Algunas caras del extremismo ruso

Desde hace algún tiempo los ataques contra periodistas, militantes anti-fascistas o miembros de las comunidades no rusas han ido aumentando. Hace ya varios años, algunos analistas locales se preguntaban si ese incremento de ataques fascistas obedecía «a un fenómeno estrictamente orgánico, o si sería una realidad manipulada o impulsada por terceros actores».

Al hilo de esas declaraciones conviene recordar que en Rusia, en tiempos de Gorvachov y Yeltsin, organizaciones y grupos neonazis como Pamyat o la Unidad Nacional Rusa, fueron manipuladas, y en ocasiones creadas o inventadas, por organismos de la seguridad rusa, todo ello para aprovecharse tanto interna como externamente de esas situaciones.

Las muertes del abogado Stanislav Markelov y de la periodista Anastasia Baburova el pasado 19 de enero han vuelto a encender las alarmas ante esa creciente ola de ataques que sacude Rusia. En los últimos cinco años, las cifras de víctimas mortales por ataques fascistas han aumentado año tras año. Así, en 2004 fueron 50, en 2005 (47), 2006 (64), 2007 (86), y 2008 (96). Y en lo que llevamos de año, ya se han contabilizado 14, principalmente en Moscú y San Petesburgo.

Desde diferentes estancias se ha criticado el silencio gubernamental ante esta preocupante realidad, pero portavoces del gobierno y el propio presiente Medvedev ha señalado «que actualmente éste es uno de los problemas más peligrosos y estoy prestando gran atención al mismo».

Una de las bazas propagandísticas de los dirigentes del Kremlin es la Ley Federal 114-FZ de «lucha contra la actividad extremista, y que popularmente se le conoce como la «ley anti.-extremismo». Tras los ataques del 11-s Moscú puso en marcha una maquinaria legal para luchar contra lo que consideraban extremismo, y que se materializó en la aprobación de la citada ley en julio del 2002. Cuatro años más tarde fue presentada una nueva versión que entre otras cosas, otorgaba a las autoridades locales poderes para condicionar la participación política y para silenciar las críticas de algunos medios de comunicación.

La inconcreción de la ley permite asimismo que las interpretaciones y el uso de la misma sean una herramienta muy valiosa para el ejecutivo ruso. Según denuncian algunos analistas, los verdaderos objetivos han sido «participantes en protestas contra el gobierno y activistas sociales». Y mientras tanto, la extrema derecha goza de cierta permisividad. Los actos de estos grupos reaccionarios, como ocurre en otros países en Europa, se presentan como acciones aisladas de hooligans, sin querer dotarlas el contenido político que en realidad contienen.

La eliminación física de periodistas, defensores de los derechos humanos o refugiados chechenos, son sólo un ejemplo de las diferentes tramas e intereses que se conjugan en Rusia en estos momentos. En ocasiones son grupos neonazis los que ejecutan los ataques, y en otras sus autores habría que buscarlos tal vez en los entornos de determinadas estructuras del poder. Lo cierto es que las voces críticas con determinados asuntos (derechos humanos, Chechenia, refugiados…) son acalladas violentamente.

En este sentido, un periodista ruso ha señalado que la suya es una profesión de alto riesgo en la actualidad. Al menos cuatro miembros de Novaya Gazeta han muerto de manera violenta, entre ellos la afamada periodista Anna Politkovskaya y más recientemente Anastasia Baburova.

El auge de un discurso nacionalista ruso, paneslavo, ha ayudado al surgimiento de movimientos y tendencias de carácter reaccionario y violento. Evidentemente no nos encontramos ante un fenómeno uniforme, pero sí comparten algunos parámetros la mayoría de organizaciones o formaciones políticas que se reconocen dentro de la esfera ideológica mencionada.

Por un lado nos encontramos ante un nacionalismo étnico e imperial, orgulloso de su pasado ruso. De la historia rusa algunos se remontan al período pre-cristiano, a un paganismo mítico, pero la fuente más importante de donde se nutren estas ideologías fascistas, la encuentran en la Rusia ortodoxa y autócrata del zarismo, de donde surgirían los valores tradicionales que dicen defender.

Por otra parte, un nexo de unión lo representa a la hora de «elegir enemigos». Para unos esto supone el rechazo a los valores de Europa Occidental, para otros el enemigo son los que pertenecen a pueblos el sur de Rusia (caucásicos, turcos, musulmanes…), y también judíos. A ello cabe añadir como objetivos de estos fascistas a todo aquel que pertenezca o milite en grupos progresistas o antifascistas.

El abanico de tendencias dentro de estas organizaciones también es amplio. Desde los llamados nacional bolcheviques, hasta los euroasianistas, pasando por el ultranacionalismo ruso o incluso por las tendencias de los sectores más fundamentalistas de la iglesia ortodoxa, que promueven claramente una politización de la moralidad, y defienden un estado monolítico ortodoxo y nacionalista ruso. Junto a estas formaciones coexisten también diferentes grupos que de una u otra forma se enmarcan también en el espectro fascista. Algunas organizaciones que dicen representar el resurgir del movimiento cosaco, grupos neonazis de boneheads o incluso ultras ligados a algún equipo de fútbol.

Los partidos reaccionarios que más peso han tenido en la historia reciente son el Partido democrático Liberal de Rusia (LDPR) de Vladimir Zhirinovsky, al que algunos presentan como un 2liberal nacionalista», mientras que para otros es «un fascista o un oportunista». Detrás del mismo encontramos dos formaciones que surgieron en los noventa, aunque con raíces ideológicas en el pasado. Por un lado está la Unidad Nacional Rusa (RNU), que algunas presentan como Unión Étnica Rusa, y que supo aprovechar el vacío que supuso el colapso soviético y no dudó además en presentar una rama paramilitar.

En esa misma década surgirá el Partido Nacional Bolchevique, representante de la mal llamada tercera vía y que como defendía el ideólogo de principios del siglo veinte, Nikolai Ustryalov, supone una simbiosis del nacionalismo ruso reaccionario y de bolchevismo.

En un peldaño más bajo han pasado por la escena política rusa formaciones que contaban con apenas dos mil miembros, como el Partido Nacional del Pueblo (PNP), el Partido Nacional Republicano de Rusia (NRPR), el Partido Nacional Socialista Ruso o la Unión de «Cristianos Renacidos» (UCR), y todas ellas se pueden encuadrar en esa esfera fascista y reaccionaria del extremismo ruso.

Hoy en día, otras dos formaciones están centrando la atención de esa nebulosa reaccionaria. Por un lado está el Movimiento Contra la Inmigración Ilegal (DPNI), activo desde el 2002 y con una base diversa (estudiantes, empresarios o pensionistas), afirmando contar con más de diez mil militantes, y cuyo discurso gira en torno a «la denuncia de los extranjeros que nos roban el trabajo, que cometen crímenes y que buscan reemplazar a la población nativa rusa». El aumento de niños de padres no rusos en las escuelas es una de sus denuncias más recientes.

La otra formación, Unión Eslava, cuyas siglas en ruso son SS, también aporta el componente fascista y reaccionario de los anteriores a sus discursos y acción política. El próximo uno de marzo, ambos grupos han convocado la «Marcha Rusa» para conmemorar «a los soldados de la sexta compañía, 104 regimiento de la División Aerotransportada Pskov», 84 de los cuales murieron en el 2000 en una emboscada de la resistencia chechena. Si finalmente se celebra ese acto, se volverán a escuchar slogans como «Rusia para los rusos», «por una nación rusa eslava» o «eslavos, rusos, poderosos».

Es bastante paradójico que un pueblo y una sociedad como la rusa, que se enfrentó a la agresión nazi y que pagó con millones de vidas su resistencia, albergue en su seno tendencias y grupos de corte fascista. Pero por desgracia, esa cruda realidad crece cada día en aquel país.

* Txente Rekondo.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)