El herrikoseme donostiarra

A medida que los años y siglos transcurren y la piqueta del tiempo va transformando las antiguas costumbres, vamos dejando en el olvido lo que eran los donostiarras de antaño. Nos  cuenta Eugenio Gabilondo “Calei-cale” (1840-1913) en su obra titulada “A través de Iruchulo”, escrita en 1890 y publicada en 1963, que hubo un tiempo en Donostia en que se conservaban viejas tradiciones “joshemaritarras” con aquella juventud que, a finales del siglo XIX, se reunía en las “koxkas” junto a la iglesia de San Vicente,  época en la que los donostiarras “kaletarras” se estaban castellanizando. Él nos dice que se estaba imponiendo, junto con el castellano,  la “flamencomanía” y la “chulapería” de mal gusto, y recuerda con nostalgia los años de la infancia que vivió en la ciudad.

El antiguo “herrikoseme” donostiarra era amigo del bullicio, era bertsolari, músico… Era amigo de todos y con su cuadrilla alternaba en las sidrerías tomando vasos de sidra y “zizarra”. Cuando llegaba la época del carnaval el “herrikoseme” perdía los estribos, se disfrazaba de mil maneras, todo el mundo se reía con él. Alternaba con el alcalde, con los patrones, con los ricos y con los criados… alternaba con todo el mundo.  Era un gran improvisador de festejos “siendo muy frecuente el idear una tamborrada o una comparsa de iñures a las doce de la noche y llevarlas a efecto a las tres de la madrugada, sin necesidad de autorizaciones ni llenar los mil requisitos que  la autoridad exige hoy día” (escribe Gabilondo).

Cuando en 1839 y en 1876 el gobierno español abolió los Fueros, fue un hachazo de muerte el que se dio al País Vasconavarro y del que ya no se recuperaría jamás. En una ciudad como Donostia en donde, salvo militares de la guarnición y contados individuos, toda la población hablaba la lengua vasca, llegaron a la ciudad dirigentes, administradores, funcionarios y policías extraños al País, todos ellos castellanos monolingües  con costumbres totalmente distintas a las de los naturales. Las plazas de funcionarios, guardas, celadores, etc. eran cubiertas con las personas recién llegadas. Escribía “Calei-cale” refiriéndose a los puestos de funcionarios: “si entre los solicitantes a un puesto hay algún ‘belarrimoch’, éste será elevado al puesto dejando postergados a los jóvenes ilustrados del país”. Con el sobrenombre de “belarrimotz” (orejas cortas) ha sido y es conocido el monolingüe castellano que,  viviendo aquí, sea oriundo o foráneo, no conoce la lengua vasca.

Es a principios del siglo XX cuando en el País Vasconavarro se empezó a tomar conciencia del hecho nacional vasco. Hasta esa época el gentilicio de “vascongado” o “vasco” se utilizaba exclusivamente para identificar a las personas que hablaban la lengua vasca.

Siguiendo a Gabilondo, describe así a los donostiarras de mediados del siglo XIX: “Cuando la política no absorbía en tal alto grado la atención de los vecinos de la ciudad, no éramos tan ilustrados como ahora, pero sí más demócratas en nuestras costumbres y más amantes de aquéllas que sirvieron para darnos el mote de ‘kashkariñak’ o ‘kasko-ariñak’. .. en aquel tiempo los donostiarras se divertían a sus anchas y nadie reparaba con la inquisitorial mirada de hoy a la juventud alegre. Hoy hemos llevado la hipocresía a tal extremo, que censuramos el acto más inocente”.

En aquella época la Corte, la aristocracia y la burguesía madrileña comenzó a veranear en Donostia. Los burgueses donostiarras comenzaron a codearse con aquéllos de tal forma que cualquier  burgués de la ciudad que se preciase se iba a vivir a Madrid –a la capital- en invierno, para volver a su ciudad en verano, junto con los veraneantes. Al mismo tiempo, la citada burguesía, salvo contadas familias,  abandonó la lengua vasca y, cuando la hablaban, era solamente para dirigirse a los criados o a los aldeanos. Dichos aldeanos han sido  conocidos hasta hoy en día con el sobrenombre de “casheros”,  y éstos continuaron siendo monolingües vascos en su mayoría hasta el fin de la primera mitad del siglo XX y bilingües a partir de esa época.

 

Las relaciones sociales se envilecieron, “surgió la crítica mordaz y sañuda que se cebó en los desgraciados que querían divertirse sin hacer daño”,  escribía Gabilondo, pues los poderosos dictaron normas hasta para reglamentar la diversión, y para que los veraneantes madrileños se sintieran  a gusto. De esta forma, el “herrikoseme”  comenzó a aculturizarse y a hablar en castellano “y si por casualidad le daba por proferir algunas palabras en lengua vasca, no dejará de decir: ‘ikusi diot calian; kaballo gañian cijuan; solaren kaloriak trigo guziyak kematu dizkigu’  y otras por el estilo. Dentro de algún tiempo habrá desaparecido por completo y nadie distinguirá un errico-sheme de un belarrimoch”. Y añadía: “anda con paso mesurado y contoneándose como los toreros, frecuenta los lugares donde menudea el zirrin-zarran de la guitarra, le gusta el flamenco, el bailoteo cadencioso y detesta todo aquello que es clásico en su tierra” (“zirrin-zarran” le llamaban  al baile a lo agarrado). Por fortuna, otros “herrikosemes”, al igual que ahora,  mantuvieron su cultura y lengua vasca con dignidad y decencia.

Escribe Dionisio de Azcue “Dunixi” en su obra “Mi pueblo ayer”, publicada en 1932: “En poco más de dos decenios” (1890 y 1910) “la ciudad cambiaba de faz y la modesta Donostia anterior a 1890 se convertía en el flamante San Sebastian de 1900, trocando el íntimo tipismo de sus 20.000 almas por el prestigio apresurado de una moderna capital de serie”.  El año 1900 la ciudad alcanzó 32.000 habitantes, siendo muchos de los cuales inmigrantes de origen castellano.

En una ciudad dedicada, como más arriba se dice, a la Corte y veraneantes de Madrid, el Ayuntamiento  estaba al servicio de éstos, no siendo más que un apéndice de súbditos obedientes de la Corte, y actuando como tales, siempre con temor servil y cumpliendo al pie de la letra lo que le dictaban (igual que  hoy día) de Madrid. Escribe Dunixi que, ”tal vez la línea divisoria entre la antigua Donostia y el moderno San Sebastián quedó trazada por el acuerdo tomado por el Ayuntamiento en su sesión del 14 de enero de 1902 aboliendo la soka-muturra”.

El Alcalde Sebastián Machimbarrena apoyado por la mayoría de los concejales, de sonados apellidos como Elosegui, Ducloux, Resines, Nerecán, entre otros (hasta 16), decretó la supresión de la Sokamuturra. La minoría votó en contra de la supresión, entre ellos conocidos “herrikosemes” como Colmenares, Laffite, Iraola y  nuestro  Gabilondo entre otros (éstos sumaban 9).  La indignación popular fue enorme, pero no sirvió de nada. En respuesta hubo una manifestación descomunal donde se rompieron farolas, apedrearon edificios públicos y redacciones de prensa;, hubo 26 detenidos, entre ellos el concejal Colmenares. Hubo fuertes multas, pero la tradición koxkera de la Sokamuturra se perdió para siempre.

Los años pasaron y después de una corta época de resurgimiento socio-cultural que se dio hasta la II República, con el golpe de estado del 18 de julio de 1936 los nuevos gobernantes cortaron de raíz todo lo que oliese a cultura popular, vasca naturalmente. Hacían hogueras en plena vía pública donde quemaban libros vascos y/o progresistas. Prohibieron los carnavales; obligaron a cerrar todos los bares en semana santa y prohibieron, bajo multa,  hasta a hablar la lengua vasca incluso por teléfono. Destituyeron al alcalde, el “herrikoseme” Fernando Sasiain quien,  después de torturarlo, murió.  Promovieron las corridas de toros y el football, pasando el equipo de la ciudad denominado “Donostia Football Club” a llamarse “Real Sociedad de Fútbol”. Si con la abolición de los Fueros grandes nubes grises encapotaron el cielo del País Vasconavarro, esta vez cayó sobre Donostia una negra noche de plomo que duró más de cuatro décadas. La delación, el autoritarismo, la censura y la imposición del castellano campaban a sus anchas.

En la primera sesión del Ayuntamiento celebrada el 7 de octubre de 1936 el presidente José María Arellano pronunció estas palabras: “Hay que procurar que el control del espíritu, principalmente en la escuela; seremos tenaces e inexorables hasta conseguir que las nuevas generaciones vayan formadas en la fe católica y en un ardiente españolismo…”. Cometieron y siguen cometiendo un etnocidio, es decir, atacan la lengua y cultura vasca para hacerlas desaparecer. Y en gran medida lo consiguieron. Miles de familias donostiarras no la transmitieron  a sus hijos, convirtiéndolos en individuos aculturizados. A ello se unió la masiva inmigración de gentes de lengua castellana que llegaron a la ciudad sobre todo en las décadas de 1950 y 1960. Fueron tenaces e inexorables, sobre todo en la escuela, a partir de esa época, ya nada sería igual.

La lengua vasca, la única propia de Donostia, la llevaron al estado en que se encuentra hoy: minorizada y en peligro de desaparición. Como cualquiera medianamente culto sabe, si desaparece una lengua, desaparece una cultura, y desaparece una nación.

El actual “herrikoseme” (hoy día hay que decir también “herrikoalaba”) ha acudido en muchos casos a la Ikastola (escuelas en lengua vasca levantadas con el esfuerzo popular  a pesar de los enemigos seculares de la cultura vasca) y también a la Universidad en lengua vasca. Sin embargo también hoy  está en proceso de aculturización en muchos casos, “y si por casualidad le da por proferir algunas palabras en lengua vasca” (repetimos parafraseando a Gabilondo), dirá: “pasa tío, vaya ñoñostiarra. Ez dakizula non bizi dan la Amaia? En el quinto izquierda bizi da. Qué corto eres”. Como en 1890… pero en “euscañol”!

(“Ñoñostiarra” = mote necio aplicado a los habitantes de Donostia que quiere decir en castellano: delicado, quejumbroso, asustadizo, caduco…).  Fue inventado hace aproximadamente dos décadas por algún majadero acomplejado originario de algún pueblo de la parte occidental de Gipuzkoa. Este verano, algún otro aculturizado ha inventado el apodo “torostiarra”. Se creerá muy gracioso! Puestos a inventar necedades, podríamos inventar también: “burrostiarra” o “cerdostiarra”, pues la rifa de este último se celebra en Santo Tomás…