Damasco, la revolución de las bicicletas

En Damasco hay novedad. Miles de bicicletas han inundado la capital. Desde mi último viaje del pasado año, la antigua ciudad de los Omeyas que presume ser la más antigua del mundo, se ha convertido en un espacio urbano recorrido por miles de bicicletas que han cambiado su paisaje. ¨La vida -ha proclamado el imam de una de sus mezquitas- es demasiado corta para pasarla en autobús¨. Ésta vez he llegado, viajando en autobús desde Lataquia, a 348 kilómetros de distancia, en la zona litoral de núcleo de población alaui, dominada por el gobierno, atravesando Tartus con su famosa base naval rusa de la que sus habitantes apenas hablan, y un paisaje mediterráneo de campos cultivados, naranjales, montes de pinos y eucaliptos, muy distinto al de otras regiones de estepas y desiertos. Altos cipreses protegen del viento los huertos. Hay plantaciones de cereales, muchos invernaderos de plantas, y en los lugares más secos, crecen los olivos.

Las bicicletas me sorprendieron al entrar en la ciudad. Los damascenos que padecen un tráfico rodado apocalíptico, consumen horas en sus desplazamientos debido a la proliferación de controles militares para verificar la identidad de los automovilistas y a menudo registrar sus vehículos por miedo de atentados terroristas. Las bicicletas, livianas y fácilmente manejables, son un medio de transporte útil en una población de cerca de dos millones de habitantes. Desde las callejuelas modestas y antiguas de la ciudad amurallada, del barrio cristiano de Bab Tuma, hasta las zonas residenciales de Abu Rumaned o Mezeh, se han extendido por todo su ámbito urbano. Muchos ciclistas viven en los suburbios. No solo pueden evitar los atascos, ahorrar horas perdidas sino ahorrarse la gasolina y el gasóleo que han aumentado de precio. Los vendedores de bicicletas, de fabricación china, hacen su agosto en un país postrado en una creciente penuria económica debido a la guerra. Cuestan entre 65 y 100 euros, un alto precio para la mayoría de los sirios.

En Siria la bicicleta era tradicionalmente considerada de baja categoría social, utilizada sobre todo por repartidores de tiendas de comestibles, humildes empleados y obreros. Ahora estudiantes, profesores universitarios, funcionarios, incluso muchachas, las hacen servir en sus idas y venidas por esta ciudad rebosante de habitantes y vehículos. Fue organizada una campaña para promover la bicicleta entre la población femenina, en una sociedad conservadora en la que no está bien visto que una mujer empuñe el manillar y pedalee este simple medio de transporte. Al principio policías y militares fueron muy reticentes e incluso confiscaron algunas bicicletas. Al ventilar el tema la prensa local se normalizó la situación.

Valdría la pena componer un elogio de la bicicleta de Damasco, como un avance de la independencia y autonomía de sus ciudadanos y no solo como una necesidad de una locomoción alternativa para contornear ágilmente los controles, los cierres de muchas calles a la circulación. Fueron medidas de seguridad adoptadas, especialmente en estratégicos barrios, para impedir la entrada de armas en la capital. Los damascenos no la utilizan ni por deporte ni mucho menos por ambiciones ecológicas.

No pueden circular en el popular zoco Hamedie del centro histórico de la capital. El abovedado zoco es un río de vida abigarrada, que desemboca en la gran mezquita de los Omeyas, con tiendas de ropa femenina de estilo islámico, mercaderes de alfombras y de especies, vendedores de joyas y de antigüedades, de pastelerías y heladerías como la prestigiosa heladería Bagdach, propiedad de una familia de un destacado líder comunista. Los viernes y sábados son una fiesta ante la fachada de la gran mezquita con las palomas que revolotean en torno a sus minaretes y las niñas y niños que saborean los famosos helados del zoco. Desde hace décadas este recinto es zona peatonal.

LA VANGUARDIA