¿Existe de verdad el “autogobierno” Vasco-Navarro?

«La mejor manera de evitar que un prisionero escape, es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión.»

Feodor Dostoyevski

 

No cabe duda de que es ésta una pregunta peliaguda que, para muchos/as, resultará casi un sacrilegio, un auténtico anatema. Y es que la coletilla defensa del autogobierno es una afirmación omnipresente en boca de nuestros políticos, así como de buena parte de nuestros conciudadanos; un auténtico dogma de fe que, supuestamente, aúna a las diferentes fuerzas políticas… pero, ¿es cierta?

El punto de partida radica, necesariamente, en el significado que se dé a la palabra autogobierno. En definitiva, parece entenderse como la capacidad de las instituciones vasco-navarras para tomar decisiones de manera autónoma, y que dichas decisiones sean llevadas a la práctica sin que el Gobierno español pueda interferir en ellas. Y es que no tiene sentido la palabra autogobierno, si no es por referencia o en relación al poder central español o francés: ni Francia ni España hablan de autogobierno; hablan de soberanía, que es muy distinto.

Ahora bien ¿es cierto que existe dicha capacidad? Caben ante esta cuestión dos posibles posturas: la de enrocarse en el dogma; o la de analizar, fríamente, la realidad empírica. Y es que la realidad es terca, nos guste o no: otra cosa es que no se quiera ver.

Basta abrir el periódico cualquier día para ver cómo, por poner sólo unos ejemplos, la consulta sobre los toros en Donostia o la desanexión de Itsaso respecto al municipio de Ezkio-Itsaso pueden ser bloqueadas por el Gobierno español con una facilidad y una rapidez pasmosas. Asimismo, son decenas las leyes y resoluciones aprobadas por los parlamentos de la C.A.V. y la C.F.N. que son dejadas sin efecto.

Resulta, en ese sentido, sencillamente indigno que se nos venda como un triunfo, o como un ejercicio de realismo, la consecución de algún que otro acuerdo dirigido a la retirada de alguno de esos recursos judiciales. Es como decirnos que hay que dar gracias porque no te maten, o porque te devuelvan lo que te habían robado…sólo faltaba. Es normal que el criminal trate de ocultar su crimen, pero que quien lo haga sea el que sufre dicho crimen…es inconcebible.

Un último e ilustrativo ejemplo de ello lo hemos tenido con la reciente polémica relativa a un programa de ETB en el que, por lo visto, se emitían una serie de afirmaciones despectivas o insultantes respecto a España. Más allá de lo oportuno o adecuado (o no) de dichas afirmaciones, no ha sido una cuestión deontológica o relativa al respeto a la propia dignidad lo que se ha puesto de manifiesto en las reacciones provenientes del españolismo (tanto autóctono como alógeno), sino la llamada al orden que el amo hace a su siervo, obligándole a mostrar sumisión. Por su parte, la reacción desde las instituciones y fuerzas políticas vascas ha sido, precisamente, ésta última: un ejercicio expreso de sumisión, auto-inculpándose del pecado cometido, y poniendo en práctica la correspondiente penitencia autoimpuesta.

Sin embargo, el Gobierno español en absoluto mantuvo dicha actitud ante los graves insultos vertidos por un grupo de militares contra la presidenta de la C.F. de Navarra, Uxue Barkos, los cuales despachó, con autosuficiencia, endosándolos -ellos sí- al derecho a la libre expresión.  ¿De verdad es posible ejercitar ningún autogobierno con semejante actitud?

Ante lo incontestable de este auténtico caudal de actos de humillación contra la presunta capacidad de autogobierno vasco-navarro, es habitual atribuirlo a una dimensión estrictamente partidista -es cosa del PP, sin más-, o bien a otro “palabro” de reciente creación como es el “afán recentralizador”…. como si fuera algo coyuntural o de nuevo cuño.

Nada más lejano a la realidad: el vigente estatus (otro término de reciente éxito) está destinado, de manera estructural, a la progresiva asimilación y aniquilación del pueblo vasco en todas sus dimensiones, y tal objetivo es coherentemente ejercido por todas las fuerzas políticas que puedan instalarse en el Gobierno de Madrid (y, por supuesto, de París). Es, por ello, lógico que las fuerzas españolistas asuman el mantra de la defensa del autogobierno; y no es un mayor consenso, sino el completo vaciamiento y prostitución del concepto, lo que esto pone de manifiesto.

En conclusión: la fría experiencia demuestra que España SIEMPRE tiene el poder de llevar a la práctica cualquiera de sus decisiones en territorio vasco-navarro, y de bloquear cualquiera de las decisiones que puedan ser tomadas por las instituciones vasco-navarras. Por otro lado, las instituciones vasco-navarras NUNCA podrán llevar a la práctica ninguna de sus decisiones, si éstas no cuentan con la aquiescencia de España. El autogobierno vasco-navarro, pues, NO EXISTE: ¿es posible defender algo que no existe?

Pero, entonces, ¿qué es lo que tenemos en realidad? ¿Por qué es asumido como propio por quienes afirman defender los derechos del pueblo vasco? Y, sobre todo, ¿acaso hay alguna alternativa mejor?

La primera de las preguntas tiene fácil respuesta, y ésta fue dada, además, hace la friolera de 504 años. En el capítulo V de su obra “El Príncipe” (1513), Nicolás Maquiavelo explica que “cuando se adquieren Estados que están acostumbrados a vivir con sus propias leyes y en libertad, el que quiera conservarlos dispone de tres recursos: el primero, destruir dichas ciudades; el segundo, ir a vivir allí personalmente; el tercero, dejarlas vivir con sus leyes, imponiéndoles un tributo e implantando en ellas un gobierno minoritario que te las conserve fieles. Lo último no presenta excesivas dificultades, ya que, al haber sido creado dicho gobierno por aquel príncipe, sabe que no puede mantenerse sin su apoyo y su poder, por lo cual hará todo lo que esté en su mano para conservar tu autoridad.”

No se puede decir más con menos palabras: la tercera opción describe a la perfección nuestro estatus vigente. Lo que estamos defendiendo, pues, no es un sistema de autogobierno, sino, simple y llanamente, un procedimiento de conquista y asimilación. Como hizo Sócrates cuando le dieron a elegir entre ser ejecutado o tomar la cicuta, el pueblo vasco ha elegido tomar la cicuta: tal vez pueda doler menos, o parecer más digno, pero el resultado final es el mismo.

¿Y cómo es posible que esto se dé por bueno? ¿Es que la gente es tonta? En absoluto. Este resultado no es sino la consecuencia de siglos de desmemoria, sucesivas imposiciones militares, la asimilación económica y cultural de las élites locales, y -por qué no decirlo- la minorización demográfica de la población autóctona, en particular en las ciudades. En definitiva, y pese a los denodados y siempre loables esfuerzos de miles de personas que no han perdido la conciencia de lo que son, la hegemonía franco-española sigue siendo absoluta en todos los ámbitos: lingüístico, cultural, económico, legal, político…; el proceso de asimilación, pues, sigue su curso.

Conviene subrayar, en este sentido, que el vigente estatus no es, en absoluto, una continuación “natural” de nuestra tradición política, sino que tiene sus orígenes -tanto en el ámbito legal-institucional como en el ámbito del “relato histórico”- en la reorganización por la Corona de Castilla, entre los siglos XV y XVI, de los territorios y poblaciones que habían sido parte -hasta su conquista- del reino de Navarra, so pretexto del control de los señores, parientes mayores y “malhechores” (los “terroristas” de entonces) que ella misma había potenciado antes para acabar con el sistema navarro de tenencias, dominado por funcionarios reales y no por los señoríos jurisdiccionales.

Es fundamental, pues, mantener la ficción de que el estatus vigente se deriva de nuestros derechos históricos en base a un pacto con la Corona (lo de “conquista” es pecado mortal), puesto que, como dice también Maquiavelo en el texto antes comentado, “quien pasa a ser señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, que espere ser destruido por ella, pues en la rebelión siempre encontrará refugio y justificación en el nombre de la libertad y en sus antiguas instituciones, cosas que jamás se olvidan a pesar del paso del tiempo y de la generosidad del nuevo señor”. Todavía hay esperanza, pues.

Pero, ¿qué alternativas se pueden plantear? ¿Cómo avanzar?

Una de las alternativas que se plantean suele formularse como la extensión del funcionamiento del Concierto y Convenio Económico al resto del autogobierno, entendiendo que dicho sistema es bilateral y equilibrado, y que se deriva de nuestra tradición jurídica propia: como “núcleo de nuestro autogobierno” se le suele definir. Pero, ¿es eso cierto?

Hay que entender, en primer lugar, que el Concierto y el Convenio Económico tienen una doble dimensión: como instrumento económico-financiero, y como elemento político. Desde luego que nadie debe renunciar a ningún instrumento a su disposición para tratar de mejorar su situación económica, su nivel de vida…; antes bien, debe exprimirlo hasta sus últimas consecuencias.

Ahora bien, de ahí a convertirlo en “pilar del autogobierno” …. es hacerse trampas al solitario. Hay que recordar que, por mucho que exista una Junta Arbitral del Concierto, quien dirime las diferencias nacidas en su seno es el Tribunal Constitucional español, que poco tiene de neutral; y que, en el caso del Convenio navarro, ni siquiera esta figura tiene un reflejo legal específico, con lo cual queda completamente al albur de la mera discrecionalidad política. España, pues, sigue y seguirá teniendo la última palabra. Y es que España sabe bien que alguien que lo ha perdido todo es más peligroso que alguien que cree que tiene algo que puede perder….

Por otro lado, no es cierto que el sistema de Concierto/Convenio sea “un resto de nuestro autogobierno”. Conviene recordar que es éste un sistema de nuevo cuño, que se creó en 1841, para la provincia (hasta entonces Reino) de Navarra, a raíz de la mal llamada “Ley Paccionada” derivada de la ocupación militar tras la Primera Guerra Carlista, y que fue luego extendido -eso sí, con otro nombre, no sea que se les ocurra pensar que son los mismos- a las Provincias Vascongadas en 1878, tras la abolición de los Fueros de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa después de la Segunda (o Tercera) Guerra Carlista. Habría que hablar, pues, más bien de sucedáneo de nuestro autogobierno –difuso recuerdo, a lo sumo-, pues, digámoslo claro, NADA queda ya de nuestro autogobierno histórico, al menos en sus elementos centrales.

La otra alternativa actualmente activa va ligada al concepto del derecho a decidir, y, en particular, a la celebración de consultas populares. No cabe duda de que es positivo que la gente pueda expresar de su voluntad, y que, tal vez, puede ser una forma de poner de manifiesto el carácter antidemocrático del Estado español, de animar a la gente… pero esto está por ver, así como el hecho de si esto va a tener alguna repercusión concreta, más allá de la mera realización de las votaciones.

Pero lo que es incuestionable, la pura y dura realidad, es que al introducir las papeletas en las urnas no se está decidiendo nada… porque no tenemos poder para decidir. Y es el poder, y no el derecho, lo que cuenta en política: son los hechos los que generan el derecho, y no al revés; así se ha demostrado a lo largo de la Historia.

Habría, tal vez, que hacer una reflexión previa… Se suele poner el énfasis en la cuestión del procedimiento, en la vía, dando a entender que la clave de la cuestión está en un procedimiento jurídico, o en la búsqueda de un mejor argumento que nos dé la razón. Así, y cada cual en función de su propio grupo (puesto que éste, la adscripción al grupo, y no el análisis personal, es el criterio que, por desgracia, predomina en nuestro pueblo a la hora de hablar y actuar políticamente) hablará de “profundizar en el autogobierno de Euskadi”, “avanzar en la construcción nacional de Euskal Herria” o “reinstaurar el Estado de Nabarra”.

A la hora de intentar ascender a una cima, es necesario, sin duda, seguir un sendero, un camino, que nos llevé a la cima. De hecho, es habitual que haya varios caminos, todos ellos válidos. Pero lo que es absolutamente imprescindible es tener fuerza en las piernas, y voluntad de llegar a la cima. Si no hay un camino expreso, pero sí fuerza en las piernas, no importa: se abrirá camino a machetazos, si es necesario. Si no hay fuerza en las piernas, en cambio, no se llegará jamás a la cima, por muy sencillo que sea el camino.

La fuerza de un pueblo nace de su voluntad efectiva (no meramente simbólica o representativa), y ésta a su vez nace de su dignidad. Un pueblo que no tiene interiorizado que la ausencia de libertad es una humillación, que asume como propios los conceptos de quien quiere acabar con él, que piensa que su objetivo debe ser obtener una concesión por parte de quien le tiene sometido… es un pueblo sin dignidad, y, por lo tanto, sin futuro.

Y cuando digo “pueblo”, me estoy refiriendo, por supuesto, a quienes, por encima de mapas, consideran que aquí existe un pueblo, nación o Estado conquistado que no es reconocido ni respetado. No nos engañemos, quienes viven y trabajan entre nosotros, pero ya han asumido que son españoles o franceses, no se van a convencer de lo contrario mientras no haya una fuerza social en marcha que les obligue a posicionarse. Nadie puede seducir a quien ya tiene lo que quiere.

La dignidad es el combustible de la libertad, y la libertad es la mejor inversión de futuro que un pueblo puede realizar. Así lo recordarán los finlandeses, modelo reconocido en el ámbito educativo, el 6 de diciembre de 2017, centenario de su independencia. Sin ésta, hoy no podrían ser un modelo para el mundo. Nosotros/as, por supuesto, recordaremos otra cosa….

Recuperemos la dignidad. Sólo así recuperaremos nuestro futuro.