Unidad, firmeza, inteligencia y moral de victoria

Vivimos días convulsos, de una intensidad política excepcional, y es normal que el independentismo se haga un montón de preguntas. Los acontecimientos se precipitan uno tras otro en cuestión de horas y se pasa de la certeza a la duda o de la afirmación al interrogante en cuestión de minutos. La respuesta, sin embargo, debe ser la templanza. Es cierto que todavía no somos un Estado, pero lo seremos. Lo seremos. No tengamos ninguna duda. Necesitamos, eso sí, unidad, firmeza, inteligencia y moral de victoria.

UNIDAD:

La unidad es un elemento imprescindible en toda empresa humana. Da igual que se trate de un equipo de fútbol, ​​de un colectivo social o de una colectividad nacional. Ningún proyecto, por noble que sea, puede tener éxito sin la unidad de acción de sus miembros. Esto no quiere decir que no pueda haber debate interno sobre las estrategias a seguir, naturalmente que sí, pero a puerta cerrada, nunca en forma de chismes. El chisme lleva al desaliento, el desaliento a la división, y la división favorece al enemigo. Hace ya mucho tiempo que el Estado español se impacienta para que el independentismo se líe en luchas cainitas que aborten la independencia de Cataluña. Está en juego nuestra libertad, y esto exige que cada luchador se trague su ración de sapos. La cuenta de resultados se hace al final de trayecto, no antes de llegar.

FIRMEZA:

En toda lucha, por pacífica que sea -como la catalana-, hay momentos de duda, de recelo, de indecisión, momentos en que aparece la desconfianza y se abre la caja de los reproches: «Traidor, inepto, mentiroso… Yo sé más que tú, nosotros somos más auténticos que vosotros… » Son momentos muy desaconsejables, porque resultan profundamente autodestructivos. En el deporte, por ejemplo, vemos a menudo cómo el mal ambiente de un vestuario se convierte en nefasta en el terreno de juego y cómo los reproches entre compañeros, en el transcurso de los partidos, abocan al equipo a un final de liga desastroso. El conflicto entre Cataluña y España no es un conflicto entre iguales, esto es obvio; es un conflicto entre una vieja nación de Europa, que sabe que sin la condición de Estado está abocada a desaparecer, y un Estado absolutista y supremacista, que se impacienta por que llegue esta desaparición. Sin embargo España no ha podido aniquilar Cataluña. A pesar de los poderes y las cloacas del Estado, a pesar de las partidas millonarias, a pesar de las amenazas, las calumnias y los montajes periodísticos, a pesar de los tribunales, los servicios secretos, el despliegue armamentístico, la violación de correspondencia, la persecución de la libertad de expresión, la criminalización del Parlamento, el encarcelamiento de personas inocentes y la violencia salvaje contra el pueblo catalán en las puertas y en el interior de los colegios electorales, España no ha podido someter a Cataluña. ¡No ha podido! Ni siquiera, sirviéndose de toda esta barbarie, fue capaz de impedir el Referéndum y de encontrar las urnas y las papeletas. Qué fracaso más espectacular y humillante. De ahí su rabia. La misma rabia del gigante vencido públicamente por un niño. Firmeza, amigos. Vivimos en un mundo tecnológico, pero todavía no es posible que un pueblo sea independiente desde el sofá pulsando tan sólo la ‘i’ de independencia en el mando a distancia. Todavía hay que invertir esfuerzos y canalizar mucha energía en la lucha para conseguirlo. Y lo estamos consiguiendo. De lo contrario, ¿qué sentido tendría todo este despliegue español de catalanofobia, de multas millonarias, de inhabilitaciones, de criminalizaciones, de encarcelamientos y de violencia desatada?

INTELIGENCIA:

Dicen los expertos en asuntos internacionales que todos los conflictos políticos terminan siempre, tarde o temprano, en una mesa de negociación. Y es cierto. No hay otra alternativa; más allá de la violencia, claro. Por eso, por más que el Estado español intente provocarla para poder emplear la coartada terrorista, Cataluña rechaza la violencia y no está dispuesta a picar el anzuelo. Ni siquiera después de los más de mil catalanes que fueron heridos el 1 de octubre por los cuerpos paramilitares españoles. A esta respuesta nuestra, se llama inteligencia. Esto es lo que nos hace tan fuertes. Dejemos, pues, que España se fabrique espejismos de sí misma en forma de desfiles militares y exhibición de cañones, aviones y tanques -lo necesita para reafirmarse, porque es así como entiende la vida-, y felicitémonos, mientras tanto, de tener el arma más poderosa que existe: la gente.

MORAL DE VICTORIA:

El Estado español sabe perfectamente que la independencia de Cataluña es inevitable. Inevitable. Se indigna, se pone rabioso, trepa como una calabaza, pero sabe que no puede hacer nada. De hecho, es justamente por eso que se indigna, se pone rabioso y trepa como una calabaza, y el decreto de encarcelamiento de los miembros del gobierno de Cataluña, tal como lo habría hecho el Régimen matriz del actual, es la más espectacular muestra de derrota y desesperación. Fiel a sus esencias supremacistas, el Estado español sustituye la falta de argumentos por el uso de la fuerza sin darse cuenta de que esta última es la más nítida expresión de impotencia de todo dominador. Como dice el test del pato: si camina como un pato, nada como un pato y hace ‘cuac-cuac’ como un pato, entonces, no hay duda, es un pato. Pues bien, si un Estado legisla como el fascismo, encarcela como el fascismo y viola los derechos humanos como el fascismo, entonces, no hay duda, es fascismo. Por lo tanto, paciencia amigos. Es verdad que lo que está haciendo es de una gravedad extrema, pero ha quedado atrapado en su propia ratonera y en un futuro inmediato, cuando seamos libres, nos daremos cuenta de que fue así como el Estado español tejió nuestra victoria.

EL MÓN