La España errática

Pensábamos que el presidente del ejecutivo, sr. Rodríguez Zapatero, había repasado aplicadamente la carta de derechos de la O.N.U. «Todo individuo -nos recordó en términos parecidos- tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión». Pues no. En este país, donde a golpistas, fanáticos y bananeros, cada vez se les da más cancha, los derechos humanos andan como conejo en chistera de prestidigitador. Unas veces los traspapelan en el despacho de un pinche de la Audiencia Nacional o del Tribunal Supremo, o en una comisaría; otras… Bueno; ¿para qué enumerar? Simplemente se desconocen.

¿Libertad de opinión y expresión? ¿En qué país con una mínima vergüenza democrática, un simple madero, impunemente y con toda la arrogancia de un lictor romano, impediría la palabra al portavoz de una manifestación popular? Es lo que sucedió en Iruña en la manifestación ante la convocatoria del desafuero de Ermua. Y si ya nos quitan hasta la palabra…

No sé, pues, por qué se extrañan los nacionalistas españoles de que una gran mayoría de bascos aspiremos a nuestra propia nación y a nuestras instituciones. ¿Qué nos han dado y que nos ofertan, a parte de su gran entelequia imperial? Les diré: invasiones y ocupaciones, usurpación de bienes y patrimonios, franquismo, tribunales nefastos, destrucción de nuestra cultura o cuando menos poco respeto hacia ella, y la permanente amenaza de sus milicos y mercenarios. Eso siempre ha sido así. Así lo ve gran parte de la ciudadanía basca. Y no lo olviden: Carta de las NU, de obligado cumplimiento para un país democrático: «La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público». Y ustedes, los españoles, lo saben: les acatamos y seguimos en sus instituciones exclusivamente por el miedo a la violencia de sus fuerzas armadas. Es la única razón o sinrazón. Como ustedes prefieran. Si quieren cerciorarse de mi aserto, hagan la prueba y déjenos optar libremente.

¿Y mientras tanto? Pues tendremos que bandeárnoslas. Ustedes sigan hablando de esa paz -¿su pax romana?-, la que muchos de ustedes ni parecen buscar, ni añorar. Sócrates decía: «La injusticia hace nacer odios y luchas entre los hombres, en tanto la justicia produce acuerdo y amistad. Básica para la paz social». No me pregunten ustedes.

El relativismo de vuestra justicia me resulta letal. Otro derecho humano recogido en la citada carta, que todos ustedes alardean de conocer, aunque no aplicar: «Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se demuestre su culpabilidad». Hoy los abertzales asistimos impotentes a esa larguísima lista de resoluciones judiciales por las que los delitos de los imputados no se prueban, tan sólo se atribuyen. Y se suprimen partidos, se cierran sedes y periódicos, se prohíben reuniones. Y no podemos evitar un temblor casi existencial. Sabemos que nuestras aspiraciones, por ejemplo la de crear un estado nabarro en Euskalherría, está en manos de unos «magistrados» que no ha elegido la ciudadanía basca -otro derecho de la ciudadanía-. Sabemos al servicio de quién están tales jueces. Evidentemente, a la vera de los que manifiestan que somos unos heterodoxos, aberrantes o románticos irredentos. Los bascos que tratamos de manifestar libremente nuestras aspiraciones nunca hemos podido evitar un extraño temblor. Siempre pensamos que nos podéis empapelar si expresamos nuestra opinión y declaramos que vuestro rey o vuestras instituciones son una… Bueno; no estaría bien descalificar. Eso lo dejo para esos tertulianos y fascistas coperos. Ellos pueden disfrutar del patrimonio del insulto y la descalificación, con la anuencia de su Audiencia Nacional.

El periodista chileno Sebastián Burr Cerdá dice en uno de sus artículos: «en el interior de los tribunales no hay mucha conciencia… Esta justicia errática provoca un gravísimo daño social y una bajísima credibilidad. La justicia está prisionera de los intereses del poder político». Es evidente. Estoy seguro de que gran parte de los conflictos de muchas sociedades, falsamente descritas como democráticas, se resolverían si la neutralidad del poder judicial fuera absoluta. Hombre; absoluta es mucho decir; bastaría con dejarlo en neutral.

Muchos de nosotros tenemos la convicción de que las estructuras mediáticas franquistas siguen ahí, con su camisa vieja y su cara al sol. Unos, copando los mandos militares; otros, en el viejo TOP, hoy la tétrica Audiencia Nacional; otros, es evidente, dirigiendo partidos y altas instituciones. Es decir, el totalitarismo, como un nefasto virus, impregna las venas de la España cañí. Y los totalitarismos desprecian el derecho internacional público; se basan en la obediencia ciega del ciudadano y nunca entenderán que los derechos individuales puedan limitar los poderes de los gobiernos; y sobre todo que el ciudadano sea el artífice de la soberanía popular, la que legitima al estado. Por supuesto, para ellos, la autodeterminación de los pueblos habrá de ser una exigencia irracional, insolidaria, inmoral (lo dicen los sus chamanes del Vaticano) y como poco fuera de Derecho. No contemplan otro derecho que no se sustente en la violencia de las armas.

Y si en esta España el gobierno no puede o no quiere enfrentarse con este fascio envalentonado, ¿qué? Si un simple juez es capaz de parir en unas horas instrucciones tan chapuceras y descabelladas, pero capaces de entorpecer la actividad social y política de la ciudadanía, ¿cómo? Y si los ciudadanos no podemos, como decimos en nuestra lengua, «antzarak ferratzera bidali», o a sembrar fríjoles, a los que nos violan o nos amenazan con el artículo 8, ¿a dónde? Eso es; ¿qué estamos haciendo mal? ¿cómo vamos a desmadejar este dédalo? ¿a dónde hemos de lanzar nuestros caminos los bascos para liberarnos de esta España errática? Y ahí ando, tratando de concretar y definir un paisaje que nuestras brumas no me acaban de despejar. Es como si entreviera múltiples sendas, «bideskak». Y todas desembocaran en un mismo ámbito. Y ese ámbito fuera un remanso de paz blindado, inabordable, inalcanzable para cualquier espíritu usurpador. ¡Amarga poesía; cuantas veces me impulsa al desvarío!