Vuelve el Tercio de Zamora

La manera de negociar el posible acuerdo de gobierno en España no tiene nada que ver con lo que sucedió hasta hace un mes en Cataluña. Aquí las dificultades venían de la necesidad de lograr un pacto entre dos formaciones muy distanciadas entre sí, entre un juntos por el Sí que tiene un ala democristiana y una CUP que tiene una rama antisistema y recelosa de la política parlamentaria. Era ciertamente muy costoso. Esto no tiene nada que ver con lo que sucede en España, donde ya me explicarán qué diferencia de fondo hay entre el socialista Pedro Sánchez y un Pablo Iglesias que abandonó hace tiempo todo rastro del 15-M, y qué problema puede tener para ellos un Rivera que cada día tiene más aroma de político profesional.

El problema es más de fondo, y son las dificultades que tienen los partidos españoles para ceder. No es un problema estrictamente del PP; en España la negociación se ve como una cesión vergonzante y eso dificulta cualquier cultura de coalición.

Pero esta actitud no es esnobismo y está muy acreditada en la cultura política española desde hace siglos. El episodio del Tercio de Zamora en Empel (Holanda), inmortalizado incluso en pintura contemporánea, es un emblema de esta manera de hacer. En diciembre de 1585 el Tercio de Zamora quedó sitiado y en una pésima posición estratégica ante las fuerzas navales holandesas. El comandante de las fuerzas de los Países Bajos ofreció una rendición honrosa a los españoles pero la respuesta de estos sería de las que pasan a la historia: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos», les soltó el maestro de campo Francisco de Bobadilla con una hiperbólica altivez.

Al final los españoles lograron fugarse del acoso holandés, pero esto fue una mala noticia, porque se consolidó en su cultura política el sentido del honor por encima del pragmatismo de la negociación. Se arraigó tanto esta cultura que la frase incluso reapareció durante el asedio francés a Zaragoza en el siglo XIX. Hemos pagado sus consecuencias todas y cada una de las generaciones. Desde las fatídicas dos Españas a la negación a aceptar la plurinacionalidad.

La cultura política española no es comerciante. Desprecia negociar y está bien visto mantener las posiciones contra viento y marea. Intente hacer sobre estas brasas históricas un gobierno de coalición y verá el pan que se obtiene. Escuche las declaraciones diarias de los dirigentes políticos y verá como repiten el patrón, como si no pasaran las décadas. Sólo la todopoderosa economía puede forzar la corrección hacia el pragmatismo, pero la política habrá pagado un precio. Es lo que hay.

EL MÓN