La represión fascista del Estado español

Estos días hemos oído un argumento que sorprende mucho viniendo de políticos y tertulianos mayores de cuarenta años con relación al comportamiento del Estado español contra Cataluña. Me refiero a frases relativas a los hechos del 1 de octubre y al encarcelamiento de los legítimos representantes del pueblo catalán democráticamente elegidos. Frases tales como esta: «Nadie se podía esperar que el Estado llegara a extremos a que ha llegado». ¿Seguro que no? Son extremos muy fuertes, ciertamente, extremos abominables que han atraído el interés informativo de todo el mundo. El mundo desconoce la naturaleza de España -una naturaleza de raíz castellana, que es dominadora y absolutista-, y es lògico que se sorprenda ante tanta virulència y tanto primitivismo contra un país pacífico cuyo único crimen ha sido vehicular políticamente sus anhelos a través de un referèndum, que es la manera como los pueblos civilizados dirimen sus diferencias.

También es lógico que las generaciones nacidas después de la muerte de Franco estén espantadas por la situación. Las barbaridades que cometían los ‘grises’ son para estos jóvenes páginas de una historia que les queda lejos, porque ellos, por suerte, se formaron en escuelas catalanas que les transmitían valores democráticos. Hasta aquí, pues, la sorpresa puede tener una explicación. Pero sorprende bastante, francamente, que quienes han visto con sus ojos o que han sufrido en sus propias carnes las esencias españolas se queden ahora con los ojos muy abiertos ante la furia nacionalista de un tridente formado por Populares-Socialistas-Ciudadanos que representa el grueso de la sociedad española del siglo XXI. Yo mismo, en las diversas conferencias que impartí en los dos años anteriores al 1 de octubre, no dejé nunca de repetir que todo lo que habíamos visto hasta entonces era un cuento de hadas comparado con lo que vendría, porque España es capaz de las mayores barbaridades -lo resalto: de las mayores barbaridades– para impedir la libertad de Cataluña.

La Unión Europea, bien lo sabemos, es un club de estados elitista y conservador con más intereses que valores éticos, razón por la que se hace el loco de manera repugnante en situaciones trágicas, como por ejemplo en el caso de los refugiados que llegan a sus costas. Con todo, mira por donde, resulta que estamos hablando de la zona del planeta donde los derechos y las libertades democráticas gozan de más garantías. La Unión Europea es el llamado Primer Mundo, lo que la convierte en una especie de paraguas bajo el que, al menos teóricamente, no se admiten estados que violen los derechos humanos o que utilicen la violencia contra la ciudadanía. Sin embargo, ya hemos visto que teoría y práctica no siempre van juntas. Sin ningún tipo de escrúpulo, al menos públicamente, la Unión Europea ha legitimado el totalitarismo español.

Como vemos, uno de los efectos más poderosos del proceso de independencia de Cataluña es que ha dejado literalmente desnudos a un montón de políticos, de tertulianos, de partidos y también de idolatrías sin fundamento. Basta con mirar qué ha sido de Unió Democrática, hoy totalmente desguazada, o del PSC, abrazado a partidos neofascistas. En cuanto a la Unión Europea, el índice de participación de las elecciones del 2019 mostrará un grado notable de desafección catalana, si no es que la misma Unión da un giro de apoyo a la autodeterminación de Cataluña. Lo único que no cambia, lo único que se mantiene fiel a sus esencias más totalitarias y supremacistas, es el Estado español. Como diría Guillermo Sautier Casaseca: ‘Lo que nunca muere’. Por eso resulta sorprendente que alguien de cierta edad haya vivido los últimos cuarenta años convencido de que España era un Estado con cultura democrática. ¡Que Santa Lucía le conserve la vista!

Es un error confundir la sumisión del cautivo con la bondad del secuestrador. El barniz democrático español sólo ha sido posible mientras el pueblo catalán se arrodillaba ante los designios de Madrid. Después de que Cataluña haya dicho ‘basta’, el barniz ha caído, la catalanofobia se ha desatado –«¡A por ellos!»– y el fascismo legislativo, jurídico y uniformado se ha mostrado en toda su plenitud. La ingenuidad es muy positiva en las relaciones humanas, y hay que protegerla. Otra cosa es la candidez. La candidez no nos la podemos permitir. El enemigo de la libertad de Cataluña no se llama Canadá o Reino Unido, se llama España, un Estado que apalea y encarcela a personas inocentes, que establece tribunales políticos, que quiere ilegalizar la ANC y Òmnium Cultural, que viola los derechos humanos y que aún hoy sigue protegiendo y condecorando al fascismo. ¿Hay alguna alma lo bastante candorosa que espere una respuesta democrática de un Estado así?

Tranquilos, amigos. El 21 de diciembre tenemos una cita en las urnas. Ese día ningún catalán que anhele la libertad de su país se puede quedar en casa. Debe ser el día en que el independentismo muestre al mundo su victoria. Dejemos que España, con el artículo 155, ponga número a sus amenazas. El antídoto para neutralizarlas no es la autoflagelación, son los votos.

RACÓ CATALÀ