CHERNOBIL

Hoy se cumplen 30 años de la explosión del reactor nuclear de la central de Chernobil. Fue el peor accidente nuclear de la historia. Pero las cifras de víctimas están todavía muy discutidas. Coincidiendo con estas fechas, se ha traducido al catalán La pregària de Txernòbil. Crònica del futur, de la premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévitx (Raig Verd editorial). Una crónica cruda sobre el peor accidente nuclear de la historia.

 

En primera persona

El 26 de abril de 1986 hubo una explosión en la central nuclear de Chernobil, por un error humano. A causa del viento, la mayor parte de la contaminación no fue a parar a Ucrania, donde está Chernobil, sino a Bielorrusia, porque la central estaba muy cerca de la frontera. La familia de Svetlana Aleksiévitx vivía a un centenar de kilómetros de la central. Ella fue, pues, testigo presencial de cómo la gente sufría las consecuencias de la radiación. La madre de la escritora se volvió ciega: ella está convencida de que fue a causa del accidente nuclear. Muchos de sus vecinos y conocidos sufrieron, de una forma u otra, las consecuencias directas de la explosión.

 

Un largo silencio

La autora bielorrusa tardó lustros en escribir esta obra. Mientras escritores de toda la URSS y del mundo entero escribían relatos sobre aquello que había pasado, Svetlana Aleksiévitx, que no vivía muy lejos de la central, y que vivió directamente las consecuencias del accidente, no podía escribir nada. Estaba desconcertada, como muchos de sus conciudadanos: “No se encontraban palabras para unos sentimientos así”. Y eso que Aleksiévitx ya tenía experiencia en trabajar temas duros: había escrito sobre las mujeres rusas a la II Guerra Mundial, y había oído relatos de violaciones, de torturas, de ejecuciones de parientes, de muerte de hijos… Y en Los chicos del cinc había explorado la guerra de Afganistán, el Vietnam soviético, donde miles de soldados soviéticos perdieron la vida en una guerra que no comprendían.

 

Escribir en nombre de los otros

Cuando Aleksiévitx recibió el Nobel pronunció un discurso en que explicaba su trayectoria: “El camino hasta esta tribuna ha sido largo. Me he pasado casi cuarenta años yendo de persona en persona, de voz en voz”. La clave de la técnica narrativa de la premio Nobel es la grabación de conversaciones. Porque cree que cuando la realidad es tan trágica como la guerra de Afganistán o Chernobil, el escritor “no tiene derecho a inventar. Hay que transmitir la realidad tal como es. Son los testigos los que tienen que hablar”.

 

Unos daños sin evaluar

El gobierno soviético, cuando hablaba de Chernobil, se limitaba a mencionar a las 31 víctimas que murieron en la explosión de la central y en las horas posteriores. Pero nadie sabe realmente cuánta gente resultó contaminada. Decenas de miles, seguro; centenares de miles, quizá. A los habitantes de la región que recibieron radiación, se les debe añadir los «liquidadores», los soldados y civiles enviados a descontaminar la zona y que iban casi sin protección. Pero también mucha otra gente que recibió la radiación por otras vías: enfermeras y médicos que trataban a los enfermos, parientes que convivían con gente que recibía muchas radiaciones, mujeres que lavaban, a mano, la ropa de los «liquidadores»…

 

Contabilidad imposible

Buena parte de los efectos de la radiación se manifiestan a largo plazo. Y es difícil determinar si una persona sufre determinado problema como consecuencia de la radiación, o no. Pero está claro que en la zona próxima a la central se manifiesta un índice extraordinariamente alto de malformaciones genéticas y de ciertas enfermedades, como cánceres. Hay estudios que elevan las víctimas del accidente nuclear a 60.000 muertos y 165.000 discapacitados. Pero además de la gente que ha tenido problemas de salud, hay muchos más que se vieron afectados de otras formas. Los que perdieron a aquellos que amaban. Los que tuvieron que salir de sus casas a toda prisa y no han podido volver nunca más. Los que perdieron sus trabajos. Los que vieron sus familias partidas. Los que ven como sus amigos y sus parejas se alejan de ellos. Los que están aterrorizados porque temen que les aparezcan los efectos de la radiación. Los que han tenido hijos con malformaciones…

 

Espectro de víctimas

La pregària de Txernòbil se organiza en base a una serie de entrevistas a afectados por la explosión. E intenta buscar el espectro más amplio posible de víctimas: enfermos terminales por la radiación, viudas de bomberos, hijos de liquidadores muertos, soldados que participaron en la limpieza, mujeres que han tenido hijos con malformaciones, gente que se negó a ser evacuada, familias que se tuvieron que marchar de sus casas, saqueadores que se instalaron en la zona para quitar lo que había en la región…

 

Guerra sin enemigo a la vista

Aleksiévitx denuncia que el régimen soviético trató la catástrofe como una guerra. Envió a centenares de miles de “liquidadores” a talar árboles, enterrar la tierra contaminada y construir un sarcófago para tapar la central. Donde los robots se estropeaban, a causa de la radiación, el régimen enviaba a hombres. Hombres que resistían más que la maquinaria. Los medios rusos quisieron presentar la lucha contra la radiación como una batalla llena de héroes. Pero la radiación era un enemigo invisible, contra el que los sentidos no podían nada.

 

¿Héroes, suicidas o títeres?

El régimen tardosoviético, aunque proclamaba a los cuatro vientos su voluntad de glasnost («transparencia»), actuó con absoluta opacidad en Chernobil. Presentó a los liquidadores como héroes que salvaban el país. Pero éstos no sabían ni la radiación que recibían ni los efectos que podría provocar a largo plazo a su salud. Buena parte de los que trabajaron en la zona después de la explosión no tenían la protección necesaria. Algunos de los que fueron entusiasmados, hoy en día están inválidos, enfermos… Al ser entrevistados por Aleksiévich, se sienten muy arrepentidos de haber ido y consideraban que los habían manipulado aprovechando la poca información que tenían.

 

Muchos culpables, en la calle

Buena parte de las víctimas lo fueron por la desidia y la mala gestión del gobierno: enfermaron porque no tenían protección, porque siguieron comiendo productos radiactivos ya que no tenían alternativa, porque no se descontaminaron después de sufrir la radiación, porque no se les hizo un seguimiento médico adecuado… Y los recortes de los últimos años todavía han provocado un empeoramiento de la situación de las víctimas. Los máximos responsables del desastre están libres. Se ha preferido hacer recaer la culpa, sólo, en los técnicos que estaban en la central en el momento de la explosión.

 

Una “novela de voces”

La autora bielorrusa cree que la verdad es dispersa: cada uno tiene un fragmento, y por lo tanto para reconstruirla es necesario buscar las voces dispersas y agruparlas. Y no hace falta que sean las voces de grandes expertos, a Aleksiévitx le interesa “el hombre pequeño, el gran pequeño hombre”. La pregària de Txernòbil se construye en base a un mosaico de declaraciones de afectados por la explosión. Todo en primera persona: la autora suele ocultarse detrás de sus entrevistados. La obra de Aleksiévich tiene la ventaja de crearte una gran empatía con los personajes que hablan. Es una obra de no ficción, a partir de testigos diferentes, pero alcanza una gran coherencia interna, porque hay un trabajo literario muy preciosista de reelaboración de los textos.

 

El hombre post-soviético

Aleksiévitx no puede dejar de relacionar el comportamiento y las valoraciones de sus entrevistados con la cultura soviética. Afirma que las reacciones de muchas víctimas tiene que ver con la formación recibida durante los años de estalinismo: la visión militar de todo, la resignación, la falta de transparencia, la capacidad de sacrificio… La Nobel se refiere a menudo al hombre post-soviético. Pero ella no osa criticarlo, ya que dice que muchos de sus conocidos, empezando por su padre, son frutos del periodo soviético.

 

El desierto de Chernobil

La central de Chernobil continuó en funcionamiento hasta 2000, porque Ucrania dependía tanto de la energía atómica que no podía cerrarla. El reactor 4, el que explotó, hoy en día está rodeado de un inmenso sarcófago, construido a toda prisa, que tiene muchas fugas. Por eso ahora se está construyendo otro, que todavía tardará algunos años en estar acabado. La zona que rodea la central, en un radio de 30 km, se ha declarado zona de exclusión: nadie puede vivir, nadie puede pasear, nadie hace actividades económicas… Se cree que el periodo de exclusión superará el millar de años. Y justamente por eso cada vez hay más animales en la zona. Nadie los molesta. Y nadie los caza, porque son altamente radiactivos y peligrosos para la salud. En Bielorrusia han optado por convertir la región en un parque natural. Se encuentran especies que en el resto del país están en peligro de extinción.

 

El retorno al átomo

Este libro aparece en un momento en que la energía nuclear vuelve a estar de moda. Ante las evidencias del calentamiento global provocado por el consumo de combustibles fósiles, se vuelve a tomar la energía nuclear como modelo de energía “limpia” (comparativamente) y se multiplican los proyectos de construcción de nuevas centrales. Estas centrales son más seguras que la de Chernobil, que ya en la época estaba muy desfasada, pero no está claro que puedan quedar indemnes ante alguna catástrofe natural, ante algún error humano, o ante algún ataque terrorista… Y queda el interrogante de qué hacer con los residuos y como garantizar su vigilancia hasta su completa neutralización: algunos tienen una vigencia de más de 6.000 años. Es un problema global, porque, como recuerda la Nobel, la radioactividad no reconoce las fronteras. El texto de Aleksiévitx obliga a volver a poner sobre la mesa a uno de los problemas del mundo moderno.

EL NACIONAL.CAT