La fabricación del mito de Cádiz

La Constitución de Cádiz fue promulgada por la regencia el 19 de marzo de 1812. O sea que hoy hace doscientos años que se produjo el hecho en la fiesta de San José y por eso es conocida como «La Pepa». Ayer, los periódicos estaban llenos de reportajes y artículos que valoraban el impacto de dicha Constitución en la historia española. Muchos de estos artículo desprendían, al menos para mi gusto, un exceso de optimismo. Es cierto que la Constitución de Cádiz fue la primera ley fundamental española de carácter liberal.

La letra de esta Constitución era, sobre todo en el contexto de Antiguo Régimen que dominaba en España, un soplo de aire fresco. Pero también es cierto que una vez fueron vencidas las fuerzas napoleónicas y devuelto el rey «deseado», la Constitución fue derogada el 4 de mayo del 1814. Se convirtió en un referente en la lucha liberal para acabar de una vez con el militarismo y la dominación aristocrática del poder. Como decía uno de los artículos que le dedicaban en un rotativo barcelonés, al final «La Pepa» representa la revolución burguesa frustrada en España.

Al cabo de doscientos años de una promulgación tan solemne como trascendental, la España liberal es un espejismo , diga lo que diga José Luis Ayllón Manso, presidente del Consorcio para la conmemoración del II Centenario de la Constitución de 1812. La Constitución del 12 se ha convertido ahora en un mito de la españolidad: «España celebra este 2012 el origen de su Estado Democrático. Hace doscientos años, diputados de España, Iberoamérica y Filipinas se reunieron en Cádiz para alumbrar un nuevo sistema político y social que derribaba los principios del Antiguo Régimen e inauguraba un nuevo modelo de convivencia basado en la soberanía nacional y el reconocimiento de derechos y libertades hasta entonces inexistentes”.

¡Caramba! Es una interpretación muy sesgada de la historia de España. Quizás les convendría releer, por poner tan sólo algunos ejemplos, los libros de Josep M. Vallès, ‘Entre el militarismos de gala y el militarismo de faena’; Diego López Garrido, ‘La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista’; Manuel Ballbé, ‘Orden público y militarismo en la España constitucional’; Joaquim Leix, ‘Cien años de militarismo en España’ y Carlos Seco Serrano, ‘Militarismos y civilismo en la España contemporánea’.

Quizá entonces dejarían atrás algunos mitos, porque es evidente que el predominio de los militares en la vida política y social española fue masivo a partir de la Guerra del Francés (1808-1814). Fue un hecho muy significativo que muchos clérigos tomaran las armas (colgando o no los hábitos) y que a partir de entonces los pronunciamientos militares (Porlier, Lacy, Milans del Bosch, Espoz y Mina, Riego -el más importante de todos, el de 1820 en Cabezas de San Juan-, Torrijos) condicionarían la historia española durante más de un siglo, hasta que en 1936 un militarote como Franco organizó un golpe de Estado que desembocó en una cruel Guerra Civil. Por eso me sorprende la voluntad de reescribir la historia de España en clave liberal -que es claramente una invención- y que en esta mascarada contribuyan historiadores autoproclamados progresistas.

En fin, en una época de restricciones de todo tipo, sorprende ver cómo desde Andalucía se puede montar un Consorcio que habrá costado un ojo de la cara. Sólo tiene una explicación, ¿verdad?

El Singular Digital