Viaje en autobús de Lataquia a Damasco

A las siete de la mañana partía de Lataquia el autobús de la compañía Hakim Hassan con destino a Damasco. Casi todos sus pasajeros eran hombres jóvenes y alguna mujer, además de varios soldados de escolta sentados junto al conductor o al fondo del vehículo. Esta carretera de 348 kilómetros antes no había sido muy segura por los sabotajes de los rebeldes. Con casi todos los rojos visillos corridos, emprendemos viaje a través del territorio dominado por el Gobierno desde la franja costera a la capital.

Tartus es la segunda ciudad del litoral, con su puerto donde se encuentra la famosa base naval rusa. Sus habitantes apenas hablan de ella y no consideran que tenga importancia en su existencia diaria, porque sus marinos y empleados se manifiestan muy discretamente en la ciudad y hacen vida aparte.

Esta zona de Siria donde los alauis, núcleo del poder del régimen, tienen sus raices es tierra mediterránea. Su paisaje de campos cultivados, naranjales, montes de pinos y eucaliptos es muy distinto al de otras regiones, a sus estepas y desiertos. Altos cipreses protegen del viento los huertos. Hay plantaciones de cereales, muchos invernaderos de plantas, y en los parajes más secos crecen olivos. Por el hilo musical del autobús se oyen canciones de Fayruz, la gran cantante cristiana libanesa, muy querida en Siria por sus canciones patrióticas árabes y palestinas.

El viaje es tranquilo. Los pasajeros, como mi vecino oficial del ejército, dormitan, apenas hablan. Quizás en un autobús más popular –este vehículo se considera de una clase VIP- serían más locuaces. Los puestos de control con banderas sirias y retratos del rais El Asad, son muy frecuentes en esta carretera vital que une Damasco con el ‘país alauí’. Los viajeros aprovechan a veces la inspección de documentos y maletas para fumar un pitillo o estirar las piernas.

Hubo un tiempo en que pasajeros de autobuses eran secuestrados en las carreteras. Por lo menos hay treinta mil secuestrados en este país. Nadie se fija en mi que procuro pasar desapercibido, tomando discretamente notas en una libreta que compré en el ‘mall’ de Lataquia, con tapas ilustradas con el escudo del Barça y la imagen de Messi, de cuya camiseta suprimieron la inscripción de Fundación Qatar.

La carretera cruza un paisaje montañoso en una de cuyas colinas destaca el castillo de los cruzados de Qalat el Hosn. Ocupado por los rebeldes, el mes de marzo fue liberado por el ejército. Este castillo, con sus tres recintos amurallados, sus almenas, sus bóvedas, sus rampas escalonadas, su gran sala de ojivales ventanales, su capilla convertida en mezquita, su pasarela en vez del desaparecido puente levadizo es la imagen del castillo. ¡Es el castillo de nuestra infancia! Había sido uno de los lugares turísticos más visitados de Siria junto con Palmira, o las ‘ciudades muertas’ de los alrededores de Alepo. Al conquistar el castillo, los soldados aseguraron el tráfico de esta carretera de Homs a Tartus y Trípoli en el norte del Líbano. Desde el autobús contemplo a lo lejos la ciudad de Homs y las altas chimeneas de su refinería de petróleo.

A partir del cruce de Homs, la carretera desciende hacia Damasco, orillando a su derecha una zona abrupta, próxima a Mamula, en la región fronteriza del Líbano donde pululan milicianos del Frente al Nosra y del Daech, que continúan en pie de guerra. Es un disputado territorio de suerte todavía indecisa.

Llegamos a la capital a la hora convenida, en un viaje sin incidentes ni percances. Desde Lataquia, próspera en medio de las turbulencias de la guerra, arribamos a esta ciudad a través de sus barrios devastados. En ruinas, desiertos con barricadas en sus calles, con las casas que aun quedan en pie desahuciadas por sus vecinos. Cerca de aquí está la línea del frente de la ruta oriental, Jobar, entre el ejército y los rebeldes jihadistas, a pocos kilómetros de la plaza de los Abasidas, de la antigua ciudad amurallada con su barrio cristiano de Bab Tuma. El ejército los desalojó de sus anteriores posiciones que incluso se habían aproximado amenazadoramente a esta parte de la capital.

Los habitantes de Damasco se han acostumbrado, como los de Beirut en sus guerras, a las explosiones -sobre todo nocturnas- que se escuchan especialmente en Bab Tuma, y han ganado seguridad en su vida diaria. Pero la amenaza no se ha eliminado completamente. En algunos barrios como Berdi hay acuerdos entre las fuerzas armadas y los rebeldes locales para evitar combates.

El autobús nos ha dejado a las puertas de Damasco, que bulle de inagotable vitalidad.

LA VANGUARDIA