Ciencia ficción

No deja de llamar la atención que nuestra época tenga que referirse a menudo al futuro inventado para hablar del presente. Tanto Distrito 9 como Moon son películas que se sitúan en un futuro de ciencia ficción (calificativo éste que ya nos ubica en el más puro presente, pues el desarrollo y aplicación de la ciencia en nuestra sociedad no deja de afianzarse en un muy ficticio dominio sobre el conocimiento y la materia) para relatar los planteamientos que rigen las prioridades del poder, siempre económico. Prioridades que intentan garantizar la continuación del negocio del poder y del poder del negocio, disfrazándose siempre de necesarias, de progresistas, de democráticas y de todos los adjetivos calificativos que en cada momento de la historia den imagen de aceptable, bueno, justo o deseable a los ocultos tejemanejes necesarios a tal fin. Los conceptos y principios que justifiquen su total contradicción legal, con la excusa de que el supuesto fin justifica los medios.

Nos ayuda a entender nuestra sociedad, el ver tratados a unos alienígenas como a una raza inferior (como a los animales) para darnos cuenta de que, pese a todo lo supuestamente progresista de los discursos aceptables al uso, eso es exactamente lo que hacemos con los que decidimos (siempre de tapadillo) deben ser considerados alienígenas: inmigrantes, homosexuales, viejos, mujeres, etc. Incluso con los animales. Todos los que, por caer en el lado chungo del reparto, tienden a hacer patentes las grietas del sistema, porque no siempre aceptan pasivamente el papel que tienen adjudicado o, simplemente, porque no acaban de quedar bonito en la foto.

Necesitamos ver a seres humanos tratados como cosas al servicio de una empresa, tanto da que sea energética o gubernamental, para comprender lo inhumano del sistema económico/político que decimos ser el más evolucionado de la historia de la humanidad. Sistema que conceptúa como cosa a toda la naturaleza al completo, que aún creemos existe única y exclusivamente para satisfacer nuestros caprichos como seres supuestamente superiores, aunque la realidad nos demuestre constantemente lo falaz y autocomplaciente de semejante creencia.

Ambas películas hacen visible la invisibilidad que consigue el poder a base de imponer una versión falseada de sus actuaciones con todas las armas de las que dispone. Me hace pensar en otros ejemplos de la vida real, como el sistema patriarcal que desaparece de la vista al manifestarse como lo normal, afianzado por siglos de esa misma normalidad, y velado por algunas mejoras como las presencias puntuales de mujeres en el poder, que al dar una imagen de políticamente correcto, deja de hacer patente la desigualdad que aún persiste, por considerarse superada. Otro ejemplo sería el nacionalismo de los Estados nacionales, que al parecer ni siquiera existe, ya que las naciones que son Estado, a pesar de haber sido definidas por conquista bélica, mantener un  ejército (que ahora el Gobierno vende en sus anuncios como una especie de combinación entre servicio de bomberos y Cruz Roja), ponerse histéricas si alguien cuestiona su identidad nacional,  y pretender, en Occidente, ser consideradas adalid del progreso democrático (a pesar de todas las violaciones de derechos humanos considerados como necesarios para su seguridad), se revuelven ante los nacionalismos de las naciones sin estado, que siempre son ridículos, se tildan de obsoletos y/o reaccionarios y se persiguen con todas las armas disponibles, empezando por los machacones discursos de deslegitimación, que ven la paja en el ojo ajeno cegados por la viga en el propio. El nacionalismo de Estado es tan invisible y todo abarcante como Matrix, hasta el punto de haber convencido a la inmensa mayoría de sus ciudadanos de que los nacionalistas son los otros, los retrógrados, mientras que ellos no son nacionalistas en absoluto, sólo son demócratas y ciudadanos del mundo, o de que su nacionalidad, por ser estatal, es superior a la de otros porque las fronteras nacionales de los Estados surgieron de la mente de Dios o de la Razón y sólo un degenerado o un ser muy malvado podría cuestionarlas. Llamar regionalista a la derechona y constitucionalista al recalcitrante nacionalismo español, sólo son algunas muestras de nuestra más cercana ciencia ficción.

Publicado por Nabarralde-k argitaratua