Diez claves para comprender la desobediencia civil según Thoreau

H.D. Thoreau (1817-1862) no fue el inventor de la teoría de la desobediencia civil (los orígenes habría que buscarlos en el hinduismo, el budismo y en las revueltas agrarias antifeudales europeas). Pero sí fue el pensador más significativo en este ámbito, especialmente por su influencia sobre Mohandas Gandhi (que la vinculaba a la «satyagraha» -camino de la verdad-), Martin Luther King o Lluís Maria Xirinacs. La desobediencia civil no constituye tanto una «teoría» conceptualmente muy elaborada como una herramienta de lucha política -generalmente, pero no de manera necesariamente vinculada al pacifismo.

La desobediencia civil es un instrumento de protesta, de concienciación y de movilización política útil para ser usada «cuando ya no quedan más herramientas», es decir, cuando el cierre del poder impide el debate público y democrático. Pero sólo sirve cuando todavía es posible buscar una solución no-violenta. O lo que es lo mismo, únicamente puede usarse cuando la situación no se ha degradado ya hasta derivar en situaciones de violencia generalizada y de guerra civil. La desobediencia vehicula una oposición generalizada (de masas) a través de la generalización de un gesto de protesta. Constituye un reto al poder establecido e injusto, que adquiere un alto contenido simbólico -y puede ser incluso admirada por gente que no se atreverían nunca a ejercerla-. En este sentido, la desobediencia es pedagógica, aunque se pague muchas veces un alto precio personal por participar en ella.

¿Cuáles son las claves para comprender esta desobediencia civil?

1. Resistencia al poder

Thoreau elaboró el concepto de «desobediencia civil» como respuesta pacífica ante dos hechos políticos que le repugnaban moralmente en los Estados Unidos de su época: la esclavitud de los afroamericanos y la guerra contra México. Desobedecer significaba para él, por un lado, negarse a pagar impuestos para no colaborar con lo que consideraba una injusticia y, por otro, reivindicar un «gobierno mínimo», es decir, que interfiriera tan poco como fuera posible en la vida de la gente y que, por supuesto, no tuviera poder para enviarlos a una guerra asesina. En su Diario (16 de febrero de 1851), Thoreau se preguntaba: «¿Qué significa ser libres del rey Jorge IV y seguir siendo esclavos del prejuicio? ¿Qué significa nacer libres e iguales y no vivir? ¿De qué sirve la voluntad política si no es como medio para alcanzar la libertad moral? ¿Lo que nos hace sentir orgullosos es la libertad de ser esclavos o la voluntad de ser libres?» Resistir al poder también es, y para Thoureau especialmente, resistir a los prejuicios que el respeto desaforado por el poder nos inculca (incluso de manera inconsciente).

2. Individual, pero con vocación de masas

La desobediencia civil no se puede exigir a nadie porque (excepto en casos gravísimos como el genocidio, donde de todos modos confraternizar con el enemigo no servirá para conservar la vida), no se puede pedir racionalmente que alguien ponga en peligro su vida, sus propiedades o su familia para defender una idea, aunque esta idea sea absolutamente justa. La desobediencia la lleva a cabo, básicamente, gente con un alto nivel de conciencia personal. En ‘Una vida sin principios’, Thoreau decía de sí mismo que quizá era más celoso que lo habitual en cuanto a la libertad. En su opinión, las mayorías suelen ser ciegas a los principios de justicia y se mueven por conveniencias. Por eso hace falta un gesto que las mueva.

3. Movilizadora, ejemplarizante, pedagógica

«No importa cuán pequeño pueda parecer al principio: lo que se hace bien una vez, está bien hecho para siempre» (‘Desobediencia civil’). Lo que importa en un acto de desobediencia política es el gesto. Si «antes que nada tenemos que ser hombres y no súbditos» (‘Desobediencia civil’), la protesta individual tiene un valor de movilización. Por eso recomendaba: «Haga lo que nadie más puede hacer por usted» (‘Cartas a un buscador de sí mismo’). Una protesta se debe hacer por razones morales, en defensa de los valores universales y ante formas de opresión conocidas y sentidas por toda o buena parte de una población -y esto excluye intereses particulares u otras motivaciones secretas-.

Para Thoreau: «no es tan importante que algunos sean tan buenos como tú, sino que haya alguna bondad absoluta en alguna parte que influencie a toda la masa» (‘Desobediencia civil’). La bondad absoluta de algunos tiene siempre valor de ejemplo para todo el mundo. Y en cualquier caso: «Cualquier verdad es mejor que un engaño» (‘Walden’).

4. Con valor simbólico de denuncia pública

«Cada paso del hombre se mide ante el sistema» (‘Diarios’, 31 de enero 1841). Si «primero tenemos que ser hombres y después súbditos» (‘Desobediencia civil’), el gesto de desobedecer la ley injusta nos rehabilita (nos otorga dignidad) como seres humanos. Thoreau considera que «la injusticia es una parte necesaria de la máquina de gobierno» y la denuncia pública es parte de la exigencia moral de la ciudadanía ante la máquina. Se trata de despertar las mayorías «dormidas», y en este sentido una repulsa privada de la injusticia es buena pero claramente insuficiente. Resistir en privado no es malo pero sí ineficaz. Asumir el riesgo de una sanción (que es una posibilidad real en forma de multa, de prisión o de expropiación de propiedades) forma parte del riesgo que asume quien desobedece, pero también da visibilidad, liderazgo, credibilidad y dignidad moral a quien recibe el castigo injusto.

5. Fundamentalmente no-violenta

Ninguna protesta justifica actos vandálicos. Thoreau era básicamente un pacifista pero entendió que una situación excepcional (la lucha de John Brown para liberar los esclavos que le costó la vida…) debía resolverse de manera violenta -en la medida en que, por la naturaleza misma de la opresión, no hay otra salida posible-.

En todo caso, siempre es mejor morir (como John Brown) que matar. Pero lo decisivo en la perspectiva de la desobediencia no es la sangre; es el gesto y su intensidad, evitando al máximo cualquier dolor porque necesariamente el dolor implica inhumanidad. Y no hay que olvidar que «nuestra compasión es un don cuyo valor no podremos conocer nunca» (‘Diarios’, 02 de febrero 1841).

6. Centrada en ámbitos donde el poder no espera que le reten

La mayor parte de la gente «no puede prescindir de la protección del gobierno existente y tiene terror a las consecuencias de la desobediencia al gobierno por sus propiedades y sus familias (‘Desobediencia civil’), por eso hay retar al gobierno donde no lo espera, con un gesto radical. para Thoreau: «Las grandes personas no buscan nunca la oportunidad de ser grandes, sino que convierten en ocasión para ello todo lo que les rodea» (‘Diarios’, 1 de junio de 1841). Aprovechar la ocasión para retar al gobierno forma parte esencial de toda estrategia de desobediencia.

7. Orientada a fines concretos

La desobediencia no cambia el sistema sino sus actos injustos. Thoreau no impugna la democracia americana; simplemente pretende mejorar -de hecho, se autoconsideraba un patriota-. Tanto la esclavitud como la oposición a una guerra de conquista son objetivos posibles, realizables y nada utópicos. La desobediencia debe tener objetivos claros que los ciudadanos puedan comprender y apoyar activamente.

8. Sostenible en el tiempo de forma indefinida

La desobediencia es un acto de resistencia consciente e intencional que no cesa hasta conseguir su objetivo político. Por lo tanto, exige paciencia. Si, como dice Thoreau, «no puedo ni por un instante reconocer (…) como propio un gobierno que es también el de la esclavitud» (‘Desobediencia civil’)», la lucha será necesariamente larga, por lo que la desobediencia debe tener rostros diversos y energía para mantenerse. por este motivo, para desobedecer es necesario el valor: «¡Sea valiente! Es lo más importante», recomienda Thoreau (‘Cartas a un buscador de sí mismo’, 19 de diciembre 1854).

9. Políticamente coordinada

Thoreau fue siempre un individualista radical, alguien que «obedece su propia ley». Aunque «la ley nunca ha hecho a los hombres un poco más justos» (‘Walden’) es necesaria la organización colectiva para poder reformar la sociedad.

10. Referida a una ética superior

La desobediencia se lleva a cabo por razones de conciencia, de imparcialidad y de valor universal que no sólo son superiores a cualquier interés sino que también mejoran moralmente a quien la practica.

Ramon Alcoberro es un filósofo catalán, gran conocedor de Thoreau. Es profesor en la Universidad de Girona, traductor al catalán de Diderot, D’Alembert, Voltaire, La Rochefoucauld y Mazzarino, y colaborador de varios periódicos y medios radiofónicos. Con su web (http://www.alcoberro.info/), fue un pionero de la divulgación de pensamiento en la red.

ELNACIONAL.CAT

 

 

ANALES DE WALDEN

Ramon Alcoberro

EL TEMPS

No lea ‘The Times’… 200 años de Thoreau

«El hombre es libre para todo de lo que puede prescindir». «No lea ‘The Times’, lea la eternidad». David Henry Thoreau, el gran pensador espiritualista, el padre del ecologismo, el hombre que se puso a prueba viviendo solo en los bosques de Walden (Concord), cumple 200 años y es más leído que nunca. Hay gente que incluso se lo tatúa. No es ninguna broma: Google imágenes da «aproximadamente 736.000 resultados (en 0,36 segundos)» cuando pones en el buscador «Thoreau tatoo». Más allá de aforismos que han educado generaciones enteras de naturalistas, pacifistas, anarcos y bohemios adorables, Thoreau es un pensador vivo -y para muchos, el Nietzsche de los progresistas-.

En 200 años hay tiempo para vivir muchas vidas y el pensador de Concord no se ha ahorrado ninguna. A Thoreau, como a los auténticos clásicos, se le ha leído en todas direcciones y, significativamente, siempre ha tenido algo que decir a cada generación. Para los lectores de finales del siglo XIX -murió en mayo de 1862-, era uno de los constructores de la patria, un yanqui como una catedral (¡presbiteriana, claro!) Y un forjador del carácter, comparable en literatura a Lincoln en política. Se le debe, por ejemplo, toda la gran tradición estadounidense de los ‘nature writers’.

Hasta los años de Vietnam la gran mayoría de niños estadounidenses habían leído en la escuela ‘Walden o la vida en los bosques’ (1854) que, con ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ de Mark Twain (1876) y ‘Hojas de hierba’ de Whitman (1855) -un libro inspirado por Emerson-, marca la santísima trinidad de la literatura norteamericana en sus orígenes. Sin embargo, a partir de la década de 1970 Thoreau se volvió sospechoso. Lo mencionaban los hippies y daba buenos argumentos para ahorrarse el ir a morir por nada en las selvas de Asia. Y cuando dejó de ser lectura en clase, estalló en todo el mundo como el bisabuelo divertido del movimiento hippie. Disidencia, ética y ecología son tres temas que ya están irreversiblemente unidos al transcendentalista de Massachusetts.

Un transcendentalista

El trascendentalismo es la primera escuela filosófica íntegramente norteamericana; se desarrolló a partir de diversos sectores protestantes muy radicales y vendría a representar una especie de idealismo que sintetiza elementos bíblicos, rousseanianismo republicano y vitalismo. En 1836 se creó el Club Trascendental en Boston, con individuos que, como decía uno de los miembros del Club, James Freemen Clarke: «Tenemos afinidades, pero no hay dos que pensemos igual». La salsa que se cuece mezclando estos ingredientes puede resultar algo empalagosa (por subjetivista e ingenua), pero, cocinada a fuego lento, resultó de una eficacia incluso temible. A diferencia de Rousseau, los trascendentalistas no eran unos admiradores ingenuos de la naturaleza, contra lo que a veces se ha dicho, y tenían muy claro el papel moralizador de la acción política en un momento que, todo se ha de decir-, la política estadounidense ya era enormemente corrupta.

Los trascendentalistas eran librepensadores y les habría dado vergüenza hacer alguna actividad conjunta. Elaboraron un estilo de pensamiento, pero no una teoría cerrada. Una especie de manifiesto del 1842, anónimo, pero atribuido a Charles Mayo Ellis (1817/78), dice: «El trascendentalismo sostiene que el hombre tiene ideas que no le llegan de los cinco sentidos, o de los poderes del razonamiento, sino que son o bien el resultado de la revelación directa de Dios, de su inspiración inmediata, o de su presencia inmediata en el mundo espiritual (…) El hombre tiene algo más que carne; un cuerpo espiritual con los sentidos para percibir lo que es verdadero, justo y bello y un amor natural para con todo ello». Con estos elementos se habría podido caer en un sentimentalismo muy chabacano, pero el elemento bíblico veterotestamentario, leído en clave protestante, como visión de un Dios terrible, ahorró al trascendentalismo una caída en los tópicos románticos más obvios.

Hoy en día conceptos como ‘forja del carácter’ han perdido buena parte de su significado tradicional. Hace años que la psicología moderna dejó de hablar sobre ‘carácter’ (concepto duro y que apela a principios adustos e innegociables), para centrarse en una noción mucho más blanda, la personalidad, que resulta más fácil de moldear o, si se desea, más negociable y adaptativa al ambiente. Si Thoreau no pasó al olvido como tantos teóricos decimonónicos del carácter es porque, para el sabio de Concord, carácter es un concepto inseparable de ‘protesta’.

Un hombre de carácter sabe siempre que vive entre injusticias y, según Thoreau, se caracteriza por no estar nunca en silencio. Se dice que, cuando el filósofo se negó a pagar sus impuestos en protesta por la guerra de conquista de Texas (1846-1848), y fue encarcelado, le fue a visitar su amigo Ralph Waldo Emerson (1803-1882) y le preguntó: «Pero hombre de Dios, ¿qué hace usted ahí dentro?», la respuesta de Thoreau simplemente fue: «¿Y qué hace usted ahí afuera?». No hay que exagerar el problema, porque al fin y al cabo el autor de ‘Walden’ ni siquiera pasó una noche y dos días en la cárcel, pero es significativo del talante del personaje. Precisamente porque la vida es trascendente, un filósofo no se puede tomar a broma ninguna política que no presida un estricto sentido moral. La reforma del mundo que intuyen Emerson y Thoureau es, sobre todo, una reforma del corazón. Por eso no puede extrañar su influencia en personajes como Gandhi y, sobre todo, su lugar central en el panteón de todo ‘hippie’ o ‘pseudo-hippie’ que se respete a sí mismo.

Teórico de la desobediencia civil

Thoreau es, inseparablemente, forjador de caracteres, un teórico de la desobediencia civil y el creador de lo que hoy se llama ética ecológica. Estos tres elementos son inseparables en su pensamiento. Uno lleva al otro. El hombre consciente desobedece las leyes injustas y se refleja al mismo tiempo en la naturaleza para descubrir las leyes de la vida. Su conferencia ‘Sobre la relación del individuo con el Estado’ (1848), conocida después como «Resistencia al poder civil» es un claro ejemplo del pensamiento de Thoreau. En su opinión, nadie tiene el deber de eliminar el mal, pero sí el de no colaborar, de no ser cómplice ni beneficiario del mismo. «Lo que tengo que hacer -dirà- es evitar a toda costa que yo mismo me preste al mal que condeno».

Su lucha contra la esclavitud no es fruto de un cálculo, sino de un sentimiento. Si ni él ni nadie ha nacido «para ser forzado», como por otra parte muestra el ejemplo de la libertad en la naturaleza, tampoco nadie puede ser esclavo. Para Thoreau la sofisticación es el mal. O como dijo él mismo en ‘Una vida sin prejuicios’: «Si en el interior mismo de un hombre sofisticado no hay uno que no lo sea; entonces este hombre no es otra cosa que un ángel del demonio».

La desobediencia civil nace de la prevalencia que Thoreau da a leyes del corazón y de la naturaleza ante cualquier jurisprudencia formalista. Nunca nadie puede ser forzado a prescindir de su propio juicio, pero es el miedo lo que nos hace dimitir de nuestros principios de justicia -que en todo caso él consideraba innatos-. De ahí el sentido de la desobediencia civil que, a pesar de nacer siempre del gesto (a menudo un punto estético) de una minoría, acaba encomendándose a toda la sociedad.

En ‘Desobediencia civil’, Thoreau escribió que: «Una minoría es poco poderosa mientras se somete a una mayoría; entonces ni siquiera es una minoría; pero es irresistible cuando la obstruye con todo su peso». Toda la estrategia del pacifismo (de Gandhi y Lanza de Vasto a Xirinacs) se resume en esta frase. La desobediencia civil que propugnaba Thoreau no deja de ser un ejercicio de carácter que pone a prueba la vitalidad de las instituciones y la fuerza de las creencias de los que se oponen a ellas. Cuando un Estado corrupto e ineficaz que no practica lo que teóricamente se supone debe garantizar, y encarcela o amenaza, lo único que realmente consigue es perder fuerza moral y desprestigiarse aún más. Resistir no sería, en consecuencia, un acto subversivo, sino estrictamente un esfuerzo para volver al orden natural y a la decencia ordinaria la vida de los humanos.

Esto lo puede hacer cualquiera, pero son precisamente las personas más cultas y intelectualizadas las que tienen más dificultad para empujar la sociedad hacia el buen camino, precisamente porque, en vez de leer su corazón, usan la cultura y el escepticismo contra el buen sentido. Para Thoreau, la civilización que ha mejorado nuestras vidas materiales, sin embargo no nos ha hecho mejores como seres humanos. En la filosofía de Thoreau, «saber demasiado» está peligrosamente cerca de «comprender poco». Por ello es necesario trabajar la vida interior como una herramienta de la libertad. Hoy seguramente nos diría que la penuria de los ‘likes’ en Facebook, los retuits y nuestros grupos de WhatsApp no sirven para nada más que para esconder nuestro vacío y la propia incapacidad de estar solo. En cambio, quien está en la naturaleza no conoce la soledad. Contemplar la naturaleza es no sólo una necesidad para el reposo, sino una exigencia de la sabiduría. La oposición a la injusticia no es valiosa si se hace en nombre del interés, sino de la humanidad, común a todos, y de la belleza que sólo los bosques, los ríos y el mar expresan de manera adecuada.

‘Walden’

Uno de los principios básicos de trascendentalismo, expresado por Emerson en su obra ‘El método de la naturaleza’ (1841), afirma que: «Todo proceso natural es la versión de una sentencia moral. La ley moral se encuentra en el centro mismo de la naturaleza y desde ahí irradia por todas partes»: cualquier tesis moral reside en el corazón de los humanos precisamente en virtud del hecho de ser individuos naturales, porque si fueran, por ejemplo, máquinas y no tuvieran sentimientos, la moralidad no existiría. Walden es estrictamente la puesta en práctica de esta tesis.

Thoreau era un hombre de 27 años y antiguo maestro de escuela cuando se fue a vivir a Walden Pond, el verano de 1845. Emerson, que hacía poco había adquirido 14 acres de una arboleda en la orilla del lago de Walden, accedió a que el joven escritor y amigo hiciera su «experiencia de simplicidad» allí. No estaba lejos de Concord y desde su residencia de una sola habitación -hoy reconstruida y pasto habitual de turistas-, Thoreau se planteó no tanto una experiencia de vida solitaria, que lo fue menos porque desde la caseta se veía incluso todo el ferrocarril y se llegaba a la ciudad en media hora de camino. Lo que quería pensar Thoreau es cómo refundar el hombre dañado por la cultura y los prejuicios sociales.

El puritanismo moral de los trascendentalistas le dibuja ya un modelo de naturaleza que encontró en Walden el ejemplo más exitoso. Los valores morales de la vida salvaje que (dentro de un orden) practicó Thoreau en Walden son bien conocidos: valoración de la soledad, elogio de la actividad física, reivindicación de la moderación y cuestionamiento de la dependencia en las relaciones de unos humanos con otros. Hay, además, un hilo conductor que vincula violencia moral con decadencia física y que será fundamental en la reivindicación de la modernidad.

El libro de Thoreau se ha comparado a menudo con su cabaña. Es una habitación modesta y ventilada que le permite, sin embargo, hacer un montón de cosas diversas. La exaltación de la vida salvaje y de sus virtudes morales se debe ver, sobre todo, como una crítica del utilitarismo materialista más bajo de techo. Una de las primeras cosas que Thoreau descubrió en los bosques es que tenía bastante con trabajar seis semanas al año para llevar una vida digna y que trabajo y entretenimiento no están necesariamente en contradicción.

Ahora que el tema del final del trabajo por causas tecnológicas está en revisión, no estaría de más releer Walden. Una de las tesis más escandalosas de Thoreau es que el hombre trabaja por error. Si entendiera la vida de manera correcta, no habría diferencia entre trabajo y entretenimiento porque ambos se implicarían. Su contemporáneo Karl Marx usaba la palabra alienación para decir más o menos lo mismo. Esta idea del hombre que se contenta con poco y le basta con lo que la naturaleza le ofrece expresa quizás un punto cristiano (¡o budista!) Un poco lejano de nuestra sensibilidad postmoderna. Nada que ver con cualquier tentación de batir récords o de querer sentirse superhombre… Si Thoreau puede ser celebrado al cabo de 200 años es porque sus anhelos y su crítica radical son quizás hoy más necesarios que en su tiempo.