Eufemismos

En su reciente artículo “El lenguaje enmascarado”, el profesor Joxerra Bustillo, hace alusión a cómo los poderes, apoyados en una potentísima industria de la comunicación, utilizan y distorsionan el lenguaje con el fin de ocultar sus propósitos, desviar la atención y minimizar las consecuencias de determinadas acciones. Cito alguno de los ejemplos que emplea para ilustrar estas afirmaciones: El reciente y deshonesto “Prisión Permanente revisable”, en vez del contundente y más ajustado a la realidad “Cadena perpetua”; llamar a Franco “Anterior Jefe del Estado” y “Transición”, en lugar de continuación, a la época que desde la muerte del dictador hasta nuestros días; redactar en las crónicas que “un manifestante resultó herido”, cual si fuera un accidente doméstico, cuando en una manifestación, en todo caso, puede ser alcanzado por la violencia de las “Fuerzas de Seguridad”, (otro eufemismo). Hanna Arendt nos diría que llamar a tales hechos “inesperados”, “imprevistos” e “imprevisibles”, o “últimas boqueadas del pasado” es el más viejo truco del mentiroso y manipulador. Y se podría continuar con otros expuestos con precisión y criterio.

En el caso de mi comentario (salvando las distancias con el profesor, por supuesto), se trata de dos cuestiones muy diferentes en relación a dos conceptos que ya han son universalmente aceptados.

La primera es la utilización  del término “Holocausto” al referirse al Judeocidio. “Holocausto” es la transcripción del latín “Holocaustum”, que a su vez traduce el griego “Holókaustus”, que es un adjetivo que quiere decir literalmente “todo quemado”. Sin embargo, su evolución semántica es esencialmente cristiana porque los Padres de la Iglesia lo utilizaron para traducir la compleja doctrina sacrificial de la Biblia. En ella, uno de los tipos de sacrificio es el “olah”, que se refiere a la oferta a la divinidad, y de ahí lo traducen como “Holocausto” e inicia su evolución y ha llegado a establecer una conexión, aunque sea lejana, entre Auschwitz y el “olah” bíblico, pero éste lleva implícita la voltariedad de entrega total a motivos sagrados y superiores, lo que no me parece que tenga nada que ver con los hornos crematorios.

La segunda cuestión se refiere al manido “Derecho a decidir”. Se trata de una opción personal que nadie está legitimado ni a imponérsela ni a quitársela a nadie. Cada persona decide lo que quiere ser. A mí nadie me quita el derecho a decidir que quiero ser vasco. Por si alguien no tiene claro qué es ser vasco, repetiré  lo ya comentado en alguna ocasión anterior: es lo mismo que ser español, pero vasco. O sea, que hay que pertenecer al Estado de Navarra, para lo que es necesario renunciar a la pertenencia al Estado Español. Y es este derecho, el “Derecho a Renunciar” el que quiero ejercer y no me lo permiten. Quienes utilizan la expresión “Derecho a Decidir”, tratan de confundirnos y ocultar la verdadera aspiración (y ésta sí legítima) de reclamar la Independencia y desviarnos del camino que nos llevaría a la recuperación del Estado de Navarra.

La sustitución por un eufemismo, en cuanto supone la sustitución propia de algo de lo que, en realidad, no se quiere oír hablar por una expresión alterada o atenuada, lleva consigo siempre, cuando menos, alguna ambigüedad que da prueba de ignorancia o insensibilidad y, en la mayoría de los casos como los comentados, denota una intencionalidad manipuladora, perversa y malévola. Tendremos que prestar atención a la des-sustancialización de los conceptos que encierran las expresiones.