Cadenas que nos atan

“Con las cadenas que nos unen” se presenta el video de uno de los convocantes a la manifestación del 3 de junio en Pamplona, que emplea el lema “Defendamos la bandera de Navarra”. Ambas frases trasmiten la desazón de quienes quedaron desenmascarados hace unos pocos años, a raíz de la conmemoración del 1512, del 500 aniversario de la conquista, ocupación y sometimiento de Navarra.

Ante la evidencia de los hechos tuvieron que callar. Lo que querían celebrar era una infamia histórica. Los supuestos navarristas se replegaron, aunque persisten en su intención de consolidar la confusión y la sumisión de nuestra sociedad. También hace años promovieron otra campaña; esa vez de miedo: ¡que vienen los “vascos”! La trampa, burda, era notoria: los “vascos” no venían… Ya estábamos aquí mucho antes de que ellos asomaran la oreja.

En el escaso debate que originó la conmemoración del 500 aniversario fueron derrotados por goleada y tuvieron que salir, como se dice vulgarmente, “con el rabo entre las piernas”. Los supuestos navarristas no pudieron sostener con seriedad sus tesis de “incorporación pacífica” en la monarquía castellana, en España, ante la certeza de la violencia ejercida en la conquista.

Ahora vuelven a la carga. Hay que reconocer su tozudez, su tenacidad, y no olvidar a Goebels, pero también su poco ingenio para escoger sus argumentos. Las cadenas que “nos unen” son, desde el principio, las que “nos atan”. Las que nos echó encima el duque de Alba. La bandera que ahora reclaman como suya –en exclusiva– es justo lo contrario de lo que afirman. Es la enseña que defendió la independencia frente a los conquistadores. La “bandera colorada” que cita Luis Correa, testigo presencial, en su obra “Historia de la conquista del reino de Navarra”.

Resulta grotesco. Los convocantes de esta patraña defienden una “bandera de Navarra” servil, sometida a quienes nos conquistaron y destruyeron la soberanía de esta nación. Ponen el grito en el cielo ante la idea de ser “provincia” de Euskadi, y a la par alardean de su condición de “provincia” de España. Ese es el debate que propugnan en el cara a cara entre banderas. Pero chirría. La auténtica bandera de Navarra nos remite a su historia, a su libertad, su soberanía, su independencia.

La propaganda española que nos argumentan se obstina en confundir nuestra Navarra con una de las Comunidades Autónomas del Reino de España surgidas de la Constitución de 1978. Es la pretensión de reducir una sociedad soberana a otra subordinada. Y quieren que les sigamos.

Todo es una gran mentira. La ikurriña, que representa un aspecto de la identidad vasca, es un componente de nuestra realidad. La bandera navarra, también vasca, es la enseña de nuestra memoria independiente, la referencia de nuestro Estado. Son ambas significantes de nuestra nación, en distintas circunstancias; las dos nos pertenecen, con sus diversas facetas. La que no encaja en esa combinación es precisamente la española, corrupta, violenta, imperial, la que esconden los convocantes y les asoma por el borde de la cartera.

La oferta de país que representa esta convocatoria (3 de junio) se reduce a una visión cutre, paleta, de la identidad navarra. Una oferta sin cultura vasca, sin rebeldía, sin historia, sin memoria, sin lingua navarrorum, sin vínculos con nuestra gente de Ultrapuertos y ultramugas… Un país anclado en una identidad, un ser navarro de pueblo, cazurro, monolingüe, humillado, zafio, sometido a España.

Hablar de Navarra, aquí y ahora, exige prever los retos que una sociedad, libre en otro tiempo, tiene planteados de cara al porvenir. Qué proyectos pueden ilusionar a ese colectivo humano y permitir su realización en una sociedad democrática, abierta, soberana en una palabra.

La memoria, muy vinculada a las banderas, nos constituye como entidad activa, como sujeto. La manifestación del 3 de junio se convoca del lado de quienes miran con nostalgia hacia un pasado de sumisión, no ofrece ninguna perspectiva ilusionante para el futuro y actúa en contra de la construcción de una sociedad justa y equilibrada.

Queremos una Navarra que sea nación, constituida en Estado, abierta y solidaria con todos los pueblos del mundo, conformada por todos los fragmentos que a lo largo de siglos de conquista y minoración fueron, y son, Vasconia.