Los estudiantes de Historia no creerán las grandes historias

La simplicidad es un país extranjero; allí hacen las cosas de manera distinta, como Mohammad Najibullah descubrió en 1996, cuando los talibanes llegaron a Kabul. Najibullah fue presidente de Afganistán entre 1987 y 1992. Se dice que mientras estaba encerrado en el recinto de la ONU en Kabul a la espera de la llegada de los talibanes, ocupó su tiempo en traducir al Pashto un libro de Peter Hopkirk, El Gran Juego, que trata sobre la historia de las invasiones de Afganistán en el del siglo XIX. Mientras trabajaba, Najibullah se dio cuenta de que nadie a su alrededor sabía nada acerca de la historia afgana. Era un país tristemente carente de Eric Hobsbawms, Linda Colleys y Niall Ferguson, por no hablar de Simon Schamas. «Los afganos siguen cometiendo el mismo error», dijo. Y añadió: «Sólo si entendemos la historia podemos tomar medidas para romper el ciclo.» Cuando los talibanes tomaron el poder, no tenía ningún interés en su libro y nadie sabe qué pasó con el manuscrito.

 

En Irlanda, esta década está llena de importantes centenarios. Empezando con la firma del pacto de Ulster en 1912 hasta el fin de la guerra civil en 1923, hay muchos sucesos que conmemorar, pero, cierta incertidumbre sobre cómo se debe hacer. No es de extrañar que, teniendo en cuenta el largo legado de perversas decisiones de políticos, la historia ya no será asignatura obligatoria en las escuelas irlandesas, según el nuevo acuerdo para la educación en la República de Irlanda. Por lo tanto, los ciudadanos irlandeses del futuro, al igual que los afganos del presente, no tendrán en mente nada más que vagos mitos y prejuicios sobre el pasado.

 

En Gran Bretaña ha habido un profundo debate social sobre qué versión del pasado se debe ofrecer a los escolares. ¿Debería enseñarse una «historia nacional», ya sea una versión simple o una llena de ambigüedades y matices? ¿Deben decidir este asunto los políticos? ¿O una comisión de historiadores? ¿Cómo de global debe ser la enseñanza de la historia? ¿Cómo de local? ¿Qué pasa con Europa y la antigua Roma? ¿Qué pasa con Escocia? ¿Qué pasa con la guerra civil? ¿Debe la palabra «Gloriosa» antes de la palabra Revolución ir entre comillas? ¿O fue un hecho verdaderamente glorioso? Y luego está el pequeño asunto del imperio.

 

En parte, este debate ha sido un interesante ejemplo de cómo debe proseguir la enseñanza de la historia. La historia es una forma de interpretar el pasado, no de conocerlo. Por lo general, se trata de una serie de controversias entre los estudiosos que tienen acceso a las mismas fuentes. Depende tanto de la ideología como votar en unas elecciones. Mientras que los historiadores siguen intentado escribir narraciones grandilocuentes y definitivas, sus lectores son conscientes de que siempre hay otra narrativa al acecho, y que cuanto más inteligente es un historiador, más claro y autocrítico es el tono de la narración.

 

Lo que es extraño e inesperado es lo mucho que se ha logrado en Irlanda cortesía de historiadores y profesores de historia. Durante 70 años, la participación de Irlanda del Sur en la primera guerra mundial, por ejemplo, era una cuestión marginal. Hoy en día sin embargo, es tan importante como la rebelión de 1916. Toda la narrativa de la historia de Irlanda es cuestionada hoy en día, abierta a preguntas y debates. Los profesores de historia y sus alumnos podrán situar los acontecimientos de la Semana Santa de 1916 a la par de la Batalla del Somme. O considerar la amenaza de reclutamiento en Irlanda como un factor tan importante como la Rebelión de Pascua para el cambio de la opinión pública.

 

En Wexford, de donde soy, gracias a estudios serios y un alto nivel de debate provocado por los historiadores, no es extraño que mis conciudadanos tengan un concepto de la rebelión de 1798 – antaño considerado un suceso glorioso y el tema de muchas baladas patrióticas – como parte de una lucha por la libertad, pero también una revuelta sectaria salvaje que nada consiguió. Nadie parece tener ninguna dificultad en evocar los dos opuestos, excepto algunos políticos tal vez, o los malos historiadores.

 

Para los estudiantes de ahora, no es necesario escribir grandes narrativas; de hecho, me parece a mí que ya no las tolerarán o no se las creerán. Disponen de mucha información contradictoria al alcance de la mano. En la década de 1940, a las persona que participaron en la lucha por la independencia de Irlanda se les pidió que escribieran su propia narración de lo que hicieron; 1.773 personas escribieron su versión, con la promesa de que lo que escribieron sería guardado bajo llave hasta que estuvieran todos muertos.

 

Hoy están todos muertos, y sus narraciones de cómo ocurrió la revolución están colgadas en internet, en versión íntegra y accesible a todo tipo de búsquedas. Ya que el censo de 1911 en Irlanda también está colgado en internet, en versión íntegra y accesible a todo tipo de búsquedas, los estudiantes pueden comprobar la situación social de los autores – el número de habitaciones en su casa, por ejemplo, o si tenían criados – y también pueden estudiar el mismo suceso desde diferentes puntos de vista.

 

El estudio de dichos documentos, en todas sus variantes, no es sólo una manera de que los estudiantes comprendan el pasado, es también una manera de crear un pensamiento crítico, una forma de hacer juicios de valor y de desarrollar pensamiento escéptico y creativo que será de más ayuda a la hora de resolver problemas que, digamos por ejemplo, el álgebra o que dos más dos son cuatro.

 

Para los estudiantes de la lucha irlandesa por la independencia, las cosas pueden ponerse aún más emocionantes en un futuro cercano, cuando los dos departamentos gubernamentales dejen de discutir sobre cuál de los dos corre con los gastos de apertura de los archivos de aquellos que solicitaron sus pensiones militares irlandesas. Estas pensiones fueron otorgadas a aquellos que estuvieron involucrados en la lucha por la independencia. (Los lectores de la novela de John McGahern” Entre Mujeres” recordarán la negativa de la protagonista Moran a aceptar dicha pensión).

 

Como los tiempos eran difíciles en el Estado Libre, y más tarde en la República de Irlanda, estas pensiones eran muy codiciadas. Mucha más gente de la que era apta para recibirla solicito esta pensión. Los archivos contienen un tesoro para cualquier persona interesada en la historia de Irlanda. Se colgarán en internet, y si algún día pierdo mi trabajo, me encantaría volver a educarme como profesor de historia y recibir clases a través de estas aplicaciones, especialmente utilizando documentos previamente rechazados.

 

Mientras tanto, siempre habrá ministros de gobierno que creen que no todos los estudiantes deben estudiar la historia. Simplemente no me esperaba que esto sucediera en Irlanda, donde ha habido una lucha encarnizada por ofrecer una historia única, una historia llena de mitos y prejuicios, en lugar de un escrutinio del pasado hecho con ironía e inteligencia. Los talibanes siempre acechan, de una forma u otra.

 

El esfuerzo de Najibullah en la traducción del libro antes mencionado, para aclarar y difundir el conocimiento de su país – trabajo realizado en circunstancias terribles, mientras esperaba su condena – es una inspiración para los estudiantes y profesores de historia, al igual que lo es para todos los ciudadanos. Estudiar la historia con todos sus matices y ambigüedades puede ser suficiente. Pero no hay ningún país libre de la necesidad de encontrar nuevas maneras de leer el pasado como una manera inspiradora de analizar todo lo demás, incluido el presente. Menos aún, mi país.

 

http://www.theguardian.com/uk