Laicismo y pluralidad institucional

La visita de la imagen del ángel de Aralar a Iruña ha originado una vez más un debate. Esta vez no se ha resuelto a mí parecer con la flexibilidad que exigiría la pluralidad de una sociedad moderna, como la navarra. Se siguen confundiendo cuestiones tan diferentes como laicismo, que es una estructura social básica de la democracia con ateísmo o agnosticismo que son actitudes personales.

En una sociedad democrática los ateos, igual que los cristianos, o los judíos o los musulmanes tienen que aceptar y acatar el laicismo, como pluralidad democrática, en la que se respeten las posturas, creencias e ideas más diferentes. La libertad religiosa no significa más que la defensa del laicismo de las estructuras sociales y su virtualidad es manifiesta en los países en los que hay mayorías de creyentes musulmanes, judíos, hindúes o de cualquier otra creencia.

La cuestión es que el laicismo acoge a todas las actitudes y creencias sin excluir, prohibir o condenar ninguna, salvo las propias actitudes excluyentes. El atentado contra la democracia es oficializar o convertir en obligatoria una creencia o una postura personal incluido el ateísmo. Las instituciones, igual que la enseñanza oficial o las celebraciones públicas, tienen que ser por imperativo democrático, laicas en el sentido de integradoras de todas las creencias y actitudes, lo cual es mucho más que tolerantes.

La laicidad tiene que respetar actividades de formación, información o los ritos, celebraciones y expresiones culturales y sociales de cualquier creencia o sensibilidad, siempre que no se proclamen como oficiales y obligatorias, ni condicionen o influyan decisoriamente en el funcionamiento social o institucional.

La visita de la imagen del ángel de Aralar al Parlamento de Navarra no constituye un acto parlamentario propiamente dicho. No tiene ningún contenido ni relación con los quehaceres legalmente encomendados a dicha institución parlamentaria. Ninguna parlamentaria o parlamentario tiene la más mínima obligación de acudir a tal evento ni ello tiene ninguna incidencia en su actividad parlamentaria.

En el Parlamento de Navarra se realizan infinidad de actividades culturales y sociales (y más que se deberían realizar), que muchas veces tienen carácter de formación, información o pura celebración social, sin que la asistencia a dichos actos sea preceptiva ni recomendada y que en muchas ocasiones son además actos celebrados a puerta abierta.

A mi parecer el laicismo es un imperativo básico de la democracia tanto para las personas que se sientan ateas o agnósticas como para los creyentes sean cristianos, musulmanes o de cualquier otro credo. El cristianismo, y sobre todo el catolicismo que almacena siglos y siglos de historia de oficialismo religioso y del que copiaron luego religiones que habían sido tolerantes con otros credos cumplió por fin con la proclamación de la libertad religiosa en el Concilio Vaticano II.

La guerra ideológica con los fundamentalismos que es la única guerra que puede y merece ser ganada se libra en la defensa del laicismo, junto con la defensa de los derechos humanos y de la libertad e igualdad democrática.

La historia de Vasconia, incluso antes de llamarse Navarra contiene el ejemplo emblemático de la tolerancia de los Banu-qasi con los judíos que hizo posible la existencia de ejemplos clásicos de la literatura judía en la Tudela del siglo XI y XII como Ben-Yehuda y Benjamín de Tudela. Además el último rey de la Navarra independiente, Enrique III, es el autor de la que se considera primera proclama de la libertad religiosa en el siglo XVII, base de las futuras reivindicaciones democráticas y que probablemente le costó la vida. Me refiero al edicto de Nantes aunque Enrique III es mucho más conocido por la frase de “París bien vale una misa”, que la tradición dice que pronunció en el edificio que aún se conoce como Le Parlament de Navarre y que está en la ciudad de Pau de Bearne.

El laicismo en suma es condición ideológica integradora y su efecto no es el excluir ni el prohibir sino el compatibilizar en la libertad. Tampoco son afortunadas la decisión ni los argumentos del actual capellán de Aralar y menos sus veladas alusiones a hechos históricos como la desamortización de las propiedades de la vieja basílica, pues aun siendo ciertos también son verdaderos otros hechos precedentes como el de que la basílica de Aralar se sobrepone a vestigios precristianos o que el primer documento escrito que menciona la “lingua navarrorum” en 1176 es una concesión de las propiedades de Aralar por parte del rey Sancho VI a su súbdito el conde Vela, tenente de la ciudad navarra de Vitoria-Gasteiz.

Habrá que poner sobre la mesa algún día el carácter laico de la Javierada o las significaciones del personaje de Javier que trascienden a su imagen religiosa pero eso queda para otro día.

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