Agresión de Vodafone por hablar catalán

Esta es la crónica de unos hechos execrables que tuvieron lugar el 23 de agosto en el establecimiento de Vodafone situado en la calle de Santiago Rusiñol, 33, de Sant Cugat del Vallés, en el que un cliente jubilado fue agredido verbalmente por el el solo hecho de hablar en catalán con un empleado, el cual, amenazándole con echarlo a puñetazos, le exigió que le hablara en español.

En dicha fecha, justo después de hablar por teléfono desde casa con una operadora de Sevilla que, tras reconocerle la desorganización de la empresa, le informó que la gestión hecha dos días antes en Sant Cugat para el adquisición de un móvil no constaba en ninguna parte, el cliente en cuestión entró en la tienda santcugatenca a las 13:33 de la tarde. La dependienta, que en ese momento atendía una señora, le dijo que estaba cerrado. La puerta, sin embargo, estaba totalmente abierta y no había ningún letrero que indicara lo contrario. El cliente alegó que sería muy breve, que no quería hacer ninguna operación de compra, sólo cancelar la solicitud improductiva de días atrás, y ella, reconociendo que la puerta estaba abierta, accedió y continuó atendiendo a la señora. Hasta aquí, todo correcto.

Pero de pronto, mientras el cliente esperaba, se abrió una puerta de la trastienda y apareció un dependiente de veintitantos años con el uniforme de Vodafone, que observó al cliente, se agachó para atarse el cordón del zapato y, al terminar, se le acercó diciéndole despóticamente: «Está cerrado». El cliente respondió con estas palabras: “Ja he parlat amb la seva companya i l’estic esperant” («Ya he hablado con su compañera y la estoy esperando»). Sin embargo, a partir de esta respuesta en catalán, se inició una situación de violencia catalanofóbica por parte del dependiente que sólo la serenidad del cliente impidió que derivara en sangre. «¡No te endiendo!», Le espetó gritando el energúmeno vodafònico. Y a continuación le ordenó: «¡Háblame en español!». El cliente, sin embargo, en vez de intimidarse o de perder los nervios, continuó en catalán: “Esperaré que m’atengui la seva companya” («Esperaré a que me atienda su compañera»). Esta firmeza enfureció aún más al energúmeno que, con gestos ostensiblemente violentos, le volvió a exigir a gritos que le hablara en español: «¡Tienes la obligación de hablarme en español!» Y añadió, siempre tuteándola: «¡Lo primero que tienes que hacer es ponerte a mi altura! ¡Súbete a una silla para hablar conmigo!”. Este era el lenguaje de un empleado de Vodafone en su trato con un cliente en el centro de Sant Cugat. Y es que la catalanofobia es así, lo que aún se hizo más patente al quedar claro que el catalanofóbico vodafònico entendía perfectamente el catalán.

La agresión, sin embargo, no terminó ahí. Totalmente rabioso al ver que el cliente no claudicaba siguiendo la sumisión aprendida de muchos catalanes, el catalanofóbico vodafònico se dirigió a su compañera diciéndole: «¿Le echo? Dime, ¿le echo?» La compañera no decía nada y él, exhibiendo los puños para hacerse el ‘machito’, insistió varias veces: «¿Le echo? ¿Le echo?» Al no obtener respuesta de la dependienta que, no lo olvidemos, continuaba atendiendo a la señora, se abalanzó de nuevo hacia el cliente dispuesto a pegarle. Este, entonces, dijo que avisaría a la policía, y el otro, haciéndose el matón, sacó su móvil y alardeó: «¡Anda, llámala desde el mío!». Pero fue visto y no visto, porque enseguida, por si acaso, se lo guardó de nuevo en el bolsillo.

Por suerte, la señora que estaba siendo atendida por la dependienta se fue, y ésta, dirigiéndose al cliente, le reconoció que la puerta estaba abierta y se disculpó. El cliente, naturalmente, contento de poder hablar, por fin, con un ser humano, lo aceptó y le pidió que cancelara la solicitud anterior y que le diera de baja. Ella lo escuchó con corrección y le dijo que así lo harían. La gestión, pues, fue rápida y terminó aquí. Pero cuando el cliente ya se iba, el individuo catalanofóbico vodafònico, con el odio en los ojos, le soltó: «¡Fuera de aquí! ¡Largo!» El cliente no le hizo caso y salió de la tienda.

Con un trato civilizado, el cliente no se habría dado de baja de Vodafone, ¿pero quién quiere ser cliente de una compañía que contrata individuos fascistas, catalanofóbicos y faltos de las nociones más elementales de educación? Esto solo ya demuestra cuál es el nivel de la selección de personal de Vodafone. Por supuesto, ese mismo día, el cliente envió una queja escrita por correo electrónico a la empresa, pero han transcurrido dos meses, Vodafone no ha contestado y el espécimen catalanofóbico continúa trabajando en el mismo establecimiento como si nada. Una clara muestra de complicidad ideológica y del respeto que Vodafone tiene por Cataluña, por los catalanes y por su lengua.

RACÓ CATALÀ