Los informes, la nueva propaganda

Los informes que fabrican índices y tasas se han convertido en grandes instrumentos de propaganda de las instituciones que necesitan ganar notoriedad. Los hay de todo tipo. Sobre el riesgo de pobreza, la desigualdad, la felicidad, la calidad de la democracia, el éxito educativo… Cuanto más prometa y más perturbadora sea la tasa, más eco obtiene. El caso del índice de riesgo de pobreza, convertido en el número de pobres, es ejemplar de cómo se aprovecha una confusión conceptual. Otros suelen buscar fechas señaladas para conseguir más impacto mediático y emocional. Como el de Oxfam sobre la desigualdad que se publica durante el Foro Económico de Davos. O en Navidad, para tocar la fibra sensible y pasar la bandeja.

Tanto da que los expertos discutan el interés de estos índices -como es el caso de PISA- o de si miden lo que prometen. Los medios de comunicación los convierten en noticia, en realidad, con un absoluto acriticismo. No tienen en cuenta si parten de bases de datos fiables, ni los artificios contables en que se sustentan, ni los intereses que tienen los que los pagan. Puede ser una empresa farmacéutica que prepara la aparición de un nuevo medicamento. O un medio de comunicación, una institución financiera o una escuela de negocios que quiere convertirse en referente de la vida política, económica o empresarial. O una ONG, que crece en función del grado de miseria que puede denunciar. Y no nos dejemos los rankings de universidades -siempre descontextualizados- tras de cuya fabricación a menudo hay buenos negocios. Puedo dar testimonio del caso, cuando era decano de mi facultad, de uno de estos instrumentos que para salir en él había que pagar la cuota correspondiente.

Tampoco nadie compara estos índices entre ellos porque mostrarían inconsistencias dramáticas… o cómicas. Así, un informe puede decir que los desahucios son causa de suicidio -tanto da si establecen causalidades no demostradas-, mientras que otro nos dice que la cifra hace muchos años que es estable o que va disminuyendo. O, para un mismo país, podríamos observar que una tasa de desigualdad grave no es incompatible con un índice alto de felicidad. Y es que los informes obtienen su credibilidad mediática no de su calidad técnica, sino de que se acomoden a los prejuicios ideológicos del medio o del periodista. Es más: sólo se suelen publicar cuando coinciden con ellos.

Es el mismo caso de los sondeos de opinión. En pocas ocasiones se dan los datos técnicos: el método de encuesta, la muestra, las cuotas, los márgenes de error o quién lo ha hecho. De modo que muchas de las especulaciones -por ejemplo, alrededor del incremento o la pérdida de intención de voto- quedarían en nada si se tuvieran en cuenta estas cuestiones. Pero entonces ya no habría noticia. Por lo tanto, lo más práctico es ignorarlo, no sea que una buena y sencilla información estropeara una mala gran noticia.

Por razones de oficio, soy usuario de informes y sondeos, y hasta he contribuido a hacerlos. Son herramientas muy útiles, pero sólo si se utilizan con sentido crítico. Es decir, cuando se toma conciencia tanto de sus posibilidades como de sus límites. Pero convertidas en propaganda, leídas como verdades científicas o como soporte de la corrección política, simplemente se convierten en mentiras peligrosas.

ARA