La batalla de Noain: evocación y destino

Por las trochas de Erreneaga, avanzaba Francés de Beaumont… ¡De nuevo la alevosía de los Beaumones! Guiaba a sus mesnadas… y a quinientas lanzas del Conde de Lerín… y a Juan Pérez de Aiciondo con sus guipuzcoanos… y al señor de Múgica y de Butrón con sus vizcaínos… ¡Confabulación de caínes y mercenarios, colaboracionistas y profesionales nabarros de la milicia, al servicio del emperador, para arrasar y repartirse a su pueblo, como un vulgar despojo de guerra!

Y el ejército nabarro, conducido por Andrés de Foix, Señor de Asparrots, sin retaguardia, con escasas tropas, con las baterías desencaminadas, fue atrapado entre dos fuegos y aniquilado. Y con él las esperanzas de recuperar la soberanía del reino y el alma bascona.

¿Por qué nos hablaron en nuestras escuelas hasta la saciedad del «Gran Capitán», o de Fernando el católico «el Felón donde los haya»? ¿Por qué no de Pedro de Nabarra, asesinado en la fría torre de Simancas por los castellanos, en esas mismas fechas, por no querer venderse al rey enemigo de su pueblo? ¿Por qué no de los líderes nabarros vilipendiados, o muertos, o desterrados a raíz de aquel fatídico 30 de Junio en las laderas de Getze? ¿Por qué siempre nos prohibieron nuestra historia, pisotearon nuestras raíces, quemaron nuestro patrimonio?

Muchos, algunos nabarros, orgullosos de nuestra raigambre bascona, estamos hartos de saber la respuesta a estos interrogantes. Pero quisiéramos tener otra respuesta. ¿Cómo convencer, cómo hacer reflexionar a nuestros conciudadanos de lo que significa para un pueblo la pérdida de su soberanía y de sus referentes o el desconocimiento de su historia? ¿Cómo crear opinión y debate?

Cuando un pueblo pierde su soberanía e incluso llega a renegar de sus raíces, acaba arrodillándose ante su sojuzgador y viviendo de su limosna.

¡Ay Hernán Cortes! Noche triste la de los nabarros aquel 30 de Junio. Infinitamente más triste que la vuestra, la de los codiciosos, la de los sediciosos, la de los invasores. Podéis preguntar a los incas, quechuas, guaranís, aztecas, mayas, etc, de quiénes son las noches tristes…

No era sólo la turba de mercenarios la que se nos colaba por los vericuetos de Erreniaga… Tras ellos venían los extranjeros -ya nunca más se fueron-, jueces, obispos y clérigos, alcaides, maestros y notarios, veterinarios y secretarios… Acudían rabiosos por troquelar el alma de los nabarros, a hierro y a fuego, con la lengua, las leyes, las mazmorras y la religión del imperio.

Y organizando todo este akelarre de indeseables, ¿como no?, los colaboracionistas. Siempre presentes. Con el Duque de Alba en el contubernio de la conquista, con Cisneros desmantelando castillos o afanando iglesias y monasterios, en los cercos de Maya y Hondarribia, en el infausto Pacto de Bergara, en las negociaciones tras la Gamazada, en las purgas de la guerra Civil… Y siguen ahí ufanos y fanfarrones en nuestras «sagradas o prostituidas instituciones», expoliando, embaucando, pescando en el caos. Encizañando a la ciudadanía.

La noche se tragaba los últimos celajes de Sarbil. Los hijos del mariscal de Nabarra, los Jaso, los Olloqui, los Belaz… avanzaban hacia el exilio, con las frentes doblegadas. Atrás quedaban los campos humeantes. Allí agonizaban las huestes nabarras, con sus almas en sangre. Y… quizás… tal vez… ¿cabía mayor hecatombe? allí se extinguía la propia conciencia de un pueblo. Fue Castilla quien rompió a Nabarra y quien nunca la reparó.

Dudo si soy un viejo o un soñador, pero al menos intento alinearme con otros soñadores, como Eduardo Galeano; «el mundo que necesitamos no es menos real que el mundo que conocemos o padecemos». Yo también quiero navegar como el navegante, «aunque sabiendo que jamás tocará las estrellas que lo guían».

Porque es bueno rebelarse contra esa obscena acumulación de poder, que tanto nos distancia a los que toman las decisiones y los que las tenemos que padecer. Porque con tanto neoliberalismo se silencia la voz libre de los pueblos. Y porque sin la violación de los derechos humanos a escala masiva no habría proyecto neoliberal. Y porque como gritaba Arundhati Roy, «hay pocas cosas más inquietantes que la paz feudal… y no puede haber una paz sin justicia y sin resistencia no habrá justicia». Y porque un pueblo sin soberanía acaba siendo pasto de la muerte y del silencio.

¡Que no sea baldía la sangre de los patriotas de Noain, y sea semilla de nuevos abertzales!

Liberemos nuestra palabra y nuestra esperanza, en honor a aquellos valientes ciudadanos que creyeron en una Nafarroa libre, y en virtud del derecho inalienable a la libertad absoluta para el ejercicio de la soberanía de los pueblos… (Resolución 1514 de la Asamblea de la O.N.U de 1960)

Hoy, con motivo de la próxima celebración de la batalla de Noain, soñaré con los soñadores y con todos los oprimidos de la tierra, y proclamaré con ellos a todas las rosas de los vientos… ¡Gora Nafarroa osoa askatua ¡ ¡Gora herri guztiak askatuak eta senidetuak!