Hegel en la República Negra de Haití.

Susan Buck-Morss en su libro “Hegel y Haití” sostiene que el filósofo alemán premeditadamente proyectó su dialéctica del amo y el esclavo, incorporada en la Fenomenología del Espíritu (1807), dentro del contexto de los sucesos acaecidos en la Revolución haitiana (1791-1803) donde esclavos reales se rebelaron contra amos reales. El proceso revolucionario que se desarrolló a lo largo de trece años, desde la rebelión inicial de 1791 hasta la proclamación de la independencia de Haití en enero de 1804, impresionó fuertemente a Hegel.

Los acontecimientos ocurridos en Haití, antes colonia francesa de Saint Domingue, se iniciaron en 1790 cuando los mulatos de la isla, como efecto contagio de la Revolución Francesa (1789), presionaron al gobierno colonial para abolir el infame Code Noir, que legalizaba la trata de personas y prohibía a los negros la posesión de bienes; unos 300 mulatos se levantaron en armas y fueron violentamente masacrados. Al año siguiente, la Asamblea Nacional francesa concedió derechos políticos a la “gente de color” que había nacido libre, pero mantuvo el estatus de la esclavitud en la colonia. Unos meses más tarde, un grupo de esclavos llamados “Congos”, se levantó en el norte de la isla contra sus amos. Bajo el mando de Louverture, esclavo liberto, lo que comenzó como una más de las sucesivas rebeliones se convirtió pronto en una guerra revolucionaria antiesclavista y anticolonial. Con el predominio militar de Louverture en el norte, los triunfos de los mulatos en el sur, y la flota británica ocupando las costas, el ejército revolucionario francés resultó derrotado. En 1794 la Convención Nacional declaró la abolición de la esclavitud en todas las colonias de la República Francesa. Louverture estableció entonces un gobierno, unió sus fuerzas a las del ejército revolucionario francés y a las de los caudillos mulatos en el sur, combatiendo exitosamente los intentos de ocupación británica. Unos años más tarde, en 1801, ya con Napoleón en el poder en Francia, Louverture avanzó sobre la parte de la isla ocupada por España, donde procedió a liberar a los esclavos. Napoleón envió a sus tropas que ocuparon parte de la isla, y Louverture negoció un armisticio a cambio del compromiso de no restaurar la esclavitud; pero, engañado y hecho prisionero, fue llevado a Francia donde murió poco después. Esto motivó a sus lugartenientes, Dessalines y Christoph, quienes bajo el lema “Liberté ou la mort!”, reanudaron la lucha armada contra el ejército francés al que derrotaron definitivamente en el verano de 1803. El 1 de enero de 1804, Haití se convirtió en la segunda colonia del Nuevo Mundo en declararse independiente; pero también, y sobre todo, entró en la historia mundial como la única rebelión esclava exitosa de la era moderna.

Susan Buck-Morss aporta datos que confirman que Hegel conocía perfectamente los acontecimientos de Haiti  por la lectura cotidiana de los periódicos de la época. De entre éstos, Minerva era dentro de la prensa alemana el mejor periódico político, tanto por los corresponsales como por la calidad de sus lectores: el rey Federico Guillermo III de Prusia, Klopstock, Goethe, Schiller, Schelling, Lafayete y Hegel. El periódico se dedicó a informar e interpretar los acontecimientos de 1789 y sus consecuencias. En la reacción a estos sucesos se habría puesto en juego el sentido de la libertad, y en las colonias, en especial en Santo Domingo, la perla de la corona, la situación de patente contradicción dentro de la revolución burguesa. El alzamiento haitiano fue “la prueba de fuego para los ideales del Iluminismo francés, y todo europeo que fue parte del público lector burgués lo sabía”. Durante un año, desde el otoño de 1804 hasta fines de 1805, Minerva publicó una serie de artículos que informaban a sus lectores no sólo sobre la lucha por la independencia de la colonia francesa, que bajo la consigna de Dessalines hará historia, “¡Libertad o muerte!”, sino también de los diez años anteriores en los que Louverture aparecía como líder carismático.

Una vez relatados los hechos históricos y el conocimiento  que Hegel tenía de ellos, preciso será, pues, abordar el planteamiento que éste hizo en una de sus obras cumbres, Fenomenología del espíritu. Hegel, para hablar del movimiento de la historia, deja de lado las versiones que ofrecían la metáfora de la esclavitud versus un mítico estado de Naturaleza (de Hobbes a Rousseau), e introduce la realidad histórica mediante la metáfora de esclavos vs amos. Hegel plantea el origen de la historia cuando se enfrentan dos deseos, dos conciencias deseantes. El hombre ante todo es deseo, desea cosas, pero también desea deseo, es decir “reconocimiento”. Desear el deseo es desear el deseo del otro, que el otro lo reconozca como superior, que se le someta. Esto origina la lucha por el reconocimiento. En esta lucha a muerte por el deseo de reconocimiento, algunos temen más que otros, es decir, el temor es más fuerte que el deseo de reconocimiento. Aquel que en su deseo de reconocimiento se sobrepone al temor de morir, esa conciencia deviene en Amo. La otra conciencia por la cual, el temor es más fuerte que el deseo de reconocimiento, esa conciencia deviene en Esclavo. Quedan así conformadas las dos figuras “amo-esclavo” y se inicia la historia humana; surge la tensión y se despliega la dialéctica.

El Amo, en esta relación de dominación, al tener un vínculo con la cosa mediada por el trabajo del Esclavo, se hace sufragáneo de la institución de la esclavitud para la «superabundancia» que constituye su riqueza, queda confinado a la pasividad, al ocio y al goce, y encontrándose totalmente dependiente del Esclavo, finaliza cosificado, animalizado. Mientras, el Esclavo en una primera fase de negación, ante la alternativa, o independencia o vida, opta  por la vida; así pues, pierde su independencia, se somete y es percibido como una mera «cosa», pura exterioridad, existiendo sólo para otro. Pero mediante el trabajo, el esclavo alcanza la autoconciencia al ocuparse de transformar la naturaleza, concibiéndose no sólo capacitado para transformar su entorno material por sí mismo, al demostrar que no es una cosa o mera exterioridad, sino, y también, habilitado para adquirir un sentido propio como sujeto activo y autoconsciente, que puede superar la otredad de la realidad material al convertirla en objetos para la satisfacción del amo.  El esclavo, pues, en tanto y a través de la materialización de su propia subjetividad en el trabajo, alcanzaría la autoconciencia de no ser una cosa, sino un sujeto que transforma la naturaleza material. Así pues, este efecto formador del trabajo sobre la conciencia esclava complementa el efecto del temor a la muerte, contrarrestándolo. El momento crítico en la superación del temor no estará en su desaparición, sino más bien cuando deje de tener el efecto opresivo que constituyó inicialmente a la conciencia esclava. Es aquí cuando se recupera, de una nueva manera (“Liberté ou la mort!”), la posición en la que es posible dar la vida por la propia independencia. La única solución llegará, pues, con la reversión del momento inicial de “negación” en esta otra segunda fase de “negación de la negación”, auto-liberación y abolición de toda forma de esclavitud. Teoría y realidad convergen en ese momento histórico, es decir, lo racional, la libertad, se vuelve real. Éste es el punto crucial para entender la originalidad del argumento de Hegel, por el cual la filosofía desborda los confines de la teoría académica y se vuelve un comentario sobre la historia; y es aquí, donde el pensamiento se transforma en una visión concreta de la Historia, donde se hace evidente la carnalidad que subyace detrás de toda idea, y donde se manifiesta el vínculo absolutamente material y vivencial en el que se soportan las teorías trascendentes, teorías que no nacen por “ciencia infusa” sino que están unidas con la vida y su dinámica.  No es posible, pues, pensar la filosofía sin la historia y sin la crónica propia de la época.

Bien, una vez llegados a este punto, llama la atención que centenares de comentaristas no hayan tenido en cuenta, a la hora de evaluar el armazón de la genealogía conceptual de la dialéctica amo-esclavo, el problema candente de la esclavitud, con las rebeliones de esclavos en las colonias y con una revolución triunfante en Haití. Resulta hoy harto difícil de entender la abstracción que se hace de cualquier referencia concreta sobre la lucha del amo y el esclavo, leída como metáfora (incluso por el marxismo!!), cuando en Europa todavía existía la institución de vasallaje y servidumbre, y la situación de las colonias hacían posible, (por medio del trabajo esclavo, la quintaesencia de la institución moderna de explotación capitalista!!), el planteamiento de un análisis mucho más real y ajustado. Además, Hegel no es un filósofo como los demás, es la condensación de toda la filosofía de todos los tiempos, el lugar más alto en Occidente donde una mente individual logra sintetizar la política con la historia y la filosofía. Y es en ese momento, y no en otro, en que su Fenomenología podría pensarse, que esa revolución se convierte en la “dialéctica del reconocimiento” y se hace visible como tema de la historia universal, como “historia de la realización universal de la libertad”, donde la filosofía se vuelve comentario de la historia. Teniendo en consideración estas apreciaciones, necesario es deducir, que no sólo la ceguera e ignorancia de tanta hermenéutica oficialista de Hegel es una muestra excepcional de una mala, muy mala conciencia, sino, y también, que las motivaciones de tal ocultamiento no son inocentes o ingenuas, más bien son muy, pero que muy interesadas. Por qué, y qué razones hay para tal encubrimiento?

Se ha hecho muchas veces el cálculo en términos económicos de la riqueza sustraída al suelo americano por los europeos. Lo que no se ha hecho es iniciar el recuento de las víctimas del genocidio sobre el que se montó la civilización occidental y cristiana primero, iluminista e ilustrada después. Genocidio africano que eufemística y jurídicamente fue llamado, por el mundo cosmopolita del siglo XVIII, “esclavitud” a secas; genocidio aplicado, entendido y justificado por aquellos que una y otra vez proclamaron la libertad como bien supremo e inalienable: la Iglesia al principio, Pufendorf, Grotius, Hobbes, Locke, y hasta los mismísimos Montesquieu, Voltaire y Rousseau entre otros que siguieron después. Y ello porque cualquier tipo de libertad que se esgrimiese y defendiese, siempre significaba (y significa!!) la protección a ultranza de la propiedad privada. El concepto de libertad de la filosofía política del iluminismo, estaba muy ligada a lo económico y a la opresión política por parte de la monarquía con la burguesía. La “libertad” era la metáfora política más bella de la época, pero, como dice Hegel, la filosofía llega siempre tarde. Llegada la libertad burguesa, se institucionaliza la esclavitud aristotélica. Los esclavos no existieron como seres humanos, fueron siempre propiedad privada y estuvieron continuamente en las cuentas del ascenso económico y por lo tanto, sin discusión, nunca serán considerados seres humanos ni siquiera por los más progresistas de los iluminados del siglo XVIII. Ni Voltaire ni Montesquieu ni Diderot ni Rousseau tenían nada que decir sobre los esclavos coloniales. Cuando hablan de esclavitud lo hacen de manera metafórica o, lisa y llanamente, la niegan; como cuando Rousseau dirigiéndose a los burgueses: “Vosotros que no tenéis esclavos”. O Montesquieu, socarronamente, en “Del espíritu de las leyes”, al referirse a los esclavos negros: “El azúcar sería demasiado caro si no se emplearan esclavos en el trabajo que requiere el cultivo de la planta que lo produce. Estos seres de quienes hablamos son negros de pies a la cabeza y tienen una nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerse de ellos (…). Es imposible suponer que estas gentes sean hombres, porque si los creyésemos hombres se empezaría a creer que nosotros no somos cristianos.”. Y expresando en un párrafo, el conflicto, la lucha por el reconocimiento en la dialéctica amo-esclavo en Hegel, remacha: “Si los reconocemos hombres, entonces nosotros Amos, seremos Esclavos de los Esclavos, y pagaremos el azúcar más caro”. Con estos mimbres éticos de nuestros conspicuos próceres ilustrados, filósofos, literatos, científicos…se va, pues, configurando  una cierta idea de hombre que progresivamente va tomando más consistencia; este “hombre” se fue haciendo sinónimo de “blanco” “europeo” “colonizador”, los demás eran “gentes de color”. En esta gradación razonada, los negros son desechados, deshumanizados. Y efectivamente, se puede concluir que, así como la historia del liberalismo es indisociable de la historia de la esclavitud, del mismo modo la historia de la “configuración” de occidente es indisociable del colonialismo.

La Revolución Francesa (1789) difundió por el mundo las ideas ilustradas de libertad, igualdad, fraternidad, divulgó los conocimientos de los derechos humanos, pero, significativamente, no les otorgó a los esclavos de sus colonias la emancipación.  La Revolución Haitiana, en cambio, fue mucho más radical que la Francesa, a la que obligó (nada menos que a Robespierre) a abolir la esclavitud en 1794, después de tres años de sangrienta lucha al costo de 200.000 muertos, forzándola a ser consecuente con sus propios principios iniciales de libertad universal. Es decir, fue la revolución haitiana la que puso en cuestión el “universalismo abstracto” de la Declaración de los Derechos del Hombre, al mostrar que el “particularismo” de los ex esclavos que pretendían una república de trabajadores rurales negros (y no de comerciantes y burgueses “avanzados” como la francesa), no podía ser contemplado por un “universalismo” cuyo límite era la imposibilidad de renunciar a la esclavitud de los “territorios de ultramar”. Efectivamente, es formidable la dialéctica negativa y la destotalización que hace la revolución haitiana de la modernidad, al confrontarla con un conflicto irresoluble que la desgarra desde su propio interior; en una época en que se consagran los principios de libertad, igualdad y fraternidad…, pero cuya “base económica” es la esclavitud más degradante, el genocidio, el etnocidio…., la revolución haitiana apunta al centro, al núcleo, al fundamento.

En la Constitución de 1805 se declara que todos los ciudadanos haitianos, sea cual sea el color de su piel, serán llamados negros; y es que el artículo 14 dice algo así como “no vengan con exquisiteces taxonómicas: negros somos todos”, ejemplo extraordinario de puesta al desnudo de la tensión irresoluble entre la particularidad de esa revolución y las contradicciones de un universalismo “burgués” que debe excluir a ciertas “partes” para imponer su “todo”.  Y además, en el artículo 12 se afirma que “ninguna persona blanca, de cualquier nacionalidad, pondrá pie en este territorio con el título de amo o propietario ni, en el futuro, podrá adquirir propiedad aquí”.  Todo un sopapo morrocotudo a la falsa universalidad moderna que instala en la agenda, incluso europea, la discusión sobre la esclavitud y la negritud que atraviesa todo el siglo XIX y XX, con huellas en la filosofía, literatura y arte (Hugo, Merimée, Sue, Rimbaud, Césaire, Fanon, Glissant, Walcott..). Pero, curiosamente, muchos de los más importantes historiadores y teóricos marxistas o grandes historiadores de la Revolución Francesa (Hobsbawm, Soboul, Lefebvre..) “hacen mutis por el foro”. Parece que, para ellos, “el negro”, a través de la historia de la modernidad, fue construido como una especie de alteridad exótica, como si nada hubiera tenido que ver con la propia constitución de la modernidad……, acaso habría que deducir de su mutismo un sentimiento inconfesable de racismo (¿), que, por cierto, es también un invento de la modernidad con el cual mucho tiene que ver la esclavitud.

Hay que añadir que “Haití” no es, curiosamente, una palabra africana sino taína, la lengua de los pueblos originarios de la isla, que habían sido exterminados ya a principios del siglo XVI, antes de que llegaran los esclavos africanos. Los afroamericanos, pues, recuperan un nombre aborigen, en homenaje a aquellos, para nombrar a la nueva nación que están fundando. Hasta ese respeto tuvieron los ex esclavos por los “pueblos originarios”.

La Revolución Haitiana produjo una verdadera ola de terror entre las clases dominantes y propietarias de toda América, que eran desde luego de origen europeo “criollo”, y de cuyas filas salieron en general las elites blancas que promovieron las independencias. De ahí que, y muy significativamente también, la Revolución Haitiana haya sido silenciada y ninguneada por los historiadores. Pocos días antes de estallar el movimiento, las élites estaban seguras de que los negros estaban tranquilos, obedientes y que la posibilidad de cualquier revuelta general era imposible. Nadie pensaba que los esclavos fueran capaces de prever su libertad y mucho menos que tuvieran la capacidad de ganarla y asegurarla porque la posibilidad de un levantamiento exitoso que llevara a la creación de un Estado negro independiente no encajaba en la visión de los blancos, ya fueran americanos o europeos.  Esta Revolución fue tratada por Occidente como un “no evento”, como algo que no sucedió. Su silenciamiento  es sólo un capítulo dentro de una narrativa de dominación global, es parte de la historia de occidente, y va a persistir hasta que la historia no sea contada desde una perspectiva diferente a la occidental.

El Occidente burgués no le perdonó a Haití el inaudito atrevimiento de estos “negritos”. Pocos acontecimientos tuvieron implicaciones más amenazantes para el orden hegemónico de entonces: ejemplo peligrosísimo para los esclavos del Sur norteamericano, e inspiración para los futuros movimientos de liberación latinoamericanos. Es sumamente significativo que la colonia más rica que jamás tuvo ninguna potencia colonial (más de la tercera parte de la economía francesa provenía de más de medio millón de esclavos que trabajaban en Haití en las plantaciones de azúcar, café, índigo), hoy sea una de las sociedades más degradadas del planeta. No hay en toda Latinoamérica otro caso de una nueva nación tan sistemática y concienzudamente destruida por unas potencias imperiales que no podían tolerar la subsistencia ejemplar de semejante vanguardia mundial. Hay que inferir, pues, una gigantesca y cruel venganza de Occidente contra Haití.