¿Qué se ha hecho mal?

El Govern parece haber renunciado a hacer efectiva la declaración de independencia. No había nada preparado, en parte porque desde el día 1 por la tarde hasta el día 27 por la mañana, la conversación de los que han comandado todo eso fue sobre si ir o no ir a elecciones, en lugar de preparar lo que se podía hacer para asegurar la máxima efectividad de la declaración de independencia.

Tampoco existen ninguna de las estructuras de Estado que se nos habían prometido en varias contiendas electorales. Las estructuras de Estado, hay que decirlo, como concepto, no necesitaban 5 años para ser llevadas a cabo. Hacía falta, eso sí, tener preparada la parte legislativa, como la ley del referéndum y de transitoriedad, y los decretos que se derivan de las mismas. Esta quizás es la parte más desarrollada, que el Govern y el Parlament han renunciado a activar de momento, y cada vez es más difícil y más simbólico. Todo lo hacemos en el momento más débil. Y también había que tener una cierta seguridad material y psicológica, que se darían órdenes a funcionarios claves, en particular a los Mossos.

Ya dije días antes del 27-S que el único argumento legítimo para no declarar la independencia era «no podemos». Pero que era un argumento que era necesario hacerlo explícito, por el bien del país, e implicaba que los que se habían presentado como responsables de hacerlo posible no podían seguir ocupando los lugares de mando.

¿Por qué no había nada preparado? Hasta horas antes del referéndum del 1 de octubre, el marco general con el que gran parte del liderazgo trabajaba era que el Estado se impondría y no podríamos ir a votar. De hecho, a lo largo de todo el verano y hasta mediados de septiembre, la tesis más repetida (a mí, personalmente) era que Rajoy aplicaría el 155 antes del referéndum y se convocarían elecciones inmediatamente. En aquel momento ya pensé que esta era básicamente una idea que surgía de las entrañas de la política catalana y que había quien trataba de venderla a Madrid.

Eso explica por qué el referéndum se hizo con una mano delante y la otra detrás. Básicamente, se hizo con tres cosas: las urnas, el censo universal y las infraestructuras (lugares de votación y centro de datos). Estas cosas se hicieron en formato de guerrilla, de manera tal que casi nadie sabía el todo de la ecuación y, los que creían que podía salir bien, confiando en la gente. Esta fue la clave. La gente no fue ‘procesista’, la gente defendió las urnas porque allí residía su libertad: y lo hicimos con los cuerpos y el peso de la historia, igual que el Estado respondió, y fracasó, con los cuerpos de seguridad y el peso de la historia.

Nuestro mando no se esperaba que el referéndum saliera tan bien, sobre todo ante la policía. Y el mismo día 1 por la tarde ya se empezó a discutir, como he dicho, si había que ir a elecciones. Los tres argumentos más poderosos para ir eran que no había nada preparado, que con el referéndum el soberanismo había ampliado el círculo para incluir parte de la izquierda federalista (y que con una DI se reducía, mientras que con unas elecciones se consolidaba), y que habría muertos y el president y el Govern serían responsables.

Estos argumentos, juntamente con una visión de las relaciones internacionales que me parece vacía de historia, llevaron a la suspensión del día 10. Hacía días que se pensaba una fórmula suspensiva, como ya expliqué, para dar tiempo a prepararse, para aparecer como los dialogantes en la escena internacional, y para tratar de forzar al Estado a negociar. De todas las versiones posibles, la fórmula que se escogió era la más débil, igual que con la preparación del referéndum. La versión más débil que dejara todas las puertas abiertas y el máximo margen de maniobra al Govern de la Generalitat.

Eso dio cierto aire, pero también dio todo el margen de reacción al Estado, que se puso a operar en todos los frentes: el político, con el discurso del miedo; el judicial, con la detención de Sànchez y Cuixart, y el internacional, deslegitimando el referéndum y el bando catalán en general. Cada día la Generalitat era más débil, las órdenes tenían menos posibilidad de ser obedecidas, había menos predisposición psicológica a dar instrucciones, el miedo se extendía por la población y la clase política, y el Estado vio que no tenía ninguna necesidad de intercambiar 155 por elecciones, que es el pacto que ofreció Puigdemont, o que le hicieron creer que Moncloa aceptaría, por los canales abiertos con Urkullu, Mas y Santi Vila.

Pero Moncloa dijo que no, el jueves por la mañana. En Madrid se dice que Rajoy quería, pero que el partido, el aznarismo y la Zarzuela le dijeron que ni hablar. Quizás es cierto, pero tiendo a desconfiar de los relatos que dicen que el rey es bueno y la corte mala. Si quieres que una cosa pase, creas las condiciones para hacerla posible. Y Rajoy ha alimentado la represión y el castigo como marco operativo.

El jueves por la mañana el presidente informó al grupo parlamentario que no había ninguna mediación, que no tenía el control de los Mossos y que tampoco había un crédito concedido para operar. Es en este momento cuando algunos parlamentarios del PDeCAT, como el alcalde de la Seu d’Urgell, Albert Batalla, o Jordi Cuminal, ‘sottogoverno’ de la presidencia de Mas, anunciaron que dejaban de ser diputados y rompían el carné del partido. Algunos consellers se opusieron, con el argumento que la represión sucedería igualmente, y que valía la pena protegerse institucional y socialmente.

Pero cuando se supo que el 155 se aplicaría igualmente, con elecciones o sin, y que la persecución judicial no se detendría, el president y el entorno del mando decidieron que esta decisión la tenía que tomar el Parlament, y no un hombre solo. Es una decisión acertada, y tiene un pero. La razón por la cual Puigdemont no quiere tomar la decisión solo es, a mi entender, que preveía una represión dura contra el pueblo, que podía llevar que hubiera enfrentamientos violentos y muertos. Puigdemont compró el marco que dice que la represión del Estado es su responsabilidad y que, por lo tanto, tiene que operar de manera tal que no la provoque, o al menos, que no pese sobre su conciencia.

La perversidad de este argumento es que no tiene fin. La represión tiene muchas caras, algunas más sutiles, que acortan y arruinan vidas, como sabemos todos. Y la necesidad de evitarlo en toda costa lleva, al final, a la sumisión total. Es muy peligroso infantilizar estos marcos represivos, a la larga lo empeoran todo. Sobre estas premisas no se puede construir ninguna comunidad política ni ninguna libertad, con una excepción: que lo hagas explícito y dejes que la gente sepa qué alternativas hay y pueda escoger.

Pero una vez has decidido ir a una declaración de independencia, a pesar de la liturgia triste con que se hizo, tienes que ir con todo lo que tienes.

Desde el aparato simbólico (arriar la bandera española), el legislativo (convocar el Parlament inmediatamente para aprobar los famosos decretos que se dice que hay preparados y establecer la ilegalidad de la aplicación del 155 en Catalunya), el ejecutivo (en todo el mundo en los despachos o en el Palau), emitir órdenes e instrucciones para hacer efectivo aquello que está en tu poder (publicar la declaración en el DOGC, incluido), el internacional (contactar cancillerías formalmente para informar de la nueva situación), y el municipal (tienes 700 alcaldes dispuestos a hacer que en muchas zonas del país no tengas ningún problema y te puedas centrar en las partes críticas) y sobre todo, el social.

Centenares de miles de personas estaban dispuestas a defender la república con actitud de resistencia pacífica. La organización de muchos CDR es operativa y magnífica, y son muchas las ideas que estaban listas, al menos en parte. Rodear la sede del Govern y del Parlament, marchas lentas para bloquear los desplazamientos policiales, miles de tractores auto-organizados para bloquear infraestructuras, complicidades sindicales, huelga general indefinida y un discurso de liderazgo inequívoco mientras se ponen en marcha las primeras medidas. ¿Que no todos los mossos te obedecerán? Cierto. Pero ni hace falta que les pongas a todos en esta tesitura, ni hace falta que los envíes a enfrentarse a la Guardia Civil. Eso y mucho más era ir a por todas.

Pero en los discursos de las escaleras del Parlament, ante los alcaldes, ya se vio que este no era el tono ni el objetivo. La gente celebraba, pero nadie pensó que hubiera que defender nada porque no había nada concreto que defender: ¿dónde estaba el president? ¿qué hacía el Govern? ¿por qué estaba la bandera del Reino de España ondeando en el Palau de la Generalitat de la República catalana recién declarada? La gente, claro, se fue a casa. Y los consellers también, después de una breve reunión. Algunos ya empezaron a pensar como enfilar hacia el «exilio»; temporal o no, no lo sabemos. Las reuniones del fin de semana no han sido mejores.

El discurso del sábado del president Puigdemont alimentó este marco: parecía escrito por un penalista, para evitar que el Estado tuviera más argumentos para encerrarlo. Aparte de la indignidad que supone actuar así cuando tienes dos personas injustamente secuestradas en Soto del Real, es inútil: el Estado te empurará siempre (siempre que le convenga). Creer que se pueden modular las palabras para evitarlo es creer que puedes intercambiar 155 por elecciones, o que puedes negociar con el Estado alguna cosa que a ellos no les convenga. Es un marco que nos ha llevado a fracaso tras fracaso y que está en el centro de lo que está pasando.

Pero Rajoy también tenía sus problemas. El primero es que la represión del día 1 de octubre le ha supuesto un coste internacional que no es despreciable y el segundo es que la represión del día 1 de octubre no funcionó. Grabaos a fuego las imágenes de los lugares donde la policía se tuvo que marchar. No pudieron frenarlo, y un ridículo así no lo puede aguantar políticamente sin caer en la humillación total y definitiva.

La única alternativa era escalar la violencia, eso es: hacer que el ejército tomara el control, y, o bien ordenarles que todo fuera teatro o bien arriesgarse a violencia de verdad, no de balas de goma sino de balas de metal. Un 155 duro durante 6 meses es un riesgo muy alto de asumir.

La otra posibilidad era convocar elecciones y aplicar el 155 en versión administrativa y a ver si así desangraba al Govern, dividiese el soberanismo, y ganabas unas elecciones que legitimen todo lo que quieres hacer en Catalunya pero que tienes muy complicado de hacer sin caer en la anarquía y el ridículo internacional. Los mensajes públicos y privados de la comunidad internacional indicaban que este era un camino más aceptable. Por eso digo que las elecciones del 21 de diciembre explican tanto la fortaleza de Rajoy (puede hacerlo) como su debilidad (necesita hacerlo).

He escrito que soy partidario de ir a estas elecciones, porque no sacas nada con boicotearlas, especialmente con un gobierno que no está dispuesto a tratar de hacer efectiva la declaración con todo lo que tenía a su alcance. Y que había que hacerlo convocando al Parlament contra el 155 y protegiendo las instituciones. No me parecía ni me parece una contradicción porque las urnas son las urnas, y en la medida en que son el campo de juego, es tu campo de juego, aunque sean unas elecciones coloniales. Los partidos parece que están entrando, en este marco, y por lo tanto, ahora los peligros son otros: ¿elecciones para hacer qué?

El problema del escenario actual es que el Govern está en retirada y entregando las instituciones al Estado, cosa que nos hace cada vez más débiles, incluso si ganamos y una nueva guardia toma el mando. El escenario de elecciones no es malo porque nuestra fuerza es la gente, y todo combate en las urnas es un combate pacífico que nos hace más fuertes y hace prosperar la verdad. Tienes que utilizar todos los instrumentos que tienes para plantar cara, sobre todo los que te son favorables por las razones correctas.

Ahora bien, las elecciones no pueden ser una manera de hacer lo mismo y entrar en el bucle infinito. Es decir: no por tener un gobierno que es más independentista en los discursos que en los hechos, que hace creer a la gente que está preparado cuando no lo está, y que cuando toma una decisión, la improvisa y no está dispuesto a poner toda la fuerza al servicio de la decisión. Es trabajo nuestro que el discurso lacrimógeno y folclórico no lleve hacia el bucle. Este Gobierno y este mando han sido capaces de hacer que haya un referéndum, sí, aunque por los pelos, pero no son capaces de hacer efectiva la declaración y, además, están quemados.

Cuando la gente se juega 30 años de prisión todas las decisiones son comprensibles. Incluso ir al extranjero a protegerse o a proteger el poder simbólico de la institución, y a continuar con la estrategia de implicar tantos poderes europeos como sea posible, a fin de que del caos salga alguna negociación. Pero eso no quiere decir que sea una estrategia ganadora o que no sea nuestro deber fiscalizarla, incluso asumiendo el hecho de que tenemos que hacer lo posible para protegerlos.

Que arriesguen 30 años de prisión o de exilio no es una cosa menor: es una salvajada. Sobre todo para los que han llegado los últimos al Govern, los consellers de julio, los que entraron para hacer el referéndum sin información sobre lo que se había hecho y sobre lo que realmente se estaba dispuesto a hacer. Estos son las víctimas de una gran irresponsabilidad, y se han jugado con la mejor fe disponible más de lo que se ha jugado nadie. Nuestra prioridad ahora sólo puede ser protegerlos como metáfora de proteger el país.

Por eso, si el Govern quiere hacer un servicio al país, aparte de resistir, podría hacer uso de su autoridad para asegurarse de que sea quien sea el que se presente a las elecciones no vaya a hacer folclore, a aprovecharse del dolor que ellos y sus familias (y los Jordis y sus familias), con el fin de crear un estado de ánimo que permita colar lo mismo de siempre. Se juegan muchos años en la prisión y vale más que tengamos un Parlament dispuesto a defenderlos de verdad, y no a intercambiarlos en un mercado de cinismos y cálculos que siempre salen mal.

Cómo enderezar esta situación no es una pregunta fácil, y no creo que nadie tenga las respuestas del todo. Mi instinto dice que tenemos que ir a ganar las elecciones del 21-D con toda la fuerza de la que seamos capaces, pero el problema de fondo no se puede ignorar.

Necesitamos más dosis de verdad y menos dosis de astucia. Que de la misma manera que ha habido una revolución cultural en los corazones de los catalanes, que han aprendido a perder el miedo y a hacerse responsable de sus actos, y que es eso y no otra cosa lo que vimos el día 1 de octubre, esta misma revolución tiene que llegar a nuestra praxis política, en los instrumentos discursivos y ejecutivos que utilizamos para justificar nuestras acciones y hacernos responsables de nuestros actos.

Y eso ahora mismo quiere decir un cambio de guardia, sí. Quiere decir apostar por una nueva generación de políticos que deje claro qué quiere hacer hasta el detalle. Vayamos a lista unitaria o a listas separadas, es exigible dejarnos de «secretos» y de sobrentendidos, y detallar con claridad qué quieres hacer y desde qué valores lo defiendes. Nuestro debate público no es suficiente ni para resistir a España ni para hacer efectiva la independencia. Está la gente, y por eso tenemos que ir a ganarlos también en sus elecciones coloniales, pero hasta ahora no hemos tenido un gobierno a la altura de lo que la gente estaba dispuesta a hacer para ser libre.

Pero no quiero simplificar: un cambio de guardia no es el problema de fondo. El problema es estructural y tiene que ver con una cultura política basada en la sumisión, que genera monstruos y seca la imaginación. Y de eso estamos todos infectados, con las excepciones que haga falta, pero que son excepciones que han sido arrinconadas en la marginalidad durante años o que las fuerzas fácticas del país tratarán de hacer pasar por locas.

Pero no plantar cara a nuestra propia cultura política es condenar a los perseguidos a más persecución, es dejarlos tirados, y por muchos errores que se hayan cometido, no sólo no hay otra dignidad que la de protegerles, también la de crear las condiciones para poder rescatarlos, incluidos los Jordis y el Govern entero. Justamente por eso no podemos aceptar cualquier cosa, y tenemos que exigir a los políticos o que se retiren o que hablen claro sobre qué podemos hacer y cómo.

Lo más importante es que limpiemos el discurso político de dobles sentidos y podamos todos ver más claro, que también es una manera de ser libres. Soy optimista porque he visto cambiar a la gente a mi alrededor, y una vez has probado la libertad, no vuelves dentro el armario si no te obligan. Y con todas las prudencias, ahora no pueden obligarnos como antes. La corriente de fondo va a nuestro favor. Comprometámonos y trabajémoslo.

http://www.elnacional.cat/es/opinion/jordi-graupera-hecho-mal_208035_102.html