Genocidio armenio

1915-2015: Cien años del comienzo del genocidio contra el pueblo armenio

La antesala del genocidio armenio

 

Luciano Andrés Valencia

REBELIÓN

Entre 1915 y 1923 el Imperio Otomano y su sucesor el Estado de Turquía llevaron a cabo un genocidio contra el pueblo armenio que implicó la ejecución de más de 1,5 millón de personas, a los que hay que sumar las deportaciones, la reclusión en campos de concentración, las torturas y la trata de mujeres y niñas para los harenes.

Pero este genocidio tuvo como antesala las masacres ocurridas en la década de 1890 durante el gobierno del sultán Abdul Hamid II y la doble masacre de Adaná de 1909 durante el gobierno de los Jóvenes Turcos que habían accedido al poder tras una revolución que prometía la instauración de un Estado liberal y democrático. Estas masacres pueden considerarse la “antesala” o “pruebas experimentales” –de acuerdo a la expresión de Rita Kuyumciyan (2009: 34)- en donde se aplicaron por primera vez los métodos de exterminio que se utilizarían en el posterior genocidio.

 

El Pueblo Armenio en el Imperio Otomano

El lugar histórico de asentamiento del pueblo armenio o “Hai” (como se denominan a si mismos) se sitúa en el territorio comprendido entre el Eufrates y el Cáucaso, próximo a los lagos Van y Seván, y las montañas que rodean el Monte Ararat (en la actual Turquía). Aunque existen diversas teorías en torno a su origen, en general se admite que los proto-armenios, de origen indoario, se asentaron en Anatolia provenientes de los Balcanes hacia el año 1200 AC. Otra teoría sostiene que provienen de los Urartos, un pueblo originario de la región. La actual capital Erevan o Yerevan se fundó en el 782 AC por el rey urarto Argishti I y en el siglo IV surgió un reino armenio bajo la dinastía oróntida.

La posición estratégica de la meseta armenia para el cruce de caravanas entre Oriente y Occidente, fue el determinante de numerosas campañas militares. Jenofonte describió la retirada de 10 mil griegos entre los años 401 y 400 AC y testimonió que en la meseta se explotaban trigales, horticultura, ganadería, vinicultura y frutales (Granovsky, 2013).

Entre los siglo VI y IV AC estuvieron bajo dominio del Imperio Persa, absorviendo elementos de su cultura. Luego sufrieron la dominación por parte de Alejandro de Macedonia hasta que pasaron a fomar parte del Imperio Seleucida. Tras la disgregación de este último obtuvieron su independencia dos reinos armenios, que en el 95 AC fueron unificados por Tigran I “el Grande” (144- 55 AC) quién lo expandió desde el Caucaso y el Mar Caspio hasta Cilicia y del Pontus a Siria y al norte de la Mesopotamia convirtiéndolo en una potencia. No obstante este reino fue conquistado en quince años después por los generales romanos Lucio Licinio Luculo y Cneo Pompeyo, incorporándolo al Imperio y pasándo Tigran a ser vasallo de Roma. Pese a las distintas dominaciones, el pueblo armenio mantuvo la unidad gracias a su cultura. La adopción del cristianismo como religión oficial durante el Imperio Romano y la aprobación de un alfabeto específico contribuyeron a la afirmación cultural del pueblo armenio (Asimov, 2007: 113; Boulgourdjian, 1997: 29- 31).

En el año 1064 una invasión selyúcida acabó con el reino de la Armenia Mayor, en donde comunidades árabes y armenias convivían en armonía y libertad religiosa. El príncipe bagrátida Ruben dirigió una emigración hasta la región de Cilicia, frente a la isla de Chipre, donde había asentadas colonias armenias. Allí se creó el Reino de la Armenia Menor, último estado armenio independiente, que sucumbió en 1375 bajo la dominación de los mamelucos (Boulgourdjian, 1997: 31- 32). Mas tarde este territorio sufrió la invasión por parte de los mongoles, los tártaros y los turcomanos, hasta que el Imperio Otomano lo conquistó en 1514.

Hacia el siglo XVI el pueblo armenio estaba dividido entre dos imperios musulmanes rivales: el Otomano (de mayoría sunnita) y el Persa (de mayoría chíita). En el siglo XIX el Imperio Ruso Zarista conquistó gran parte del Imperio Persa y sustituyó su dominación. Para entonces, la mayor parte del pueblo armenio se encontraba en la parte otomana dedicándose a la agricultura, que ocupaba el 90% de la población.

La organización socio- política del Imperio Otomano se cimentaba en el poder de la elite de musulmanes otomanos. Los grupos religiosos no musulmanes estaban organizados según sus confesiones en una estructura étnica- religiosa llamada Millet (nación o comunidad religiosa). En un imperio multiétnico, los armenios y otros pueblos eran considerados ciudadanos inferiores, y de acuerdo a la ley islámica, tenían el estatus de Dhimmi (súbditos protegidos no musulmanes de un Estado musulmán).

Se ha sostenido que el Imperio era tolerante con las minorías, pero en el caso de los Dhimmi eran discriminados, pues vivían en condiciones de inferioridad con respecto a la población musulmana, carecían de derechos políticos y sociales, y eran excluidos del aparato estatal. Así como otras minorías despreciadas, los armenios eran apartados de funciones como las fuerzas armadas, el gobierno y la administración pública. Eso llevó a que se desempeñaran en otras actividades como el comercio y la industria, llegando a tener ingresos mayores a los que hubieran tenido como empleados estatales. Eso generó recelos entre la población otomana musulmana (Boulgourdjian, 2010: 2-3).

A lo largo del siglo XIX la intelectualidad laica armenia desplazó a la Iglesia de su lugar monopólico en lo cultural y lingüistico. La prensa ayudó a comunicar a las poblaciones dispersas, incluyendo las comunidades armenias europeas y asiáticas1. La literatura jugó otro rol trascendente en la concientización del pueblo armenio. En lo político influyó el renacimiento de los nacionalismos entre los diversos pueblos que componían el Imperio llevando a la independencia de Grecia entre 1821 y 1830, y las revueltas búlgaras que culminarían en la independencia de Bulgaria, Rumania, Serbia y Montenegro2.

Ante esta situación el gobierno otomano inició un movimiento reformista denominado Tanzimat o Reordenamiento que se proponía reestructurar el Estado Imperial a través de la creación de un ejército moderno, cobro de impuestos en dinero y otras reformas. Una ley de 1839 declaraba la igualdad entre todas las nacionalidades y etnias del Imperio, y la de 1856 prohibía los prejuicios y discriminación contra las minorías no musulmanas. Estas medidas formaron parte de la Constitución Otomana de 1876 (Dadrian, 2006: 61).

Aun cuando como Millet, el pueblo armenio gozaban de autonomía en asuntos espirituales, y algunos administrativos o judiciales, en casi todo otro aspecto estaba relegados al poder imperial. A pesar de ello pudieron establecer una relación simbiótica con las autoridades musulmanas, siendo recompensadas como “nación leal”. Animados por las reformas de Tanzimat, los pueblos comenzaron a hacer llegar sus reclamos a la Sublime Puerta –sede del gobierno otomano- a través de su patriarca en Constantinopla. Entre 1850 y 1870 elevó 537 notas referidas a las depredaciones, secuestros y asesinatos por bandoleros, y los impuestos confiscatorios y corrupción de funcionarios imperiales. Por lo general estos reclamos fueron ignorados (Dadrian, 2006: 91).

Los antecedentes del Genocidio deben ser rastreados, por un lado, en las aspiraciones del pueblo armenio por transformar su condición de inferioridad en el marco de la sociedad musulmana a partir de las reformas de Tanzimat y, por el otro, en las aspiraciones de la sociedad turca para cambiar el monopolio que en la actividad económica ejercían las minorías no-musulmanas (Boulgourdjian, 2010: 4).

 

Las Masacres Hamidianas (1894-1896)

La llegada al poder del sultán Abdul Hamid en 1876 marcó el inicio de la decadencia del Imperio. Tras sufrir la derrota en la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878 el “Sultán Rojo” –como se lo conoció-, abolió la Constitución aprobada dos años antes, rechazó la creación del Parlamento e inició una etapa de autoritarismo absolutista que tendría como víctima a las minorías étnicas y nacionales del Imperio.

La derrota militar produjo varias consecuencias que lesionaron la convivencia entre las distintas naciones del Imperio. Una de ellas fue la llegada masiva a la península de Anatolia de inmigrantes circasianos y tártaros expulsados de Rusia y los Balcanes, que fueron ubicados en las provincias de mayoría armenia como Erzerum, Van, Bitlis, Diarbekir, Mamuret ül Aziz y Sivas. Estos inmigrantes encontraron amparo en leyes retrógradas del Imperio como la Haffir o Derecho de Pillaje contra poblaciones cristianas y la Hamidiyé que establecía que “cualquier musulmán puede probar su sable en el cuello de un cristiano” (Granovsky, 2013).

A esto se le sumó la acusación de que los armenios colaboraban con las tropas rusas que ocupaban las provincias otomanas de Batún, Ardahán y Kars. Como respuesta a esto, paramilitares kurdos, circasianos y tártaros saquearon viviendas armenias masacrando a quienes oponían resistencia, ante la pasividad y complicidad de las autoridades del Imperio. Esto llevó a la internacionalización de la Cuestión Armenia y el Tratado de San Stéfano del 3 de marzo de 1878 establecía en su artículo 16º que los rusos dejarían los territorios ocupados a cambio de que la población armenia no fuera maltratada. Pero durante su firma el 13 de julio en Berlín, los otomanos invirtieron el artículo 16º por el 61º que no especificaba cuáles serían las mejoras para el pueblo armenia.

Otra de las causas fue la creación de partidos políticos armenios tales como el Armenagans fundado en la Armenia Otomana en 1885, el Partido Social Demócrata (Hentchak) fundado en Ginebra en 1887, y la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnak) en la Armenia rusa en 1890, que reclamaban mayores cuotas de autogobierno. Es necesario aclarar que a diferencia de los griegos, los armenios no disponían de ningún Estado-Santuario, por lo que sus reivindicaciones estaban fundadas en nociones de igualdad y libertad cultural dentro del Imperio Otomano sin exigencias de independencia (Mutafian, 2008: 4).

El desconocimiento de muchos dirigentes armenios de la diáspora acerca de la historia, sociedad y gobierno otomanos, así como la existencia de sabotajes o actos de terrorismo individual, llevaron a que el Estado montara una «tesis de la provocación» para justificar las masacres que vendrían. En 1894 el embajador frances Paul Cambón escribía que “un funcionario turco de alta jerarquía me dijo «la cuestión armenia no existe, pero la crearemos»… Simplemente anhelaban reformas, soñando con una administración normal bajo el régimen otomano… Los impuestos que exigían los funcionarios eran escandalosos… De una punta del Imperio a otra existe desenfrenada corrupción entre los funcionarios, denegación de la justicia e inseguridad personal… El movimiento revolucionario armenio despegó… Como si no fuera suficiente provocar el descontento armenio, los turcos gustosamente lo ampliaron por el modo en que lo manejaron… la persistencia en Armenia de un verdadero régimen de terror, arrestos, asesinatos, violaciones, todo eso demuestra que Turquía se complace en precipitar acontecimientos en contra de una población inofensiva” (citado en Dadrian, 2006: 64).

El creciente descontento de la facción gobernante, que temía la descomposición del Imperio mientras las potencias imperialistas aumentaban su esfera de influencia, fue el caldo de cultivo de un pensamiento nacionalista propiamente turco-otomano que divulgaba un sentimiento de superioridad y un deseo de que todas las naciones del Imperio se sometieran al dominio de los gobernantes turcos. A partir de entonces las minorías nacionales comenzaron a ser vistos como colaboracionistas de intereses extranjeros y como germen de la lucha de clases. Los armenios quedaron como víctimas del enfrentamiento entre potencias en una época de expansión de los imperialismos.

El pueblo armenio entendió que la lucha armada era la única solución viable ante las falsas promesas que amenaban del Sultan. Fue así que se llevaron a cabo las primeras rebeliones, entre las que se destaca la ciudad de Zeitum, que había obtenido un semi- autonomía en 1879 (Abadjian, 2004: 37). A lo largo de la década de 1890 se produjeron numerosas rebeliones y acciones de protesta como las de Erzerum (1890), Marsovan (1892) y Tokat (1893) que fueron duramente reprimidas, marcando el inicio de las masacres que se darían en los años posteriores. En otros lugares las revueltas sirvieron para proteger a los pueblos de los castigos colectivos por parte de las autoridades imperiales.

Pero fue a partir de la Insurrección de Sassoun en 1894 que se da comienzo a las masacres llevadas a cabo durante el gobierno de Abdul Hamid II. Sassoun era un cantón que reunía a 100 pueblos y dependía administrativamente de la provincia de Siirt. A comienzos de ese año, tres villas resistieron a la doble cotización de impuestos que debían pagar a los señores feudales o los jefes tribales, y a los funcionarios del Estado. Sus habitantes preferían pagar al poder central ya que sus impuestos les resultaban menos onerosos.

En medio de este clima de protestas, el Hentchak alentó una insurrección armada que reunió a 400 personas bajo el mando de Hampartsoum Boyadjian. Los Tashnak por su parte, armaron a los pobladores de la región. A mediados de junio unidades del Ejército Imperial y tropas irregulares kurdas se congregaron en la villa de Dalvorik. Los primeros combates se desencadenaron en esa zona de montaña y se extendieron a los pueblos con numerosas bajas en las tropas gubernamentales en un primer momento. Pero en los combates siguientes las fuerzas rebeldes fueron cercadas y perseguidas, quedando los pueblos indefensos a las represalias del Ejército. El 15 de agosto unos 200 combatientes armenios se rindieron ante la promesa de perdón, pero fueron fusilados en Semal. El 22 de agosto fueron rodeadas y masacradas las últimas fuerzas que aún resistían.

Con estos hechos se puso fin a la Rebelión de Sassoun, pero no a la represión que el Ejército desató en las aldeas y pueblos donde se produjo el levantamiento. Se calcula que 3 mil de los 12 mil armenios que habitaban en Sasún fueron asesinados durante esta represión o debieron huir a las montañas.

En una carta de Mr. Hagopian, presidente de la Sociedad Patriótica Armenia de Londres, dirigida al ministro británico Lord Kimberley con fecha 9 de octubre se denuncia que “no se ha tenido compasión alguna con la edad, masacrándose los niños y los ancianos; en un punto, 300 mujeres han sido descuartizadas con los sables- bayonetas; en otra parte 200 mujeres que lloraban pidiendo piedad, fueron entregadas a merced del comandante de las tropas, quién después de ordenar que fueran ultrajadas, las hizo degollar a todas. Cita entre otros casos el de 60 jóvenes niñas que se habían refugiado en una iglesia y que allí mismos fueron violadas, siendo luego fusiladas junto con el sacerdote al lado mismo de la Iglesia3.

En más de treinta aldeas se quemaron las viviendas con sus habitantes en su interior. El jurista francés Surbezy, en su tesis publicada en 1911, sostiene que si bien no hubo orden formal para la represión, se actuó bajo la autorización tácita del gobierno otomano (Surbezy, 1911).

Gran Bretaña exigió la apertura de una comisión investigadora formada por delegados británicos, franceses y rusos. El gobierno del Sultán accedió a llevarla a cabo, pero con el objetivo de investigar la “conducta criminal de los bandidos armenios”. El castigo a los culpables se saldó con la condecoración del mufti de Mus y el comandante del Cuarto Cuerpo del Ejército que dirigió los asesinatos Zekki Pashá (quién mas tarde recibiría la Medalla de la Orden Liyakat “por lealtad y valentía”). Gran Bretaña y Francia mostraron su disconformidad ante esto, pero no exigieron el cumplimiento del Tratado de 1878 lo que muestra que su preocupación por la causa armenia era meramente declarativa.

A fines de ese año un armenio anarquista fue detenido mientras intentaba atentar contra la Sublime Puerta, sede del gobierno otomano. El 3 de enero de 1895 el bajá Jaschin, gobernador de Bitlis, fue muerto por un armenio que luego se suicidó con la misma arma.

El 30 de septiembre de 1895 el Hentchak convocó a una manifestación en Constantinopla para protestar por los resultados del informe oficial y reclamar por los derechos civiles de la población. Como había sucedido con el levantamiento de Sassoun, el Hentchak esperaba llamar la atención de los países europeos para forzarlos a intervenir en la causa armenia, lo cual mostró ser una mala estrategia ya que ninguna de las potencias actuó para ponerle fin a las masacres.

De todos modos la movilización significó un acontecimiento histórico ya que congregó entre tres mil y cuatro mil personas no pertenecientes a la población musulmana, que marchó rumbo a la Sublime Puerta. Pero cuando la policía se interpuso para impedirles llegar, se produjeron enfrentamientos en los que cayó muerto un oficial. Esta fue la señal para que se desencadenara una brutal represión, no solo contra los manifestantes, sino contra todos los armenios residentes en la capital o personas “sospechosas de pertenecer a esa raza” como señalan cables diplomáticos extranjeros.

El 1º de octubre se produjeron nuevamente enfrentamientos entre armenios y la policía cerca de la tumba del Sultán Mahmud, en donde murió un comandante de Gendarmería turco. El 2 de octubre la policía asesinó a decenas de armenios junto con transeúntes que pasaban por el lugar. En Trebisonda el Ejército incentivó a la población local para que cometieran asesinatos y saqueos en los barrios armenios.

También se llevaron a cabo masacres y saqueos contra la población armenia en Erzindjian, Bayburt, Marasch, Sivas y Malatya. En Diarbekir muchos armenios se refugiaron de bandas kurdas en el Consulado de Francia. En Zeitun tomaron una fortaleza desde donde resistieron con éxito a la ofensiva hasta que desalojaron luego de llegar a un acuerdo con el gobierno central que aceptó perdonar la vida de los sublevados, rebajar los impuestos y ocupar cargos públicos con población local (con excepción de los jueces y las fuerzas armadas). En la capital las Iglesias sirvieron como lugar de refugio (Surbezy, 1911). El 12 de noviembre de 1895 una fuerza de 2000 kurdos saqueó la ciudad de Gürün (Anatolia Central) asesinando a cientros de hombres y secuestrando alrededor de 150 mujeres para los harenes del Sultán (Abadjian, coord., 2004: 62)

Todas estas masacres tuvieron la complicidad del gobierno imperial y de los gobernantes locales, que no solo permitieron que se llevaran a cabo, sino que también actuaron a través de sus órganos de represión.

En 1896 se produjeron nuevos levantamientos armenios como respuesta a la represión sufrida a principios de año (continuación de las comenzadas el año anterior) y del asesinato de un misionero italiano de apellido Salvatore luego de ser detenido por el Ejército (Surbezy, 1911).

A partir de marzo comenzaron a darse los saqueos de poblados y asesinatos de armenios en varias provincias. En Van, centro de la cultura y civilización armenia, los partidos Hentchak, Tashnak y Armenagans organizaron un movimiento de resistencia que hizo frente al Ejército Otomano y a las tropas irregulares kurdas.

El 14 de agosto un grupo de armenios tomaron el Banco Otomano en Constantinopla, y amenazaron con volarlo si no se producían las reformas prometidas. Este hecho era un llamado de atención no solo hacia el gobierno otomano sino también hacia las potencias extranjeras que dominaban financieramente la institución. Finalmente se entregaron sin detonar la bomba, pero detonaron la furia del Sultán que ordenó matanzas de población armenia en las zonas aledañas a la capital. Cables diplomáticos informaban que los cadáveres se amontonaban en las calles, algunos de ellos desnudados y mutilados, o desfigurados por los golpes4.

Los disturbios que se produjeron en Egin durante varios días culminaron con una masacre de armenios y destrucción de hogares ordenadas por el gobernador de la provincia.

Una de las peores atrocidades se produjo cuando la Catedral de Urfa, en la que tres mil armenios se habían refugiado, fue incendiada causando la muerte de sus ocupantes.

En 1897 el sultán declaró que la “Cuestión Armenia” estaba cerrada: se clausuraron las sociedades armenias y se restringieron los movimientos políticos dentro de la Armenia Otomana. Ese mismo año se produjo la Batalla de Janasor, en donde fuerzas de la Tashnak redujeron completamente la tribu kurda de Mazrim en venganza a su participación en las masacres armenias (Abadjian, coord., 2004: 61- 62)

Mientras ocurrían las masacres el emperador prusiano y los empresarios británicos se disputaban el trazado de lineas ferreas en la península de Anatolia. Esto junto a las pérdidas territoriales desnudaban la decadencia del Imperio, por lo que en Salónica (actual Grecia) comenzó a gestarse el movimiento de los Jóvenes Turcos, con apoyo de las delegaciones diplomáticas de Europa y los Estados Unidos que veían irreversible la caída del sultan Abdul Hamid (Adadjian, coord., 2004: 38). En 1891 crearon el Comité “Intizam ve Terakki” (Orden y Progreso), que en 1896 cambiaría su nombre por “Ittihad ve Terakki” (Unión y Progreso) y que para 1908 llegaría a tener 400 miembros (Abramian, 2013: 46).

Las masacres de 1894-1896 se cobraron entre 200 y 300 mil víctimas directas e indirectas. Si bien entre 1820 y 1890 se habían llevado a cabo masacres de armenios, griegos y búlgaros en el Imperio Otomano que provocaron la muerte de 100 mil personas, esta se diferenció por la magnitud en que se ejecutó en un periodo tan corto de tiempo, y se utilizaron métodos de exterminio que serían aplicados en los genocidios posteriores. Dadrian (2004: 49) señala también que estas masacres fueron una excepción ya que se ejecutaron en tiempos de paz y no en relación a guerras inminentes o en curso, lo que constituye un antecedente a la posterior masacre de Adaná (1909) y a atrocidades ocurridas en 1900-1901 y 1903-1904 contra población rural armenia en las provincias de Bitlis y Van.

 

La Revolución de los “Jóvenes Turcos” de 1908

A principios del siglo XX comenzaron protestas que reclamaban derechos y garantías constitucionales. Por su parte las minorías étnicas y nacionales exigían ser tratadas con igualdad de derechos y que se pusieron fin a las constantes violaciones a la propiedad y seguridad de sus comunidades. Paralelo a esto comenzaron a crecer los grupos políticos de resistencia al gobierno de Abdul Hamid II. En 1905 la comunidad Donmeh (judíos sefardíes convertidos al islam) conformaron un grupo secreto que aspiraba a desembarcar sobre Constantinopla para derrocar al gobierno y poner fin al dominio que los armenios tenían sobre el comercio (Abadjian, coord., 2004: 40).

armenio

Fuente: Abadjian (coord., 2004: 34)

Otro motivo de malestar eran las constantes pérdidas territoriales y la situación de inferioridad en la que se hallaba en la competencia colonial con las potencias imperialistas. Frente a esto la doctrina del Otomanismo , que proponía una “nueva nacionalidad” fundada en la fusión entre los pueblos cristianos (eslavos, griegos, asirios, armenios) y musulmanes (turcos, kurdos, árabes, kazajos, tártaros, chechenos, circasianos) que componían el Imperio, fue desplazada por el Panturquismo o Panturanismo , que proponía la unión de todos los turcos desde el Bósforo hasta China eliminando a pueblos como el armenio que representaban un obstáculo a este objetivo. Pero el régimen corrupto y débil de Abdul Hamid era incapaz de ejecutar este programa (Mutafian, 2008: 6).

El 24 de abril de 1908 un grupo de oficiales y estudiantes nucleados en el movimiento de los “Jóvenes Turcos” o Ittihad ve Terakkí llevaron adelante una revolución incruenta que derrocó a Abdul Hamid y restauró la Constitución y el Parlamento disueltos en 1878. Para no perder la figura sultánica, ubicaron como gobernante simbólica a Murat V, hermano del derrocado monarca.

Los partidos políticos armenios adhirieron en un primer momento a la ideología liberal y emancipadora que proponían los Jóvenes Turcos, llegando incluso a ubicar a varios armenios en cargos de gobierno. En las manifestaciones en apoyo a la revolución podían verse banderas en donde se leía en armenio “Libertad, Igualdad, Justicia”.

Se dictó una Ley Electoral que modificaba las disposiciones territoriales eligiéndose en dos vueltas uno o más diputados en función del número de habitantes mayores de 25 años. Pero también establecía el derecho a veto sobre las leyes que “contradecían los sagrados principios del islamismo”. La desigualdad entre turcos y no turcos era notoria. De 280 diputados en el Parlamento, solo había 6 griegos, 8 armenios, 2 judíos, 2 serbios y 1 búlgaro. El 80% de los diputados turcos eran analfabetos (Abramian, 2013: 49).

Esto demuestra que el objetivo de los Jóvenes Turcos no apuntaba a la cohesión de todos los pueblos y nacionalidades y su desarrollo, sino más bien la turquificación 5 , que imponía una nueva identidad nacional turca a todos los que vivieran dentro de las fronteras del Imperio Otomano. Esto no solo alcanzó a pueblos cristianos como los armenios o los griegos, sino también a súbditos musulmanes como los árabes de Palestina, prohibiendo toda asociación que promoviera la autonomía e independencia árabe (Pappe, 2007: 92). Esto demuestra que la masacre de armenios nunca estuvo motivada por cuestiones religiosas, sino por cuestiones geopolíticas de un Imperio que buscaba la homogeneización como parte de sus planes expansionistas 6 .

A un año de hacerse con el poder, los Jóvenes Turcos impulsaron en el Parlamento una serie de medidas liberalizadoras que no trajeron mejoras a las minorías, llevando a levantamientos en los Balcanes (Macedonia, Albania) y en el sur de la Península Arábiga (Yemen). Los armenios se mantuvieron al margen de las rebeliones ya que confiaban en obtener mejoras dentro de los órganos de gobierno del Imperio. Muchos de estos levantamientos resultaron exitosos, lo que redundó en nuevas pérdidas territoriales para el Imperio.

Como consecuencia del descontento que produjo esta situación el 31 de marzo de 1909 un grupo de fundamentalistas islámicos y seguidores de Abdul Hamid iniciaron un movimiento contrarrevolucionario que tomó brevemente Constantinopla, la capital del Imperio, y que fue derrotado el 13 de abril por el III Ejército Otomano movilizado desde Salónica. Vahakn Dadrian sostiene que la contrarrevolución fue desencadenada por la falta de interés de las autoridades en detener a los asesinos de un editor periodístico opositor a los Jóvenes Turcos. A partir de entonces comenzaron a sucederse crímenes similares y el gobierno revolucionario adoptó medidas cada vez más represivas (Dadrian, 2008: 175- 177).

 

La “Doble Masacre” de Adaná

A diferencia de la contrarrevolución que sacudió la capital del Imperio, en la provincia de Cilicia 7 los armenios comenzaron a manifestarse en apoyo de los principios de libertad constitucional pregonados por los Jóvenes Turcos 8 . Por este motivo eran vistos con desconfianza por muchos turcos que aún se mantenían leales a Abdul Hamid o por funcionarios del nuevo gobierno que veían peligrar sus carreras ante el ascenso de los antiguos rayas o súbditos infieles. Hay que recordar que la ciudad de Adaná –la más importante de la provincia- había escapado de las masacres hamidianas y la población armenia gozaba de una relativa prosperidad.

Esta nueva etapa del genocidio tuvo dos momentos, por lo que fue llamada “la doble masacre de Adaná”, y fue organizada en secreto con la cooperación de funcionarios del gobierno y autoridades militares que hicieron un amplio uso del armamento estatal. También participaron de la misma bandas kurdas, circasianas, afganas, turcomanas y chechenas, y se liberaron presos comunes a los que se les proveyó de fusiles mauser alemanes del Ejército.

El primer momento ocurrió entre el 1° y el 14 de abril. Ante la renuncia del comandante de gendarmería turco Kadri Bey se designó como jefe de las fuerzas agresoras a Zor Alí, ex comisionado de policía de Adaná que había sido separado de su cargo por los abusos cometidos durante su gestión a cargo de la fuerza. Éste lanzó un ataque contra barrios y comercios armenios que resultaron en fracaso porque, anticipándose a los hechos, muchos jóvenes habían acumulado armamento y montado autodefensas que no solo lograron repeler a los agresores durante varios días sino también infligirles grandes pérdidas. No obstante, las autodefensas cometieron el error de entregar las armas luego de un armisticio mediado por el cónsul británico de la vecina ciudad de Mersín, el mayor Doughtly Wylie, sin contar con que el Ejército Otomano se estaba movilizando para restaurar “la paz y el orden”.

Habiendo sido desarmadas, las autodefensas no pudieron resistir al segundo momento de la masacre que se llevó a cabo entre el 15 y el 30 de abril. El justificativo fue la supuesta muerte de un turco a manos de armenios que no fueron detenidos, lo que generó ataques a los barrios armenios y cristianos, en los que también murieron al menos tres griegos y varios misioneros europeos y estadounidenses. Días después medios extranjeros publicaron que en realidad el crimen que provocó las masacres fue el resultado de una pelea entre dos turcos por una mujer 9 , pero la masacre ya se había desencadenado y durante el primer día habrían muerto entre 70 y 400 personas de la comunidad armenia.

Las tropas turcas recién llegadas a las ciudades de Adaná y Mersín, enfurecidas por las bajas sufridas durante la resistencia armenia, descargaron su ira contra una población indefensa y mayormente desarmada –solo quedaban pocos hombres que habían conservado sus armas-. Los testimonios, principalmente de misioneros o diplomáticos extranjeros, cuentan que se mataba a cuchillazos a hombres, mujeres, niños y niñas, que se quemaban vivas a las personas dentro de sus casas o se mutilaban los miembros antes de darles el tiro de gracia. Cuerpos de bomberos participaron utilizando las bombas para arrojar parafina sobre las casas que se incendiaban y un millonario llegó a donar 600 latas de combustible para facilitar la tarea. También había bandas armadas que saqueaban y torturaban. Otros testimonios dan cuenta del caso de una mujer a la que un militar turco perdonó la vida por parecerse a su esposa y que luego fue capturada por un grupo de hombres que le cortaron los senos, o el de una anciana que fue torturada gravándoles cruces con un cuchillo en todo el cuerpo antes de asesinarla.

Masacres similares se realizaron en otras ciudades. El 22 de abril un misionero estadounidense expresaba que en la ciudad de Hadjin “ armenios bien armados se mantenían en la ciudad asediada por miembros de la tribu musulmana ”. También se informaba que la totalidad de los armenios de Kirikhan habían sido asesinados. Lo mismo sucedió en los poblados de Deurtyul, Marash, Kayerle, Karatach -asesinados por orden al alcalde- y Birejik -en esta tras un motín-. En Tarso los clérigos musulmanes movilizaron a fieles para que lucharan contra los “insurgentes armenios” quemando más de 700 casas y asesinado a 560 personas en las granjas vecinas. En la aldea de Abdoghlou, ante el peligro de un ataque, el alcalde se movilizó a Adaná para pedir protección al gobernador siendo asesinado al entrar a la ciudad, desencadenándose luego la masacre. En Kara Issalou las masacres se desataron luego de que un griego venciera a un turco en el tradicional torneo de lucha que se realizaba en la localidad 10 . En Alexandrette la matanza se daba ante la vista indiferente del crucero británico Diana.

Se calcula que el número total de víctimas de las masacres de 1909 fue de 25 a 30 mil personas, la mayoría de las cuales fueron asesinadas en el segundo momento. A esto se le debe sumar las personas que murieron por lesiones en los meses siguientes, los 2000 niños que murieron por la epidemia de disentería que se desató el verano de ese año, y las niñas y niños armenios apropiados para ser criados en la cultura turca, lo que constituye un terrible antecedente de la apropiación de hijos/as de desaparecidos/as por el Franquismo y las dictaduras latinoamericanas. Una comisión oficial fijó las pérdidas económicas en 5,6 millones de liras turcas, lo que repercutió en condiciones de pobreza para los sobrevivientes armenios.

El gobierno de los Jóvenes Turcos se desentendió rápidamente de las masacres culpando a elementos pertenecientes a las fuerzas contrarrevolucionarias de Abdul Hamid. Inmediatamente dio inicio a una investigación que tuvo como primera reacción que campesinos turcos incendiaran la ciudad de Adana para cubrir las brutalidades ocurridas. También funcionarios locales ordenaron enterrar a los muertos turcos, mientras que a los armenios se los arrojó al río para hacerlos desaparecer.

En 13 de julio de 1909 se emitió una circular ministerial en donde se hacía saber que los armenios de Adana no habían incurrido en ninguna censura y eran ciudadanos “devotos y leales”. En una intervención en el Parlamento el Gran Visir Hilmí Pashá denunció a los “ reaccionarios y canallas, criminales que habían masacrado y pillado a los armenios atacándolos por sorpresa ” (Dadrian, 2008: 176). Esto muestra el interés del gobierno de los Jóvenes Turcos de desligar sus responsabilidades de las masacres, aunque las mismas no se podrían haber producido sin la participación de funcionarios civiles y militares del Imperio.

Un hecho ocurrido en la provincia de Cesárea, vecina a Cilicia, parece aportar argumentos para responsabilidad al gobierno central por las masacres. Según recopilan algunas fuentes, el gobernador de la provincia había recibido un telegrama de Constantinopla ordenándole tomar medidas contra los armenios. Dándose cuenta de las consecuencias de cumplir con esa orden, el gobernador destruyó el telegrama y llamó al comandante de la guarnición para preguntar si había recibido una orden similar. Este respondió afirmativamente pero se negó a entregar el telegrama. Entonces el gobernador sacó un revólver y apuntándole al pecho le ordenó: “entregue el mensaje recibido o le mato en el acto”. El comandante entregó la orden y el gobernador la destruyó. Con este acto -cuya veracidad es discutible- se habría evitado una masacre similar a las que se dieron en Adana y otras localidades de la provincia de Cilicia 11 .

Entre mayo de 1909 y diciembre de 1910 se llevaron a cabo numerosos juicios a cargo de Tribunales Locales y Cortes Marciales que culminaron con muerte en la horca de 124 turcos y también –para calmar a los fanáticos musulmanes- de 7 armenios (Dadrian, 2008: 177).

Un punto que hay que mencionar es el papel que jugaron las potencias extranjeras. Si bien el cónsul británico de Mersín –acaso por sentirse culpable del armisticio que culminó en la masacre de población desarmada- murió durante el segundo momento tratando de salvar a los armenios que eran atacados, este fue un acto excepcional que no representa el papel jugado por los funcionarios de los países centrales. En el Puerto de Mersín había naves de guerra británicas, francesas, italianas, austríacas, rusas, alemanas y estadounidenses provistas de marinos y equipos de combate. Pero ninguna de ellas intervino debido a: 1) que no había acuerdo para actuar en conjunto; 2) que cada potencia se concentró en proteger a sus súbditos y personal consular; 3) las mutuas sospechas de designios imperiales-coloniales del Imperio Otomano que paralizaron la voluntad de emprender una iniciativa unilateral por cualquiera de las potencias; y 4) por lo repentino de la situación que paralizó a los gobernantes extranjeros a la hora de emprender la acción. Esto llevó a que las potencias fueran espectadoras -y por consiguiente cómplices- del genocidio que se estaba llevando a cabo (Dadrian, 2008: 177- 178).

 

Consideraciones Finales

Como pudimos observar, el genocidio armenio de 1915- 1923 fue la continuidad de un proceso histórico de discriminación y hostigamiento hacia las minorías étnicas y nacionales llevadas a cabo por las autoridades turcos desde fines del siglo XIX. El Imperio Otomano había entrado en una crisis irreversible desde la época de las reformas de Tanzimat como consecuencia de las pérdidas territoriales originadas por la Independencia de varias naciones (Grecia, Montenegro, Albania, Yemen) y por la situación desventajosa que se encontraba para competir con otras potencias coloniales.

Las Masacres Hamidianas, llevadas a cabo durante el gobierno del sultán Abdul Hamid II, fueron originadas por la derrota otomana en la Guerra contra Rusia, lo que generó el recrudecimiento de un pensamiento turco-otomano tendiente a perseguir a las minorías que amenazaban la ya precaria unidad territorial. Esto no evitó que continuara la fragmentación imperial por lo que se dio el paso desde el otomanismo , que apostaba a la cohesión entre las diferentes nacionalidades y comunidades religiosas del territorio, hacia una política de turquificación , tendiente a perseguir a todas las comunidades, independiente de sus creencias religiosas o pertenencia étnica. Esta última fue el sostén ideológico de una nueva masacre llevada a cabo por los Jóvenes Turcos, que derrocaron al sultán en 1908. Los armenios se convirtieron en las víctimas principales dado el nivel de prosperidad alcanzado en la actividad mercantil y sus reclamos de mayor participación política, que amenazaba los privilegios de la elite turco-otomana. Esta persecución también alcanzó a otras minorías nacionales como los griegos, los búlgaros y los asirios, y se prohibieron las agrupaciones independentistas árabes en Palestina y la Península Arábiga.

En estas masacres se aplicaron por primera vez, a modo de “pruebas experimentales” los métodos de exterminio que se llevarían a cabo en el posterior genocidio:

a) Sitio, saqueo y destrucción de aldeas y barrios armenios.

b) Asesinatos masivos de hombres, mujeres, niños y niñas de la comunidad armenia y de otras minorías étnicas o nacionales.

c) Torturas, violaciones y vejaciones varias a la población civil o miembros de la resistencia armenia por parte del Ejército, paramilitares o bandas civiles.

d) Negación de las matanzas desde el momento mismo en que se están produciendo o justificación de las acciones genocidas con argumentos tales como que se trataba de detener a “bandidos armenios” (como sucedió en la represión a la Rebelión de Sassoun en 1894) o que armenios había asesinado a ciudadanos turcos (en Adana en 1909). La constante victimización a la que se sometió a la población armenia desde fines del siglo XIX está en relación a la escalada progresiva de violencia que se descargó sobre ella. El historiador británico Arnold Toynbee reconoció en esto la existencia de una estrecha conexión entre las desmentidas oficiales y los subsiguientes asesinatos masivos (en Dadrian, 2005: 11).

e) Otro punto importante a destacar es que estas masacres contaron con la complicidad de las potencias occidentales. Las masacres de 1894- 1896 carecían de una planificación minuciosa y de la experiencia necesaria para organizarlas a una escala genocida, pero lo que más influyó en su desarrollo fue una cierta percepción de que las potencias llevarían a cabo una acción militar a modo de “intervención humanitaria” para proteger los derechos establecidos por los Tratados Internacionales. Este elemento de incertidumbre forzó a los perpetradores a considerar las masacres como una especie de experimento (Dadrian, 2005: 12-13). Con los sucesos de Adaná, que se llevaron a cabo ante la vista de diplomáticos y buques de guerra extranjeros, las autoridades imperiales comprendieron que podían actuar tranquilamente en la planificación de operaciones más eficaces en el futuro.

También debemos señalar que estas masacres se diferencian tanto del posterior genocidio armenio como de la mayoría de los genocidios del siglo XX en el hecho de que no se llevaron a cabo en una situación de guerra inminente o en curso. El desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914 fue una oportunidad -y no una causa- para que el Imperio Otomano exterminara a la mayoría de la población armenia de Anatolia bajo acusaciones de traición y rebelión. En cambio las masacres de 1894-1896, 1900-1901, 1903-1904 y 1909 se ejecutaron en tiempos de paz sin que se cumplieran las condiciones bélicas previas que suelen servir de justificativo para su ejecución.

A modo de conclusión podemos señalar que tras las masacres que se llevaron a cabo entre 1890 y 1909 los gobernantes otomanos vislumbraron que podrían llevar adelante su política de turquificación con total impunidad ejecutando así lo que habían planeado: el Genocidio. En enero de 1913 la facción ultranacionalista de los Jóvenes Turcos ejecutó un sangriento golpe de estado mediante la invasión a la sede del gobierno en la que resultó muerto el Ministro de Guerra, varios ayudantes y guardias del Palacio. Como consecuencia se impuso un triunvirato compuesto por los Pashá Djemal (Ministro de Marina), Enver (Ministro de Guerra) y Talaat (Ministro del Interior). Estos serían los responsables visibles del Genocidio Armenio que comenzó en 1915 y que hasta el día de hoy permanece impune y negado por el Estado Turco, heredero responsable del Imperio Otomano ejecutor de uno de los mayores genocidios del siglo XX.

 

Bibliografía:

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Sitios web:

www.imprescriptible.fr

www.genocidioarmenio.org


Notas:

1 Desde 1794 se editaba en la India el periódico en lengua armenia Aztarar, que comunicaba a las comunidades de Calcuta, Bombay y Madrás (Boulgourdjian, 1997: 41)

2 A estas pérdidas territoriales causadas por movimientos independentistas se le suma la pérdida de Argelia en 1830 a manos del colonialismo francés.

3 Según cita el diario argentino La Prensa, del 18-11-1894, en Boulgourdjian, Otero, Gitz, Cortese y Piñeiro (1988: 39).

4 Citados en Boulgourdjian, Otero, Gitz, Cortese y Piñeiro (1988: 319- 321).

5 El panturquismo o panturanismo se inspiraba en las idea del intelectual turco Ziya Gökalp, que pueden sintetizarse en los siguientes puntos: a) la nación turca debía conformarse únicamente por musulmanes turco parlantes; b) el territorio de la nación turca debía superar Turquía y ocupar el mítico «Turán» (desde Constantinopla a Mongolia) a costa de poblaciones como la armenia, a la que acusaba de ser responsable de sus fracasos militares y pérdidas territoriales; c) la nación no se constituye por lo racial o étnico, o por tener ancestros en común, sino por la educación y la cultura (lengua, religión, etc.); y d) la revolución de 1908 creó en la sociedad turca la conciencia de pertenecer a la nación turca, y las minorías que no la integraran o reivindicaran su identidad debían ser excluidas (Boulgourdjian, 2007; Sivinian, 2005).

6 A fines del siglo XIX el Gran Visir Kiamil Pashá había expresado que “Si en la parte europea de nuestro imperio alimentamos a las víboras –en referencia a los movimientos separatistas-, no debemos incurrrir en la misma equivocación en nuestra Turquía asiática (…) Y si la raza armenia desaparece, cuando Europa cristiana busque un correligionario en Asia turca y no lo encuentre, podremos vivir tranquilos y dedicarnos a nuestros asuntos como corresponde” (citado por Kuyimciyan, 2009: 78).

7 Recordemos que Cilicia había sido sede del último reino armenio independiente en el siglo XII (Boulgourdjian, 1997: 32)

8 Incluso la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnak), acaso el partido más disciplinado y organizado de la comunidad, apoyó a los Jóvenes Turcos en sus campañas electorales y fue aliado en la represión a la contrarrevolución de abril de 1909 (Dadrian, 2004: 24).

9 Citado por el diario argentino La Nación, 20-04-1909, en Boulgourdjian (2005: 205).

10 Los testimonios se pueden consultar en el sitio web en francés: http://www.imprescriptible.fr/rhac/tome3/p1ch4

11 La historia aparece publicada como un cable desde Constantinopla en la publicación argentina El Diario, Buenos Aires, 17-05- 1909, citado en Boulgourdjian (2005: 254- 255).

 

Armenia y Turquía disputan memorias

PAGINA 12

PARA OPACAR EL CENTENARIO DEL GENOCIDIO, ANKARA ADELANTA EL FESTEJO POR GALIPOLI

El presidente armenio Sargsian advirtió que la negación de los genocidios y la impunidad se acompañan con “otra ola de odio nacional”.

A dos días del inicio de los actos por el centenario del genocidio armenio, el primer ministro de Turquía anunció que en esa misma fecha realizará un gran festejo. El gobierno turco, anunció Tayyip Erdogan, planea un gran evento para recordar los 100 años de la batalla de Galípoli, ganada por el Imperio Otomano, en 1915. En aquel enfrentamiento las fuerzas otomanas resistieron un ataque combinado británico y francés en el estrecho de los Dardanelos. El festejo por la batalla se adelantó un día, justo para coincidir con la conmemoración del genocidio armenio, que empezó el 24 de abril de ese mismo año con las primeras deportaciones masivas ordenadas por el gobierno de los Jóvenes Turcos, que dieron comienzo a la limpieza étnica.

Sin responder directamente a la decisión del gobierno turco, el presidente armenio Serge Sargsian advirtió que la negación de los genocidios y la impunidad para sus responsables se acompañan con “una nueva ola de odio nacional” y echan las bases para su repetición. “El genocidio es un fracaso de la comunidad internacional y su impunidad es la premisa para su repetición”, dijo Sargsian en su discurso de apertura de un foro internacional sobre el genocidio en la capital armenia, de cara al centenario de mañana, cuyos actos presidirá.

En Turquía, en tanto, Erdogan acusó ayer a Armenia de tener planeado “insultar a Turquía” durante los eventos conmemorativos. “Mientras Armenia planea insultar a nuestro país, Turquía en cambio estará discutiendo la paz en el evento conmemorativo de la batalla de Galípoli. De ningún modo queremos rivalizar con los actos en Armenia”, afirmó.

Se espera que cientos de miles de personas desborden el elevado memorial ubicado en la capital armenia, Erevan, el próximo viernes para una emotiva ceremonia en el día en que se recuerda el primer centenario del genocidio. Alrededor del globo, los armenios de la diáspora –dispersados tras la masacre– planean celebrar sus propios actos recordatorios desde Los Angeles y Beirut, en Estados Unidos y el Líbano, hasta Buenos Aires y Mar del Plata, en Argentina.

Armenia lleva adelante una intensa campaña diplomática y pública para que se reconozca como genocidio deliberado las matanzas de los armenios a manos de los jóvenes turcos entre 1915 y 1917. Pero Turquía, sucesora del Imperio Otomano, afirma que cientos de miles de personas de los dos lados murieron en batallas entre las fuerzas otomanas y las fuerzas de la Rusia de los zares, ayudadas por muchos armenios, y no acepta definir los eventos como un genocidio planificado de su minoría armenia.

Por otro lado, el Parlamento austríaco calificó por primera vez de “genocidio” el exterminio de 1,5 millón de armenios por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. La presidenta del Parlamento, la socialdemócrata Doris Bures, manifestó que el 24 de abril de 1915 “fue el inicio de una política de deportación y persecución que terminó en el genocidio”.

 

Los peligros de la negación

Robert Fisk *

A las siete de la noche de hoy, un grupo de hombres y mujeres muy valientes se reunirán en la plaza de Taksim, en el centro de Estambul, para organizar una conmemoración sin precedentes y conmovedora. Los hombres y las mujeres serán turcos y armenios, y se reunirán para recordar el 1,5 millón de cristianos armenios hombres, mujeres y niños asesinados por los turcos otomanos en el genocidio de 1915. Ese Holocausto armenio –el precursor directo del Holocausto judío– comenzó hace cien años a sólo media milla de Taksim, cuando el gobierno de la época sacó a cientos de intelectuales y escritores armenios de sus hogares y los preparó para la muerte y la aniquilación de su pueblo.

El Papa ya molestó a los turcos llamando a este acto malvado –la más terrible masacre de la Primera Guerra Mundial– un genocidio, que lo era: el deliberado y planificado intento para erradicar a una raza de gente. El gobierno turco –pero, gracias a Dios, no todos los turcos– mantuvieron su negación petulante e infantil de este hecho de la historia sobre la base de que los armenios no fueron muertos según un plan (la antigua pavada de “caos de guerra”), y que de todos modos la palabra “genocidio” fue acuñada después de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto no puede aplicarse a ellos. Sobre esa base, la Primera Guerra Mundial no fue la Primera Guerra Mundial, ya que no fue llamada ¡la Primera Guerra Mundial en el momento!

Dos pensamientos vienen a la mente, entonces, en este centenario de la carnicería, la violación masiva y los asesinato de niños en 1915. El primero es que para un poderoso gobierno de una fuerte –y valiente– nación europea y de la OTAN, como Turquía continúe negando la verdad de esta masiva crueldad humana está cerca de una mentira criminal. Más de 100.000 turcos descubrieron que tienen abuelas armenias o bisabuelas –las mismas mujeres secuestradas, esclavizadas, violadas en las marchas de la muerte de Anatolia al desierto de Siria en el norte– y los propios historiadores turcos (por desgracia, no los suficientes) ahora presentan la prueba documental detallada de las órdenes siniestras de exterminio de Talat Pasha emitidas desde lo que entonces era Constantinopla.

Sin embargo, cualquiera que se oponga a la negación del genocidio del gobierno sigue siendo vilipendiado. Durante casi un cuarto de siglo, he recibido correo de turcos acerca de mi propia escritura sobre el genocidio. Comenzó cuando cavé los huesos y cráneos de armenios masacrados fuera del desierto de Siria con mis propias manos, en 1992. Unos pocos corresponsales querían expresar su apoyo. La mayoría de las cartas eran casi malignas. Y me temo que la contínua negación por el gobierno turco podría ser tan peligrosa para Turquía, como lo es la indignación de los descendientes armenios de los muertos. Recuerdo una señora armenia anciana describiendo a mí cómo ella vio milicianos turcos apilando los bebés vivos unos sobre otros y prendiendles fuego. Su madre le dijo que sus gritos eran el sonido de sus almas yendo al cielo. ¿No es esto –y la esclavitud de las mujeres– exactamente lo que el Estado Islámico (EI) está perpetrando contra sus enemigos étnicos justo al otro lado de la frontera turca hoy? La negación está llena de peligros.

Y preguntémonos qué pasaría si el actual gobierno alemán afirmara que cualquier demanda de reconocer los “eventos” de 1939-1945 –en los que seis millones de judíos fueron asesinados– como un genocidio sería “propaganda judía” y “mutilación de la historia y le ley”. Sin embargo, eso era más o menos lo que el gobierno turco dijo que cuando la semana pasada la UE pidió que reconociera el genocidio armenio. La UE, el Ministerio de Relaciones Exteriores dijo en Ankara, había sucumbido a la “propaganda armenia” sobre los “eventos” de 1915, y fue “mutilando la historia y la ley”. Si Alemania hubiera adoptado tales imperdonables palabras sobre el Holocausto judío, no habría sido capaz de ver por los gases de los caños de escape en Berlín, como los embajadores del mundo se dirigian al aeropuerto.

Sin embargo, al día siguiente de la pequeña conmemoración valiente prevista para la plaza Taksim de esta semana, la grande y la buena parte del mundo occidental se reunirá con líderes turcos a pocos kilómetros al oeste de Estambul para honrar a los muertos de Gallipoli, la extraordinaria y brillante victoria de Mustafá Kemal en 1915 sobre los aliados en la Primera Guerra Mundial. ¿Cuántos de ellos recordarán que entre los héroes turcos luchando por Turquía en Gallipoli había cierto capitán armenio, Torossian, cuya propia hermana moriría pronto en el genocidio?

Tengo la intención de informar sobre la conmemoración de la próxima semana en compañía de amigos turcos. Pero el segundo pensamiento que viene a mi mente –y los amigos armenios me deben perdonar– es que no estoy muy interesado en lo que los armenios dicen y hacen en este 100º aniversario. Quiero saber lo que planean hacer al día siguiente del día del 100º aniversario. Los sobrevivientes armenios –los que podría recordar– ahora están todos muertos. En unos 30 años, los judíos de todo el mundo van a sufrir la misma tristeza profunda cuando sus últimos sobrevivientes desaparezcan del mundo del testimonio vivo. Pero los muertos siguen viviendo, sobre todo cuando su estado de víctima se niega –una maldición que los obliga a morir una y otra vez–. Los armenios seguramente debe ahora elaborar una lista de los valientes turcos que salvaron sus vidas durante la persecución de su pueblo. Hay por lo menos un gobernador provincial, y los soldados individuales turcos y policías, que arriesgaron sus propias vidas para salvar a los armenios en este momento horrible en la historia turca. Recep Tayyip Erdogan, primer ministro triunfalista de Turquía, habló de su dolor por los armenios, sin dejar de negar el genocidio. ¿Se atrevería a negarse a firmar un libro en conmemoración por el genocidio armenio que lleve una lista de los valientes turcos que trataron de salvar el honor de su nación en su hora más oscura?

He estado insistiéndoles a los armenios sobre esta idea durante años. Le dije lo mismo a los armenios en Detroit la semana pasada. Honra a los buenos turcos. Por desgracia, todos aplauden. Y no nadie hace nada.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

Cien años del genocidio armenio

Michel Wieviorka

LA VANGUARDIA

Hace cien años, las comunidades armenias fueron víctimas de matanzas masivas que hay que llamar por su nombre: genocidio. Desde entonces, descendientes de ­supervivientes, que componen una importante diáspora, en diversos países de Oriente Medio, Rusia, Estados Unidos, Francia, Canadá, Argentina, etcétera, esperan del Estado turco que reconozca este crimen.

El despertar armenio, después de más de medio siglo en que dominó prácticamente el silencio, adoptó primero una forma terrorista, la de acciones dirigidas contra turcos o contra intereses turcos hasta que el ciego atentado cometido en el aeropuerto de Orly en julio de 1983 por el Asala (siglas en francés de Ejército Secreto de Liberación de Armenia, de inspiración nacionalista y marxista-leninista a la vez) suscitara sentimientos de repulsión en la opinión pública en general y, en última instancia, un sentimiento de rechazo de esta forma de acción en el seno de las propias comunidades armenias.

El despertar en cuestión tuvo lugar al principio lejos de Turquía, en Estados Unidos, Canadá y de forma especial en Francia, países donde ejerció -sobre los gobiernos de países con notable presencia de la diáspora armenia- una presión para que su diplomacia influyera en Ankara. Posteriormente se desarrolló también en Turquía, a impulsos de intelectuales de origen armenio sostenidos por sectores cada vez mayores de la intelligentsia laica turca. La figura más destacada del movimiento, el periodista y escritor Hrant Dink, fue asesinado ante la puerta de su periódico en Estambul, en enero del 2007, por un joven nacionalista turco, y este asesinato suscitó un enorme impulso en el que se mezclaban numerosos demócratas amantes de la justicia y la libertad con descendientes de armenios. En el mismo contexto, un redescubrimiento del pasado armenio en Turquía y, para muchos, de sus propios orígenes armenios modeló la imagen de una vida cultural y una historia ignoradas hasta entonces. Oficialmente, se rechazó hablar de genocidio, pero el tabú empezó a emerger con fuerza en la sociedad civil turca.

La existencia del Estado de Armenia, aun cuando sus intereses y condicionamientos sociopolíticos no siempre se correspondían perfectamente con las expectativas de la diáspora, juega asimismo a favor del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía. Y, en Pascua, el pasado 12 de abril, en la concelebración de la misa con los católicos armenios por parte del papa Francisco, hizo un llamamiento para “oponerse al mal”, evocando en tal circunstancia el destino de quienes fueron decapitados, crucificados, quemados vivos a causa de su fe”.

En otros países el trabajo llevado a cabo por la sociedad sobre sí misma llevó al reconocimiento de los errores y responsabilidades de un Estado en un genocidio. De este modo, Alemania Occidental asumió verdadera y muy ampliamente su pasado nazi, así como la destrucción de los judíos de Europa por parte de Hitler. Pero todos los gobiernos turcos, hasta ahora, han dado pruebas de intransigencia y se niegan a hablar de genocidio.

¿Negacionismo? Las sucesivas autoridades turcas no niegan la existencia de crímenes masivos y recuerdan incluso que el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal, los calificó de infames; rechazan que quepa ver en ellos un proyecto estatal de ­aniquilación de un pueblo, lo que sugiere el mismo nombre de genocidio: esto cuestionaría el discurso teñido de patriotismo cuyas figuras destacadas serían rebajadas al nivel de criminales, y muchas otras, menos elevadas, al de ladrones o ventajistas. Saben, también, que un reconocimiento de tales características podría tener implicaciones considerables, territoriales -existe un Estado armenio, soviético durante mucho tiempo pero independiente en la actualidad, que podría hacer hincapié en reivindicaciones sobre el asunto- y financieras: ¿no habría que resarcir e indemnizar a las víctimas, devolver bienes inmuebles o tierras? Los armenios, además, son cristianos, y darles la razón, en la actualidad, podría constituir un signo de debilidad por parte de un poder que invoca al islam: hablando de genocidio armenio en la celebración de la Pascua, el papa Francisco recordó la existencia de una nación asolada, sin duda, pero también de una nación cristiana, aspecto que no resulta neutro en estos tiempos en que en varios países del mundo musulmán los cristianos son víctimas de actos de violencia terribles o viven bajo tal amenaza.

Tarde o temprano, las presiones internacionales, pero también las internas, harán insostenible la posición de las autoridades turcas y permitirán el reconocimiento del genocidio. Pero, paradó­­jicamente, para las comunidades de la diáspora armenia, para los armenios de Turquía y para los de Armenia, ello no representará tanto el fin de una época que marque tal reconocimiento cuanto la entrada en una nueva época. Una vez obtenida satisfacción sobre este desafío tan crucial, ¿podrán mantener una vida comunitaria, una cultura, unos sistemas educativos propios de su identidad? ¿Podrán no sólo recordar el pasado sino también proyectarse hacia el porvenir como grupo humano? Las reivindicaciones victimarias aportan una fuerza, permiten un combate necesaria­mente orientado al recordatorio de los su­frimientos históricos, pero no por ello permiten desplegar dinámicas de creatividad cultural. Incluso tienden, en ocasiones, a imposibilitarlas, encerrando a todos cuantos las ponen en práctica en lógicas que conciernen, en tal caso, para recuperar un vocabulario freudiano, a la melancolía. Ser armenio hoy día, mañana, ¿no es otra cosa que referirse a quien ha sobrevivido al genocidio o a sus descendientes? ¿No es reducir la identidad actual a la destrucción del ayer?

El papa Francisco, al aportar su apoyo al combate actual por el reconocimiento del genocidio armenio, no ha actuado únicamente de forma diplomática. Ha aportado, precisamente por el mismo hecho de su intervención y, por tanto, de su implicación, un comienzo o un elemento de respuesta a esta pregunta: los armenios pueden también definirse por su fe, por sus convicciones religiosas, factor susceptible de dar un sentido a su existencia. ¿Puede esto ser suficiente para impedir que las nuevas generaciones de armenios se enclaustren en la melancolía, puede permitirles el proceso de duelo; es decir, de poder actuar en función de un futuro y no sólo de un pasado sin por ello olvidarlo? Existen otras posibilidades de recuperación; algunas de ellas, por ejemplo, consisten en movilizarse desde la diáspora para ayudar al Estado armenio, cuya economía se halla muy malparada; otras, en reflexionar sobre el papel democrático que podrían tener los armenios que viven en Turquía y que se afirman como tales. Esta era una de las ideas de fuerza de Hrant Dink, interesado en los derechos de las minorías y en la democratización de Turquía en general, y no solamente desde el punto de vista de la minoría armenia. En todos estos casos, existe ahí un desafío crucial que se impondrá a partir de que quede constancia del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía.