¿ Y si nos cuestionamos este modelo turístico?

Haciendo cola para visitar uno de los emblemas de la cultura Inca, rodeado de centenares de turistas que avanzaban a golpe de flash fotográfico, me vino a la mente lo complicado que se hace caminar en ciertas épocas por algunas partes de Donostia.

Es un tema que me trae de cabeza desde hace algunos años, ya que a mi parecer estamos asistiendo a una especie de turistificación de ciertas localidades y barrios de la geografía vasca. Cada vez es más evidente que el turismo afecta a la vida contemporánea. Actualmente se contabilizan más de 1000 millones de desplazamientos internacionales anuales por motivos de ocio. En la CAV son 3 millones los visitantes, tocamos a más de uno por habitante.

No se trata tanto de cuestionar el turismo, sino la deriva destructiva de este sobre todo en tres aspectos; el urbanístico, el referente a la identidad de los lugares y el económico.

Turismo y urbanismo

Es obvio que sin infraestructuras correctas es imposible desarrollar el turismo. Este necesita de conexiones aéreas, ferroviarias y viarias junto a los servicios de restaurantes, bares, alojamientos y negocios varios. Sin ello, el turismo no tiene una buena base para poder desarrollarse. Es decir, el turismo ayuda a cambiar la fisionomía de los lugares, siendo partícipe del impacto medio ambiental.

Un impacto a considerar es el referente a lo que estamos conociendo como gentrificación de las ciudades. Las zonas de interés (turístico) de las ciudades son acaparadas por las clases altas, los hoteles, los bares chic y los restaurantes glamurosos. Esto hace que el precio de los inmuebles se revalorice –entiéndase, se encarezca-, y las nuevas generaciones junto a las clases populares se tengan que ir a la periferia de la ciudad. Traduciéndolo a la vida práctica quiere decir que los jóvenes que nacieron en la Parte Vieja donostiarra o en Gros tienen dos opciones debido a los precios de la vivienda. O se quedan con ama y aita o se van a un barrio lejos del centro donde la vivienda sea más asequible. Su barrio quedará en manos de adinerados, restaurantes cool y bares hipster con cerveza artesanal a 5 euros.

Otro fenómeno al que afecta el turismo incontrolado es la vida cotidiana y el comercio local. Poco a poco los comercios se van convirtiendo en negocios pensados para turistas. ¿Cuántos comercios tenemos en los centros de las ciudades que hayan durado más de un par de décadas? Son escasos. Donde antes estaba la tienda de alimentación de la Mertxe hoy está el Zara de Amancio Ortega. En la zapatería de antes está la tiendita de souvenirs. El bar donde se juntaban los trabajadores después de la jornada laboral ahora es un bar pijo, decorado con un aséptico mobiliario. Esos nuevos comercios entre otras muchas cosas afectan a la vida de barrio y a las relaciones sociales cercanas, ya que mayormente no se renuevan con gente del barrio. Se enfocan al negocio puramente dicho y a los turistas, y donde están estos últimos rara vez te bebes una cerveza a 1,80 euros. Todo esto no es consecuencia únicamente del turismo, pero el turismo masivo lo fomenta, por eso notaremos más este fenómeno en sitios como la costa de Iparralde.

Es verdad que se acondicionan calles y fachadas para hacer la localidad o la ciudad más bella, pero visto lo visto uno empieza a pensar que se cambia la ciudad real por la ciudad museo, y esto no compensa. Así pues nos encontramos con barrios céntricos con gente cada vez más mayor porque los jóvenes buscan barrios más baratos, locales pensados para turistas y adinerados y hordas de viandantes que complican la vida cotidiana. Toda una prostitución del territorio donde el vecino es una especie en extinción.

Turismo e identidad

Cuando miles de turistas se sacan las clásicas fotos en Machu Picchu, los templos de Angkor o por no irnos tan lejos, en los numerosos sitios de carácter histórico que tenemos en Euskal Herria, uno tiene la impresión que a no pocos turistas les importa un pimiento el contexto del lugar fotografiado. Se hacen la foto y lo comparten en alguna red social. El turismo masivo es lo que tiene, todo se consume en una sociedad de consumo, también los lugares y las “experiencias”. Mientras tanto, las cosas fotografiadas quedan reducidas a eso, a una foto.

Corremos el riesgo de que edificios históricos, monumentos o estatuas que son incomprensibles sin entender el contexto histórico en el que se generan, se reduzcan a una postal. En el caso de los pueblos originarios, muchas veces se los retrata como si fueran un fósil que ya no existe. Como la historia la escriben los vencedores y como la mayoría de ellos carecen de estructuras de poder, la identidad cultural de estos pueblos queda folclorizada para disfrute de los turistas. En nuestro país estamos a tiempo para que el euskera, las dantzas, instrumentos musicales tradicionales o gastronomía entre otros, no sean elementos de vitrina de museo y espectáculos para turistas. Se trata de mantenerlos y adecuarlos para que sigan vivos, transformándolos si es preciso.

La globalización capitalista tiende a homogeneizar todo y el modelo turístico preponderante es su punta de lanza. No solo los sitios turísticos, pero sobre todo ellos, cada vez se parecen más. Un McDonald’s por allá, un Starbucks en la esquina, un bar chill out por acá y un ciudadano disfrazado de algo antiguo sacándose fotos con turistas. Asistimos a los llamados no-lugares, sitios que no tienen ni chicha ni limoná, sin identidad alguna que podrían estar en Nueva York, Bogotá o en Irun. La música sería otro ejemplo maravilloso, se escucha lo mismo en todas partes, también en la escena alternativa donde el grupo local reproduce la canción rockera en lengua inglesa ya sea en Quito, en Hondarribia y si me apuráis, en Teherán. Una vez más, esto no es algo ligado únicamente al turismo masivo, pero muchos turistas del primer mundo quieren encontrarse lo mismo que en casa allá donde vayan: hamburguesas, baño occidental y discoteca con música dance. Gente sin lugares deambulando por un mundo sin lugares.

Turismo y economía

El turismo es una parte importante del PIB de muchos países y creador de puestos de trabajo. Bien, pero una economía que se basa en el turismo es una economía dependiente. Como economía es preferible que la mayoría de jóvenes estén laboralmente insertados en el tejido industrial, tecnológico, agrario o trabajando de educadores que sirviendo copas. Alguien tiene que servir los kalimotxos o atender en el hotel y esto es un trabajo de gran valor, pero esa no puede ser la economía en la que se basa un país. No es una estrategia de bases sólidas, la estrategia económica basada en el turismo es cortoplacista y siempre dependerá de que te vengan turistas. Además, por desgracia los beneficios cada vez son más para las grandes empresas y no para las poblaciones locales, que se tienen que conformar en trabajar para estos en unas condiciones laborales recurrentemente precarias.

Si a todo esto le añadimos los dos apartados anteriores, es para pensarse un poco qué modelo turístico se quiere. La pena de Euskal Herria es que a falta de soberanía, es difícil planificar una política de turismo sostenible, porque el Estado que nos gobierna ya puso en marcha modelos como el de la costa levantina, que de sostenible no tiene nada. De todas formas, la soberanía no es patrimonio de nadie, ni de las instituciones gubernamentales ni mucho menos de la industria turística. La sociedad civil también, tendrá que estudiar en no mucho tiempo la capacidad del país para canalizar los visitantes, sin que el impacto de estos sea destructivo en términos urbanos, culturales, económicos y sociales. Todavía no estamos en una situación catastrófica pero urge ir tomando medidas. De la misma forma, como somos responsables de nuestros actos, sería importante que cuando nos movamos a sitios extraños a parte de respetar la idiosincrasia del lugar y de la población local, evitemos a los agentes mercantilizadores del ocio y el turismo.