captarlo, la siempre ensalzada y no tan efectiva relación especial del Reino Unido con EE.UU. Sostiene Carr, poniéndola en cuestión, que el punto culminante de la trayectoria pública de Keynes estuvo en sus negociaciones con los norteamericanos sobre el pago de la deuda de guerra contraída por Gran Bretaña. Dados los enormes sacrificios de su país para financiar la guerra contra los nazis, Keynes sostenía que, llegada la paz, el Reino Unido debería conservar recursos suficientes para tener la capacidad de acción independiente propia de una gran potencia. Pero EE.UU. no tenía interés alguno en ello. Roosevelt siempre quiso desmantelar el imperio británico, y su secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, pese a ser un feroz antinazi, quería que Gran Bretaña siguiese siendo dependiente de la ayuda norteamericana, y que Washington sustituyera a Londres como centro financiero del mundo. Para Roosevelt y los partidarios del new deal, el futuro de un mundo progresista radicaba en la cooperación EE.UU.-URSS. Gran Bretaña era tachada de potencia reaccionaria e imperialista.

El punto crucial de la negociación fue el préstamo de 1945 a Gran Bretaña, para refinanciar la enorme deuda de guerra con Estados Unidos. Para Keynes, sólo la ayuda americana podía evitar la contracción. A su juicio, EE.UU. debía aceptar la obligación moral de rescatar a Gran Bretaña con un subsidio a cambio de sus sacrificios de guerra para defender la libertad. Esto fue rechazado de plano. Keynes hubo de negociar un préstamo con intereses, y lograr que sus duras condiciones superasen las objeciones del nuevo gobierno laborista y fuesen aceptadas por el Banco de Inglaterra. Rehusar las condiciones norteamericanas equivalía al fin del acuerdo negociado en Bretton Woods, que para Keynes era la única forma de asegurar un sistema económico internacional estable. La lucha por la supervivencia de Gran Bretaña agotó a Keynes, ya enfermo, que murió al poco tiempo. La conclusión que extraer es evidente: Gran Bretaña sólo podrá preservar su posición y su ámbito de influencia internacionales en el marco de la Unión Europea. Sola, es un espejismo. Al amparo de Estados Unidos, una ilusión.

Segunda. El golpe mortal que la marcha del Reino Unido asestaría a la UE. Constituye un tópico afirmar que la UE es, en esencia, carolingia, es decir, franco-alemana. Y lo es, evidentemente, por su origen, al surgir como un remedio para los periódicos enfrentamientos entre Francia y Alemania, que incendiaban todo el continente. Y es cierto también que, en una primera etapa, el protagonismo de ambos países estuvo equilibrado, gracias a que una Alemania aún dividida participaba en la dirección con un brazo atado a la espalda. Pero, con la reunificación, este brazo se desligó y Alemania asumió en plenitud el protagonismo que corresponde a su dimensión, a su economía y a su voluntad, nunca desmentida, de hegemonía continental. Por tres veces, a lo largo del siglo XX, esta voluntad de hegemonía trató de hacerse efectiva. Las dos primeras por la fuerza de las armas sin conseguirlo, al ganar los anglosajones en el campo de batalla. La tercera, con éxito, al cristalizar mediante la supremacía económica. Lo que supone que, habiéndose alcanzado la unión monetaria sin que sean comunes los instrumentos básicos de la política económica, lejos de darse un paso adelante en la senda de la convergencia económica y de la posterior unión política, aumentan y aumentarán día a día las diferencias existentes entre los países poderosos y ricos, por un lado, y los países más débiles y pobres, por otro. Sólo Gran Bretaña puede neutralizar hoy la hegemonía alemana. Por tanto, si Gran Bretaña –que, significativamente, no quiso entrar en la zona euro– abandonase la Unión, ello sería un golpe fatal para esta.

Aunque se admita que el núcleo originario de la UE es franco-alemán, hay que añadir de inmediato que Europa ha sido y es mucho más que este núcleo. Están también los extravagantes: la península Ibérica, las islas Británicas y los países del este de Europa. Todos ellos son necesarios en la construcción europea. Y en este momento lo es, de un modo muy especial, el Reino Unido, básicamente por dos razones: el equilibrio y la tradición liberal que puede aportar.

LA VANGUARDIA