Las amenazas de muerte al presidente Puigdemont

Con pocos días de diferencia, el presidente Puigdemont ha recibido dos amenazas de muerte a través de Facebook y Twitter. La primera fue el 16 de octubre pasado, hecha por un conductor de autobús llamado Jorge Fernández Hernández, que decía esto: «Valiente hijo de puta, te va a legar hora muy pronto. Tienes al pueblo catalán dividido, y tú cada vez más dinero en tu cartilla. Una bomba debajo de tu coche, alerta. Los Países Catalanes no existen, subnormal». Y diez días después, firmada con el alias Akisukinho, llegaba la segunda con este texto: «Oye, hijo de puta, sigues de independentista, y tú y tus hijos se van a comer un balazo». En esta última, el amenazador aparecía con la cara tapada, como todos los cobardes, y con una pistola en la mano.

En ambos casos vemos que el lenguaje empleado es la viva expresión del odio más primario, con la diferencia de que el segundo no tiene bastante con amenazar al presidente, sino que también amenaza a sus hijos. Es cierto que el primero, una vez identificado, se excusó. Pero lo hizo cuando ya no tenía otra salida. Mientras creía que tenía, se presentó como una víctima alegando que el autor no era él y que le habían pirateado la cuenta de Facebook. Finalmente, por supuesto, ante el alcance del caso, se asustó y confesó. Con todo, bastaba escuchar sus declaraciones en la entrevista que le hizo RAC1 para ver que las excusas son pura comedia: «Quise transmitir [al presidente] que tuviera cuidado con algún loco, que los hay, -yo no soy ningún loco- que le pudiera hacer daño. Aquellas palabras no son las que yo quería escribir. Yo tengo una conducta irreprochable».

Después de eso, el presidente Puigdemont dio el tema por cerrado y la denuncia no fue más allá. Es todo un gesto por parte del presidente. Sin embargo, yo no sería partidario de este talante presidencial en casos de amenazas de muerte. Son cosas demasiado serias para ser banalizadas y quedar impunes. Creo que una cosa es la actitud loable del presidente y otra el curso que, indefectiblemente, debería seguir la denuncia, dado que estamos hablando de un adulto que debe ser responsable de sus actos y asumir las consecuencias. Cuatro palabritas de patio de escuela -«Señorita, yo no quería, no lo haré más»- no pueden cerrar la amenaza de muerte al presidente de un país. No se puede permitir de ninguna de las maneras, porque este desenlace anima a otros individuos a hacer lo mismo o ir más allá. Y así ha sido. El resultado de la magnanimidad del presidente no se hizo esperar. Esta vez apuntando también a los hijos.

La banalización de la violencia nacionalista española ya la hacen solos el Ministerio del Interior y los tribunales españoles, siempre tan indiferentes a las agresiones a catalanes en nombre de España, y siempre tan diligentes en la criminalización de personas que llevan una estelada o que trabajan el 12 de octubre o que ponen las urnas al servicio de la ciudadanía y permiten la libertad de expresión. Lo vimos en la operación mafiosa orquestada por el ministro Jorge Fernández Díaz para desacreditar a políticos catalanes, o en la recomendación de fusilar a Artur Mas, que hacía Miguel Ángel Rodríguez, exsecretario de Estado de Comunicación, o en el vínculo entre Artur Mas y Adolf Hitler que establecieron Jonatan Cobo Ortega, portavoz del PP en el Ayuntamiento de Rubí y la sección local de Montroig (Baix Camp) del PSC-PSOE. Impunes totalmente.

Lo bueno de todo es la manifiesta impotencia intelectual de todos estos agresores. Faltos de argumentos democráticos para impedir la libertad de Cataluña, sólo les queda el recurso de la violencia, de la intimidación y de la criminalización. Piensan, desde el fondo de sus intestinos, que este pueblo retrocederá amedrentado ante amenazas fascistas, de maniobras realizadas por las cloacas del Estado y de los tribunales políticos españoles. ¡Grave error! Grave error de soberbia, haber subestimado la fuerza de Cataluña. Han confundido el estado de desorientación de otros tiempos con una naturaleza débil, sin darse cuenta de que no puede ser débil un pueblo que sigue vivo después de tres siglos resistiendo los ataques de un Estado supremacista como el español. Cuando lo descubran, ya hará años que Cataluña será un Estado independiente.

EL MÓN