La lección griega

Siete meses de inestabilidad política, de promesas rotas, de una escisión interna por haber capitulado en Bruselas después de un referéndum que ganó y la pérdida de un tercio de los diputados de su partido no han dañado el capital político de Alexis Tsipras. El primer ministro griego volvió a dar la sorpresa el pasado domingo al ganar las elecciones y revalidar así los buenos resultados en las urnas que había obtenido en enero de este año, cuando se convirtió en el primer líder de la izquierda alternativa llegar al poder en un país de la Unión Europea.

Tsipras consiguió su primera victoria en el contexto de la crisis del euro y porque prometió poner fin a la austeridad impuesta por Bruselas. El clamor popular le encaramó, aunque entonces Syriza no consiguió, como también ha ocurrido ahora, la mayoría absoluta y tuvo que pactar con los nacionalistas de derecha, el partido Griegos Independientes. Los radicales siempre buscan extraños compañeros de cama para reforzar la idea de que son realmente nuevos respecto a la izquierda tradicional. Se ve que ni los liberales de To Potami ni los socialdemócratas del PASOK eran buen aliados para atizar un discurso populista contra el llamado austericidio, al frente del cual se situó un nuevo personaje: el arrogante académico Iannis Varufakis, que ni siquiera vivía en Grecia, y que fue nombrado ministro de Economía. Él fue el responsable del sainete que ha acabado ahora con la nueva victoria de Tsipras, que sólo ha perdido cuatro diputados de los que tenía.

El giro que Tsipras dio a las negociaciones con Bruselas tras la dimisión de Varufakis le permitió hacer dos cosas. La primera es que se deshizo de los extremistas, que se escindieron para crear un nuevo partido, Unidad Popular, que en estas elecciones no han obtenido ni siquiera representación parlamentaria. La segunda, efecto de este giro «centrista», es que al final se ha impuesto una especie de pragmatismo popular que acerca a Tsipras a los estándares de lo que ha sido siempre la socialdemocracia, especialmente la alemana, la cual sigue siendo el mejor ejemplo de partido socialista no marxista capaz de liderar la recuperación económica de su país y pactar, si cree que conviene, con sus adversarios, la CDU de Angela Merkel. Es el patriotismo constitucional hecho realidad.

La lección de Grecia es clara. Todo el mundo sabe, porque es público y notorio, que los deberes del nuevo gobierno griego una vez pactado el tercer rescate serán dolorosos: recortes, privatizaciones y más impuestos. Esta vez Syriza no ha engañado a los electores griegos y éstos no han tenido miedo y han confiado en un hombre, Tsipras, a quien sus adversarios, incluyendo sus antiguos aliados, querrían verlo fracasado. La rotunda victoria del primer ministro griego fue estimulada por la coincidencia entre la política del miedo promovida por la derecha y Bruselas y el extremismo frívolo de los disidentes. Como también ocurre en Cataluña, los griegos han sido bombardeados por la derecha y la extrema izquierda y al final los electores han decidido confiar en el hombre que más claramente les ha expuesto los términos de lo que los extremistas consideran una rendición. Tsipras ha tenido que hacer un cursillo acelerado de pragmatismo y lo ha aprobado.

La crisis política griega ha tenido y tendrá muchos costes, políticos y humanitarios, porque la pobreza está muy extendida y el episodio de los refugiados no ayuda a apaciguarla. De hecho, los lugares por donde han entrado los refugiados son los únicos donde el partido de la extrema derecha xenófoba, Alba Dorada, ha incrementado su voto. Ahora bien, la desconfianza de los griegos hacia la política es más que evidente, dado que la participación electoral ha sido baja, situándose en el 55%, ocho puntos menos que en los últimos comicios. Tsipras deberá reflexionar sobre el porqué de la desafección democrática de unos electores desengañados por sus exageradas promesas anteriores, cocinadas en laboratorios como el centro donde trabajaba Varufakis, en la Universidad de Texas, junto a James K. Galbraith, otro «economista mágico». Tsipras debería haber sabido que la grandilocuencia de enero acabaría como ha acabado, en papel mojado, y habría ahorrado a los griegos el viacrucis político, asociado al hundimiento social, por el que han tenido que pasar.

La izquierda catalana quiere sacar partido de la victoria de Syriza, pero ahora mismo Tsipras ya no tiene tantos amigos como tenía. Podemos y Cataluña sique se Puede han quedado sin referente después de que Unidad Popular haya descarrilado. En Barcelona, ​​sin embargo, el nuevo Ayuntamiento invita a Varufakis (15 de octubre), el ministro del desastre, a participar en un ciclo de conferencias denominadas genéricamente DO Europa y comisariadas por la periodista Mònica Terribas. Que Dios nos coja confesados ​​si este diletante nos debe guiar hacia la tierra prometida desde las ruinas del Born.

EL PUNT-AVUI