Un botín de guerra

El saqueo ayer de madrugada en el Museo de Lleida de más de cuarenta obras de arte de Sigena es la culminación -al menos hasta ahora- de todo un grupo de eventos que han puesto en evidencia la gran falacia que sustentaba el llamado Estado de las autonomías. Es decir, por si alguien todavía tenía dudas, ahora ha quedado claro que la autonomía política derivada de la Constitución de 1978 no suponía el reconocimiento de ningún derecho fundamental de los catalanes a tener su propio autogobierno. En realidad, era una mera concesión graciosa que nos había hecho el Estado español -a regañadientes- para poder culminar su transición a la democracia sin rupturas significativas con el régimen anterior. Ahora pagamos haber contribuido a ello tan dócilmente.

Así pues, si bien es cierto que la aplicación arbitraria del artículo 155 de la Constitución española ha facilitado esta razia hecha de madrugada y con la protección de las fuerzas de seguridad, entenderla sólo como un castigo a los catalanes por no haber sido lo bastante buenos sería minimizar su gravedad. El saqueo es consistente con los fundamentos precarios de una autonomía, ahora se ve bien claro, que no nos pertenecía sino que sólo nos la permitían. El empeño en no reconocer a Cataluña como nación no ha sido nunca resultado de una voluntad caprichosa, ni una cuestión meramente nominal. El Estatuto es una ley orgánica del Estado y es por eso que se pudieron permitir pasar el cepillo sobre el proyecto que había aprobado el 89 por ciento de nuestro Parlamento; que el Tribunal Constitucional todavía pudo podar arbitrariamente y, finalmente, que se lo han acabado pasando por el forro cuando les ha convenido, convocando unas elecciones sin tener la competencia para hacerlo.

Todo esto es bastante conocido, pero la interpretación de la retórica legalista políticamente manipulada durante años -y la tibieza a la hora de denunciarlo desde Cataluña mismo- lo había disimulado ante el ciudadano poco informado y de buena fe. No costaba nada ir repitiendo que España era el país más descentralizado del mundo, una afirmación que aparte de ser falsa podía llevar a creer que el autogobierno era resultado de unos derechos políticos reconocidos e inviolables, es decir, que nos pertenecía. De hecho, hay personas de peso en la creación de opinión pública y políticos sin escrúpulos a la hora de engañar al ciudadano que todavía pretenden reducir el expolio de estas obras de Sigena a la mala cabeza del independentismo, que habría excitado actitudes de revancha en el resto del Estado. De ninguna manera. Lo que ha llevado al saqueo es previo a cualquier proceso independentista. Después de todo, la reclamación de obras de arte originarias de Huesca y la Franja comenzó en 1995 a raíz de la división del Obispado de Lleida impulsada por la Conferencia Episcopal Española, con la pérdida de 84 parroquias, a las que en 1998 se añadieron 27 más. Y, visto el clima político creado en Vilanova de Sixena, es obvio que atizar el anticatalanismo ha hecho todo lo demás. Es decir, como tantas veces, hay que recordar quienes han sido los verdaderos separadores.

Es por eso por lo que sería un error hacer hincapié del saqueo de ayer en la discusión jurídica. Lo que le confiere carácter bélico es el hecho de que se haya aprovechado la suspensión de la autonomía catalana para proceder, con una decisión política, a la retirada forzosa de lo obtenido legítimamente, y se había restaurado, conservado y expuesto de buena fe. Y que las autoridades de Sigena sólo hayan reclamado las obras depositadas en museos catalanes demuestra de manera inequívoca que la reclamación es también política.

Un saqueo es una apropiación de bienes resultado de una victoria militar o la que se produce aprovechando una catástrofe, como un desastre natural. Y lo que se lleva es el botín. No iba nada equivocado el alcalde Àngel Ros cuando comparaba el saqueo de ayer con un incendio cultural. El drama del alcalde es haber participado como pirómano.

ARA