No comprenden. O sí

La frase me la descubrió hace muchos años mi amigo Alfons Cucó, cuya presencia aún añoro cada día, mientras paseábamos por algún camino de montaña, hablando, como casi siempre, del país que nos ha tocado: la frase de Ignasi Villalonga, posible patriota valenciano, banquero de algún éxito y político considerablemente frustrado. El señor Villalonga, en los años de la Segunda República, promovía un partido valencianista de su ramo, es decir, de la derecha civilizada, y tal combinación (civilidad, derecha y valencianismo) no tuvo el éxito que él esperaba. Pasados tantos años, todavía la esperamos y nunca llega esta derecha. Entonces don Ignasi, en 1933, dejó correr la aventura, se apuntó con resignación a la derecha realmente existente, la Derecha Regional, que sería como el PP de entonces, sin la excrecencia del anticatalanismo y de las pequeñas mafias, y le escribió a Lluis Lúcia: «Las gentes no comprenden la necesidad de partidos exclusivamente valencianistas.» Lo recordaba yo hace tiempo en otro lugar, y lo recordaba Alfons Cucó, hace más de diez años, en una entrevista en este mismo semanario que es para mojar pan, con motivo de la nueva edición de su clásico «El valencianisme polític», que debería ser de lectura obligada, o al menos altamente recomendada. «Las gentes no comprenden», Esta era y es la cuestión. Ante la cual, los que sí lo comprendemos tenemos la pequeña o gran obligación de hacer que «las gentes» lo comprendan también. O eso, o resignarse a la incomprensión definitiva, y que el país termine de irse barranco abajo, hacia el desagüe final de la historia. Que lo comprendan, sobre todo, quienes afirman que lo comprenden y luego hacen todo lo que haga falta -militando, escribiendo o votando- a fin de que esta comprensión (en la única forma finalmente efectiva, que es la política: «la necesidad de partidos exclusivamente valencianistas», o al menos exclusivamente valencianos, nacionales) fracase implacablemente. Gracias a tan admirable incoherencia, y gracias también a aquella broma sádica de Fuster cuando afirmaba que aquí el nacionalismo «no levanta ni un gato por el rabo» (y que, por tanto, conclusión inevitable, más valía apoyar al PSOE), los valencianos , en efecto, como recordaba Cucó, «no existimos ni en las estadísticas». Un éxito de estrategia de nuestras izquierdas y de gran parte de sus representantes intelectuales, sí señor, incluidos muchos que se declaran y se consideran muy leales al país. Quien sí lo ha comprendido, y mucho, es un sector bien visible y dominante de la derecha, que ha segregado una ideología, una retórica y una práctica de regionalismo emocional, estudiadamente oportunista y rigurosamente fiel al nacionalismo español, y la maniobra les está funcionando, hasta ahora, magníficamente bien: Camps y sus asesores no son estúpidos. Será que unos, en realidad, finalmente sí que «comprenden», Y otros aún no.

Pero, en fin, la historia es la que es, como se demuestra leyendo la bien meditada introducción de «El valencianisme polític 1874-1939». La historia, por ejemplo, de un país vencido por el primer Borbón, conquistado, ocupado, reprimido y todo eso que sabíamos y sabemos, y que a menudo olvidamos, etcétera. «Los castellanos quieren quitarnos aun la memoria de nuestra antigua libertad: gente enemiga de todo el género humano», escribía en 1763 el insigne ilustrado Gregori Maians con gran incorrección política: ahora volverían a crucificar, o tendría que volver a esconderse en su pueblo. Y su hermano, Joan Antoni Maians, escribía en 1783 que «entre las instrucciones secretas que tenía el gobernador de Tarragona, que murió en Alicante, una de ellas era acabar con el lenguaje del país. Lo mismo mandan en este; aunque no es menester cuidado en practicarlo, porque los valencianos saben arruinarse a sí y a sus cosas primorosamente. No hay fuerzas para resistir esta política que no se me acomoda». Ya ven ustedes, pues, si son antiguas las cosas del país: las instrucciones secretas a veces parece que están aún plenamente vigentes, y los valencianos, que ya hace más de 200 años eran maestros en el arte de arruinarse ellos mismos («primorosamente», qué deliciosa palabra), continúan practicando el mismo arte hasta nuestros días. La encuesta que yo comentaba aquí hace pocas semanas es bien expresiva. Y mientras todos tan contentos, porque no hay fuerzas (¿no hay, o muchos no las quieren ver?) para resistir la política que los hermanos Maians ya veían y sufrían. Por muchos años.

 

Publicado por El Temps-k argitaratua