Freixenet, burbujas de españolismo

La entrada en política de la marca Freixenet ha sido muy aplaudida por la caverna española. Freixenet ha decidido que su tradicional anuncio de Navidad sea este año un spot al servicio del nacionalismo español para que la catalanofobia no le afecte a las ventas en ese país. El presidente de la empresa, José Luis Bonet, sabe que la cultura del vino en Cataluña, que ha aumentado muchísimo, va en detrimento de su producto, que es francamente mediocre, ya que los catalanes son cada vez más selectivos y encuentran bastante chabacano aparecer en una celebración con una botella de Freixenet bajo el brazo en vez de hacerlo con una marca de calidad.

Algo que no dicen las burbujas de españolismo del anuncio televisivo ni las etiquetas de las botellas de Freixenet es que el imperio cavista de que se jactan es el fruto de la explotación feroz y sangrienta que la empresa ejerce sobre el campesinado pagando unos pocos céntimos de euro -céntimos en el sentido literal- por kilo de uva a pesar de saber que el precio mínimamente digno, como ocurre en Francia, estaría entre veinte o veinticinco veces por encima. Esto, además, tiene unas repercusiones nefastas para el sector, ya que lo contamina rebajando su calidad y causa un grave perjuicio a los pequeños productores. Para entendernos, Freixenet es un depredador que degrada la marca Cataluña asociándola a un producto espumoso de poco nivel, lo que en el nuevo Estado independiente deberá ser cortado de raíz en beneficio del país y de la gente que trabaja la tierra.

Este es, de hecho, el miedo del emperador Bonet: el miedo a que el imperio Freixenet, construido bajo el cobijo de regímenes absolutistas, se vea obligado a pasar por un aro depurador que haga tambalear sus cimientos. El emperador mira el futuro con inquietud y suspira evocando los bellos tiempos en que los afectos al régimen de la «sagrada unidad de España» eran fuertes y sabían azotar sin piedad las ínfulas de libertad de Cataluña. Piensa que los gobernantes españoles de hoy son una esperpéntica copia de aquellos y tienen las manos atadas por esta cosa tan perniciosa llamada democracia.

Ciertamente han cambiado bastante las cosas desde aquel 16 de septiembre de 2008 en el que el emperador Bonet decía que «don Juan Carlos de Borbón ha sido y es un gran rey al servicio de nuestra nación». Los imperios, para sobrevivir, necesitan mantener un régimen de esclavitud que engorde sus barrigas y ornamente sus palacios. Pero si nos rebelamos contra marcas internacionales que sabemos que fabrican sus productos mediante la esclavitud -no se puede llamar de otra manera la explotación de personas a cambio de remuneraciones miserables e inhumanas- debemos hacer lo mismo contra aquellas de nombre catalán que, al lado de casa, esclavizan, sangran y humillan a nuestros agricultores para financiar, como hacen Freixenet y el emperador Bonet, campañas destinadas a la perpetuación de sus reaccionarios intereses de clase.

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