La vida breve de Eva Heyman

«Ahora me acabo de dar cuenta que ya me han pasado muchísimas cosas para recordar cuando sea mayor, incluso cuando sea vieja». Con este pensamiento que expresa la confianza en una vida larga -he vivido mucho y viviré mucho más todavía-, Eva Heyman inició a sus trece años y lo comunicó a su «pequeño diario», que más que un cuaderno de papel parece un personaje por la forma en que se dirige al mismo. Y es que más que escribir parece que le hable, da la impresión que le dice más que que le escribe. Y le dice que al tío Béla se lo llevaron, y le cuenta las amenazas que se ciernen sobre su vida y familia, sobre las amigas y vecinas. Y todo lo que dice sobrecoge porque cuando lo leemos vemos venir como terminará. Del futuro no para de repetir que quiere vivir; del pasado habla de manera dulce, y de su presente en cuenta la sorpresa y el miedo creciente que le da lo que ve porque teme que se le quiebre el futuro. Lo que dice Eva Heyman no es nada del otro mundo, al fin y al cabo es la naturaleza histórica de Europa, un mundo de deportación, angustia y futuro precario. Lo digo porque Eva cuenta cómo deportaron a su buena amiga debido a una disposición del gobierno húngaro de 1941 que expulsaba a 20.000 judíos porque aún no tenían la ciudadanía, y los entregaron a los alemanes, que los asesinaron masivamente en Ucrania, en el marco de las grandes matanzas centroeuropeas que tuvieron lugar en inmensos fosos, hoy bien documentados.

Sabemos tantas y tantas cosas de aquel tiempo que casi no hace falta decir más ni saber más detalles, porque lo que encoge el corazón no es el evento, sino el conjunto de la peripecia, o sea la historia. El sentido histórico es eso. Y es precisamente el sentido de la historia lo que demuestra que el mal es siempre un proyecto, nunca un azar, nunca un absurdo.

El dietario que ha publicado la editorial barcelonesa Gedisa con el título ‘He vivido tan poco’ ha llevado al catalán una versión hermosa y elegante de aquel documento. Hay un género del dietario, de la mirada biográfica que asoma fuera para mirar dentro, a uno mismo, y entender. Me atrevería a decir que no debemos considerar este género como exclusivo de la literatura. Leyendo el dietario de Eva Heyman el pensamiento se me iba a la obra de la pintora Charlotte Salomon y a la serie de gouaches en que cuenta el crecimiento del nazismo en su ciudad, Berlín, y que justo tituló ‘Vida o teatro’. La obra fue el resultado de un esfuerzo para recordar vivencias y encontrar sentido a lo que pasaba; y lo pintó muy lejos, en Villefranche-sur-Mer, cerca de Cannes. Tenía 26 años, era una refugiada joven, el gobierno francés de Vichy la detuvo y deportó. Murió pocos meses después en Auschwitz.

El recuerdo de los hechos es aconsejable, claro; pero me atrevería a decir que lo más conveniente es tener presente el esfuerzo para poder recordar, públicamente, aquellos acontecimientos, aquellos desastres. Su evocación parece hoy una obviedad, forma parte de lo que hay que conocer, condenar y conmemorar para ser bien aceptado. Pero ha costado mucho, por ejemplo en Cataluña. En enero de 1981 el diputado Josep Benet pidió al Govern si se añadía a la celebración internacional del 5 de mayo para conmemorar la liberación de los campos nazis «dado que miles de catalanes sufrieron en aquellos campos, muchísimos de los cuales murieron allí. ¿No cree el Gobierno de la Generalitat […] que para hacer conocer a las nuevas generaciones el sacrificio de aquellos miles de catalanes es conveniente que la conselleria de Enseñanza edite un cuaderno de recuerdo que se distribuya en todas las escuelas de Cataluña el próximo 5 de mayo en un acto de recuerdo y homenaje a los catalanes que murieron en los campos de concentración nazis? «(BOPC n. 18; p. 435). La respuesta del Gobierno la dio el consejero de Presidencia, Miquel Coll i Alentorn: «El gobierno de la Generalitat es consciente de la significación que tiene la conmemoración de la liberación de los campos de concentración nazis el día 5 de mayo, pero la pregunta del ilustre diputado tiene varias implicaciones que no pueden ser contestadas sin un detenido estudio en todos los aspectos y sobre las que el Gobierno debería decidir oportunamente lo que proceda» (BOPC n. 21; p. 435). El «detenido estudio de todos los aspectos» no se hizo nunca, claro.

Hoy una respuesta como esta es impensable, pero es bueno recordar que ha existido porque nos permite valorar el esfuerzo de muchos agentes sociales -entidades memoriales, escritores, profesionales de diversos ramos, cineastas, editores…- que han hecho que el estado de opinión cambiara y que las instituciones se hicieran eco y promovieran la conmemoración y el recuerdo que ilumina el presente. Ahora bien, como hablamos de conmemoraciones, y de un dietario -es decir de la transcripción de una experiencia vivida y pensada-, para mí el texto de Eva Heyman transmite un elemento singular, incuestionable: el Holocausto no fue -y por consiguiente no es- un asunto meramente judío, sino de implicación universal y, por tanto, su conmemoración no es patrimonio judío, ni de las víctimas no judías, es el triste patrimonio que compromete toda la sociedad: a los que colaboraron en el genocidio, a los que permanecieron indiferentes o asustados, y a los que resistieron y combatieron contra lo que pasaba. Hoy, las conmemoraciones del Holocausto forman parte del ritual de los estados democráticos (y de las dictaduras también, como China, que recuerda el gueto de Shanghai durante la ocupación japonesa), gracias a la perseverancia de entidades memoriales durante los tiempos difíciles; pero la apropiación conmemorativa de las víctimas corre el riesgo de aislar el recuerdo en el marco institucional, haciendo un ritual administrativo indiferente para ciudadanos y vecinos, impedidos de penetrar y dar sus propias versiones, sus iniciativas. Sea como sea, este libro da cuenta del tormento de una adolescente que para comprender y reivindicar la vida escribe, perpleja y asustada. La potencia del texto es justo esta, el esfuerzo por vivir; un ansia por la que pasan bicicletas y regalos de cumpleaños, desfiles militares de los ocupantes y desdén de conocidos, enamoramientos, minucias, chiquilladas y acontecimientos históricos que los acompañan. El último tramo de su vida no lo escribió. Enviada por el doctor Mengele a la cámara de gas, murió en Polonia el 17 de octubre de 1944. Lo último que Eva dijo en su dietario es: «Ya no puedo seguir escribiendo, pequeño diario mío, los ojos se me inunda de lágrimas. Me voy a encontrar a la Mariska».

ARA