Las tres grandes victorias del 9-N

Ahora que ya han transcurrido varios días después del 9-N, y que hemos captado sus efectos, tanto en Cataluña como en España, es un buen momento para resaltar la enorme importancia de su celebración. De hecho, el éxito ha sido tan espectacular, tan brillante, que casi parece que lograrlo haya sido coser y cantar. Pero no es cierto. El esfuerzo requerido ha sido titánico, y las horas y la energía invertidas han sido tantas que es imposible contabilizarlas. Ocurre, sin embargo, que la realización ha sido tan perfecta, dentro de los márgenes que implicaba tener un Estado en contra, que hemos conseguido que pareciera fácil lo que parecía inconcebible. Justo la misma impresión que causan algunos libros o películas al leerlos, que fluyen de una manera tan espléndida y natural que sólo los expertos detectan la complejidad subyacente a los mismos.

Pues bien, sin desmerecer en absoluto el papel del gobierno, de los partidos específicos y de las instituciones de Cataluña, es de justicia alabar a la Asamblea Nacional Catalana, a Òmnium Cultural y a los cuarenta mil voluntarios, por la tarea inmensa y generosa que llevaron a cabo en la materialización de una consulta que quedará para siempre en los libros de historia por dos razones: por su magnitud y por su significado. La magnitud y el significado que han propiciado tres grandes victorias. Probablemente hay más, seguro que sí, pero las sintetizamos en tres.

La primera victoria, es el formidable gol por la escuadra que Cataluña ha metido a España. Después de amenazarnos incluso con la «persecución de particulares y la celebración de miles y miles de juicios rápidos», después de decirnos que nunca, nunca, nunca votaríamos, que nunca, nunca, nunca habría colegios, ni urnas, ni papeletas, porque el Estado nunca, nunca, nunca lo permitiría, resulta que abrimos los colegios, pusimos las urnas, pusimos las papeletas y votamos. ¡Votamos! A pesar de un Estado que criminaliza la libertad de expresión, votamos.

La segunda victoria, es la de la proyección internacional. Al hacerse evidente que Cataluña no haría caso de los intentos de intimidación del gobierno español, los portavoces del españolismo en nuestra casa, desesperados, optaron por intentar desacreditar la consulta tildándola de «costillada», «butifarrada» y «payasada». Sin embargo, la fuerza del 9-N les pasó por encima y los ridiculizó sin piedad. Las cifras hablan por sí solas: ochocientos periodistas de los cinco continentes acreditados, casi el doble que en Escocia, doscientos cuarenta medios de comunicación y un centenar de observadores internacionales que certificaron que la consulta había sido «todo un éxito». ¿Alguien se cree que los principales medios de comunicación del mundo pagan viajes transoceánicos a sus equipos de profesionales para que informen sobre costilladas, butifarradas o payasadas?

Y la tercera victoria, es la insumisión. Ahora todo es demasiado reciente para tomar conciencia de la importancia de lo que hemos conseguido. Los hechos, además, se suceden a un ritmo vertiginoso y son muchos los frentes que requieren nuestra atención. Pero nunca habíamos hecho un acto de insumisión nacional tan colosal como el de la consulta del 9-N, y la historia se encargará de certificarlo. Basta con observar la rabia, el odio, los insultos, los exabruptos y recomendaciones catalanofóbicas que ha generado nuestra acción para medir su magnitud. Sólo un Estado arrogante, prepotente, absolutista y decadente puede sentirse tan profundamente humillado por el gesto más pacífico, más cívico y más democrático que puede hacer un pueblo para expresar su opinión: el gesto de votar. Desde el 9-N, el Estado español es un Estado con el orgullo herido porque sus esquemas obsoletos no pueden concebir que un pueblo que creían vencido y sometido desde hace tres siglos le haya ridiculizado y puesto en evidencia ante todo el mundo. La esperpéntica inauguración a toda prisa en Madrid, de una estatua dedicada al almirante Blas de Lezo, asesino de catalanes en 1714, tratándolo de héroe, es una prueba de ello. Es la burda y consternada reacción del dueño nostálgico de un poder abatido que ve como se desvanece toda la autoridad que tenía sobre el cautivo.

Se dice que la consulta del 9-N no era vinculante, pero no es verdad. Sí que ha sido vinculante. ¡Por supuesto! Lo ha sido para España, en grado superlativo, y lo ha sido para Cataluña, que por fin ha captado su fuerza y se ha dado cuenta de que para romper las cadenas de hierro es necesario primero cortar las cadenas mentales. Las cadenas mentales son las cadenas del miedo. No hay cadena más poderosa que el miedo. Recordemos siempre. La libertad comienza el día en que pierdes el miedo.

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