La trastienda del federalismo español

 


El español, un nacionalismo monolítico

El fracaso de los proyectos federalistas y el desprecio hacia ellos de las “fuerzas vivas” de este contubernio imperialista que fue y es España,  ilustra magistralmente, la naturaleza de nuestros vecinos.

Es muy probable, que el federalismo, fundamentalmente el Margalliano, habría supuesto un revulsivo contra la rémora cultural de la sociedad, y el parasitismo de una oligarquía iletrada…

Por supuesto habría finiquitado la nefasta influencia de la clerecía y las constantes irrupciones, siempre por la puerta de atrás, de una monarquía casposa y ramplona –  la que el vulgo llama en román paladino, mamona- estridente y anacrónica.

La oposición frontal del nacionalismo español a cualquier propuesta progresista, sobre todo, desde que Europa debatía las tesis de los ilustrados, prácticamente blindó a España ante cualquier signo de modernidad.

El estado español en la edad contemporánea es una amalgama de especímenes monárquicos, golpes de estado, dictaduras y accidentalmente, de circo democrático. De circo democrático, porque el sucedáneo de democracia vigilada que esporádicamente se escenifica, más se parece a una comedia cuando no a un drama, que al resultado de una apuesta social seria e incontestable.
Pi y Margall, es uno más en la lista de esos pensadores eximios y honestos que nunca soportaron los dueños del lar hispánico. Es vieja la tradición defenestradora e inquisitorial, en la cuna del nacional-catolicismo: Ibn Arabi, Ramón Llull, Averroes, Cervantes, Blanco White… por citar algunos.

Tras asumir la presidencia de la primera república española, el 18 de Julio de 1873, pudo parecer que por fin, una política tan zafia y cerrada como la hispánica, podría navegar por derrotas con horizontes más amplios y oxigenados.

Entraba en vigor las ideas republicanas, con una visión laica de la sociedad, y el desarrollo de los preceptos más clásicos del socialismo.

Su programa era realmente ambicioso, y en aquella España tan absolutista como mísera, revolucionario.

En uno de sus discursos proponía el reparto de tierras entre colonos y arrendatarios. Separación de Iglesia y Estado. Abolición de la esclavitud. Enseñanza obligatoria y gratuita: “La incultura –exclamaba- es la directa responsable de la superstición y del fanatismo” Especial hincapié en los derechos y dignidad del obrero, con la ampliación de sus posibilidades de asociación y reivindicando la reducción de la jornada laboral, etc…etc…

Este panorama, verdaderamente alentador, no pasó del puro espejismo.

Quizás, si este “paquete”, se hubiera presentado tal cual, los cuarteles y los pendejos de la oligarquía,  expertos en capear estos temporales del “populacho”, hubieran hecho la vista gorda. Al final la sartén no habría de cambiar de manos, y ya se sabe es mejor una España roja que rota.

Pero claro, Pi y Margall era el profeta del federalismo, y no de cualquier fórmula más o menos Light, es decir vacía de entidad.

El ilustre jurista, no entendía ningún tipo de federalismo, que no se sustentara en un pacto entre iguales o pacto “sinalagmático”.

Por eso, cuando asume la presidencia de la primera república Española, en sustitución del dimisionario Figueras, empiezan a bullir los conciliábulos de mariscales, húsares y dragones. Y por supuesto y en mayor medida si cabe, las prédicas insidiosas de los purpurillas, de la clerecía y de la colérica frailía.

El entusiasmo y la honradez del nuevo presidente por modernizar o humanizar y democratizar aquella sociedad tan cerril, encontró, lo que hoy día con una visión más de conjunto o si se quiere más diacrónica, cabía esperar. Digámoslo, una vez más, hubo de chocar con el monolitismo del integrismo hispánico.

Propone la Constitución 1873. Se nombra una comisión  para elaborar el proyecto de constitución federal. Desde el inicio, muchas federaciones ya muestran su desconfianza en las cortes para poner en marcha tal constitución federal.

Es el momento en que afloran las profundas diferencias o si se quiere disidencias que se mantenían en permanente duermevela en el partido federal.

Pi y Margall, hablaba del pacto sinalagmático, con todas sus consecuencias, lo que implicaba la facultad en su caso de no pactar y separarse. No pareció encontrar gran eco en su partido, por lo que evitó durante cierto tiempo expresarse en este sentido.

Quizás por ello, sus correligionarios, la mayorìa más figueristas que margallianos – se decía que los señores Figueras y Pí, se profesaban un odio profundo-, unas veces le acusaban de ambigüedad.

Personalmente entiendo tal ambigüedad. Dado su cargo y posición, sería algo normal, al moverse en unos parámetros tan arriesgados, donde el fantasma del “manu militari”, siempre campó a sus anchas.

Sin embargo los más cercanos a él, tenían muy claro que su filosofía y sus convicciones permanecían inalterables. Por estas fechas en un discurso en Santander –y en otras muchas ciudades- su mensaje era nítido y sin fisuras:” La forma de pacto, lleva el derecho a separarse”.

Que sus vacilaciones son pura apariencia, es evidente: “ El Señor Pi, -protestaba su “correligionario” F. Garrido-, ha enredado de tal manera la madeja del pacto con sus contradicciones, que no acierto a explicarme, como se atreve a exigir la aceptación incondicional del pacto, a los que quieran merecer el título de federales”

Pero en general, siempre le tildan de radical.

En el periódico, El voto nacional, aludiendo a la defensa que Pi y Maragall hacía del sufragio universal, le espetaban. “El sufragio universal, es la fuente de todo poder y el origen y fundamento de todo derecho  -defendía Pi-. Tal afirmación colocaría al que la sostiene, no sólo fuera del partido federal, sino fuera de toda democracia, por considerar los derechos de la personalidad humana, como anteriores a todas las leyes y a todos los sufragios humanos”

En este párrafo, se explicitan las dos filosofías, más al uso –existen otras-, que sustentan el concepto de soberanía del pueblo y de los pueblos.

Una es aquella en que sistemáticamente, han comulgado y comulgan los partidos estatalistas españoles. Igual da que se trate de la ancestral derechona, que de liberales, que de sociatas, siempre babeando con su democracia y su estado de derecho, que de esos atildados progres de medio pelo, que vagan por ahí como ciudadanos del mundo.

Tales federales, entre ellos el citado lider “federalista” Fernando Garrido, proponían que “el original pacto se ha de hacer teniendo presente la unidad nacional y la integridad de su territorio”.

Eso sí, todos hablan de los derechos del ciudadano. Pero a la hora de que estos ciudadanos quieran expresar todas sus intenciones, se les dirá que si la soberanía reside en los españoles, que si la territorialidad, que si la solidaridad, que si la constitución… En fin, a lo dicho, las eternas pamplinas que como ya hemos señalado, no tienen más enjundia que la amenza de ese “manu militari”.

Pi y Margall –defensor a ultranza de la otra línea-, había sido exiliado y encarcelado a causa de sus ideas. En Francia profundizó en el conocimiento de Proudhon, afirmándose en sus criterios y convicciones federales. Para él la soberanía individual está por encima de todas las soberanías.

Toda democracia cabal parte del sufragio universal y de sus consecuencias. Era  natural  que le apoyasen todos aquellos que en virtud de sus derechos, aspiraban, a recomponer su soberanía como vascos o catalanes. O a instaurarla, como los cantonalistas de Levante y Andalucía.

Los redactores de la nueva constitución “federal”, era evidente, no se ponen de acuerdo y las medidas a favor del federalismo se ralentizan. A partir de aquí los acontecimientos se precipitan. Algunas comunidades se declaran independientes adoptando sus propias políticas, leyes, policías, monedas fronteras etc… Es el cantonalismo de Levante y Andalucía.

Pi ha de dimitir. A los breves gobiernos de Salmerón y Castelar, sucede el cuartelazo del general Pavía. El breve gobierno del títere Serrano, es el preámbulo para la reintroducción de Alfonso XII. Los Borbones ya se sabe, casi siempre, por la puerta de atrás.

Pácticamente desde este momento y hasta el presente, la opción federalista, formulada como tal y con sus variantes, dejará de ocupar las poltronas de San Jerónimo. La propuesta del Plan Ibarretxe, pacto entre iguales –federalismo y soberanía de Pi y Margall- ya sabemos los sarpullidos que levantó.

Y todo esto, porque España, ni tenía, ni tiene la calidad democrática suficiente, como para asumir ideas –hoy constituídas en derechos humanos-, como las de uno de los ideólogos del catalanismo democrático, Valentí Almiral:”La integración de Cataluña en España, había de basarse en el respeto absoluto y el plano de igualdad entre Cataluña y los estados federales que deberían constituir España”

Una de las razones sin duda, por el que el concepto de federalismo, al menos en el estado español, está en desuso o se deshecha tajantemente, es debido al desarme moral y político –democrático- que el posfranquismo enraizó en la sociedad española.

De otro signo diametralmente opuesto es la desconfianza, cuando no el rechazo, que tal concepto genera en Euskalherria y Cataluña. Y es que el pueblo Catalán y vasco, no se fían ni de la honestidad, ni de las intenciones de los políticos españoles.

Hoy, en estos pueblos, los partidos mayoritarios hablan descaradamente de autodeterminación y soberanía.

La experiencia de Cataluña y Vasconia con el federalismo –trataremos de analizarla en otro espacio-, fue tan negativa, que difícilmente se podrá retomar, teniendo en cuenta las históricas artimañas y felonías del imperio.

Son muchas las razones, aparte de la carencia democrática y del sofisma ese de que la soberanía resida en el pueblo español.

Hay algunas tan pintorescamente expresadas, que parece increíble que provengan de gente tenida por republicana y demócrata incontestable.

“El primer peligro –escribía F.Garrido-, de la separación de algunas provincias de España, el día en que ésta hubiera de constituirse por pacto sinalagmático, es el de que se separen las provincias del Norte, que son las que dieron hasta ahora las pruebas más convincentes de ser refractarias a todo progreso” –refiriéndose a la interesada calificación del carlismo como integrismo a ultranza-…”¿De qué serviría que se les bloqueara –aquí está el busilis- desde las orillas Sur del Duero y del Ebro, si ellas privaban a España de comunicarnos con el resto de Europa     … ¿Quiénes serían los incomunicados los vasconavarros y los montañeses catalanes, o el resto de los españoles?”

Pues algo de esto debió ser la aventura federalista. Nos queda sacar consecuencias de  las malas historias y buscar otros caminos más oxigenados.

Publicado por Nabarralde-k argitaratua