¿Qué fue más importante, la Primera o la Segunda Guerra Mundial?

Hubo muchas personas, de entre las que conocieron las dos guerras mundiales, que cuando decían “La Gran Guerra” se referían siempre a la Primera y no a la Segunda. Yo creo que tenían razón. Veamos. La Primera Guerra Mundial, de la que este pasado julio se conmemora el centenario, puso fin a un orden territorial e institucional consagrado por siglos de Historia y lo hizo en lugares geoestratégicos claves, no solo para Europa y su generación sino para todo el mundo, y con una posteridad todavía hoy incierta.

Empecemos por Rusia. El Imperio de los Romanov se convirtió en una Unión de Repúblicas Socialistas, todas ellas vinculadas por el Derecho de Autodeterminación, ejercido al unirse voluntariamente a la patria del proletariado, y bajo la dictadura de los bolcheviques teorizada por Lenin y vencedora frente al las tesis más moderadas del menchevique Martov. Sus consecuencias fueron incalculables, las más geográficas y visibles, las independencias de Finlandia y de la fachada báltica, Estonia, Letonia y Lituania, y sobre todo el renacimiento de Polonia, conseguido en la Paz de Versalles pero ratificado, no lo olvidemos, en guerra abierta contra los bolcheviques.

Tan importante o más que esa metamorfosis fue el colapso del orden germánico en Europa Central, sobre todo el austro-húngaro, con dos grandes bloques de países. Unos, los que surgieron ex novo, como la ya citada Polonia, Checoslovaquia, Hungría (tratada como perdedora) y Austria. Y otro, especial en sí mismo, Serbia, porque como fortaleza anti Habsburgo fue favorecida por la accesión de diversas provincias del antiguo Imperio, algunas tan extrañas a su cultura eslavo-ortodoxa como Croacia o Eslovenia. De esta manera se convirtió en Yugoslavia. Alemania tuvo que devolver Alsacia y Lorena y con parte de su territorio se hicieron Polonia y Checoslovaquia.

Pasando al otro derrotado, el Imperio Otomano terminó República laica bajo Kemal Ataturk y perdió todas sus provincias árabes que pasaron a ser colonias del Imperio Británico o del Imperio Francés. Con esa metamorfosis, el Islam dejó de tener Califa y Sultán y nació el Oriente Medio en su presente configuración, que viene a ser, resumidamente, hija del acuerdo entre un negociador inglés, Sir Mark Sykes y otro francés, M. François George Picot, por el que Inglaterra se quedaba con las provincias árabes de la Sublime Puerta y recortaba las fronteras a su antojo, excepto un mandato en Siria para Francia, del que Francia segregó un trozo cristiano, Líbano. El acuerdo se completó con el reparto casi al 50% del petróleo de Irak porque los EEUU también se apuntaron a los frutos del subsuelo de Mosul.

A este tsunami territorial le siguieron consecuencias de todo orden. Europa se llenó de refugiados (minorías nacionales) porque obviamente las fronteras de los nuevos Estados no coincidían con las poblaciones originales. Las cifras varían. Daré una estimación conservadora, tres millones de personas, a los que hay que añadir el medio millón de refugiados rusos y los trescientos mil armenios desnacionalizados por Turquía. Añadamos que la razón “legal” de todo esto fue el derecho de autodeterminación que el Presidente Wilson, verdadero vencedor de la contienda, trajo debajo del brazo como uno de sus Catorce Puntos, verdaderas Tablas de la Ley que, junto con la Sociedad de Naciones, iba a instaurar la Paz Perpetua. Y añadamos también que el sistema de protección de minorías que se confió a la Sociedad de Naciones no funcionó.

El problema es que jamás se definió lo que era el Derecho de Autodeterminación y mientras que hubo poblaciones a las que se les preguntó lo que querían ser, a otras muchas no. Por ejemplo, las provincias árabes del ex Imperio Otomano. Voy a añadir un par de precisiones al respecto, muy poco citadas. Quien primero rechazó la protección de minorías nacionales en su territorio invocando el Derecho de Autodeterminación fue el país víctima por excelencia, esto es, Polonia. El Derecho de Autodeterminación fue también lo que invocó Hitler para invadir los Sudetes alemanes y desmembrar Checoslovaquia, lo que trajo Munich y abrió la puerta a la Segunda Guerra Mundial. Puestos a decir, diré también que el representante del Gobierno Vasco en Londres, Don José Félix de Lizaso, (PNV), así como el de la Generalitat, Don Josep María Batista y Roca, (ERC), felicitaron oficialmente al Ejecutivo inglés por el acuerdo de Munich ya que era conforme con el Derecho de Autodeterminación.

Hablemos ahora un poco de la cuestión judía. Según nuestra narrativa occidental Israel nace en 1947 en virtud de la resolución 181 de la ONU. Pero esa no es la narrativa árabe, que vincula el nacimiento de Israel con el colonialismo inglés. Aclaremos. Tierra Santa siempre se llamó Tierra Santa, pues santa es para cristianos, musulmanes y judíos. Pero con la desmembración del Imperio Otomano el Imperio Británico temió que la orilla oriental del Canal de Suez pudiese caer en manos de Francia así que, en lugar de ponerla en manos de una autoridad multinacional o multiconfesional, que hubiera sido lo suyo, se quedó con ella y la renombró Filistina, tierra de filisteos, lo que dio origen a Palestina.

La emigración judía a ese territorio se disparó como consecuencia del acuerdo de principio del Ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Británico, Lord Balfour (1917), de crear en Palestina un Hogar Judío, recompensa al esfuerzo de guerra aliado mantenido por la excepcional personalidad de Chaim Weizmann, judío emigrado de profesión químico, cuyos inventos sobre explosivos puso al servicio de su patria de adopción. Era también propietario del periódico Manchester Guardian, hoy The Guardian. La posteridad de todo este orden postbélico fue lamentable. Sobrevivió más o menos a costa de una terrible catástrofe humanitaria en Europa Central, donde hoy le ampara la UE tras un interludio soviético de cuarenta años.

No sucedió lo mismo con Yugoslavia, que se deshizo en medio de una guerra atroz a mediados de los noventa del pasado siglo. Pero la posteridad de la URSS y la de Sykes-Picot están todavía en el alero. Cito algunos espacios todavía conflictivos en el entorno ruso. Ucrania, Transnistria, el Cáucaso en su conjunto, Asia Central… De cómo van las cosas en el Oriente Medio no hace falta dar detalles porque tan atormentada zona ocupa las primera páginas de todos los periódicos. Por cierto: no hace mucho he visto en televisión un documental de propaganda del Estado Islámico, terrorismo islamista activo en Irak, cuyo título era No a Sykes Picot. Le faltaba añadir lo que he oído decir a muchos árabes en persona y leo en internet en Al Jazeera. Israel es producto del colonialismo inglés y los palestinos los nuevos argelinos. Con esa salvedad o sin ella el Estado Islámico hace flamear sus estandartes ya en el Líbano y ha declarado Arabia Saudi próximo objetivo estratégico.

Volviendo a Europa, entre los refugiados, los nuevos países y la ausencia de un sistema de seguridad, Europa se convirtió en un avispero. Solo Polonia luchó cuatro guerras. Faltaba el que a Alemania se le declarase culpable moral del conflicto y se le pusiesen unas reparaciones ruinosas. Añadamos a eso la Gran Depresión de 1929 y tenemos la tormenta perfecta: la Segunda Guerra Mundial.

Con todo y con eso, el hecho irremediable para Europa fue el fin de su hegemonía, no solo política sino también cultural y de civilización. Hasta entonces Europa y Occidente eran uno. Desde la Paz de Versalles la masa crítica de Occidente pasó a los EEUU, donde, salvo catedrales, museos y demás formas de belleza, permanece su masa crítica.

Lamento no poder extenderme más y dejó en el tintero aspectos muy importantes del conflicto y su inmediata postguerra. Pero aunque solo sea con estos brochazos, ¿no les parece a ustedes, lectores influyentes, que la I Guerra Mundial gana a la Segunda por K.O.?

El Confidencial