No les preocupa el 9-N, les preocupa lo que viene a continuación

No ha habido nunca nadie que haya contribuido tanto a la independencia de las colonias españolas, a lo largo de la historia, como lo ha hecho España. España ha sido, desde siempre, la herramienta más poderosa que han tenido todos los movimientos independentistas de su imperio para alcanzar la libertad. Sola los ha fomentado, los ha alimentado, los ha vigorizado y reafirmado. Es un caso interesantísimo de paradoja exacerbada que la convierte en campeona de derrotas. Las colecciona de todas las formas y colores a través de los siglos sin moverse ni un milímetro. La colección de ultramar, por ejemplo, es espléndida, una auténtica joya del declive. Y ahora empieza otra, la colección peninsular, que mantiene expectantes a los historiadores de todo el mundo.

En defensa de España, sin embargo, hay que decir que tiene criterio. Pase lo que pase, siempre es fiel a sí misma, siempre actúa de la misma manera. Llega a un lugar, lo domina por la fuerza, lo sangra económicamente, impone sus leyes, aniquila la identidad, la cultura y la lengua y al cabo de cuatro días dice a los conquistados que no son nadie, que sus derechos históricos se han desvanecido y que el derecho a decidir no existe, que no ha existido nunca. ¿O es que acaso los cautivos pudieron decidir que no querían ser conquistados? ¿Verdad que no? Pues ya está. Asunto resuelto. El problema es que es difícil encontrar un pueblo que quiera vivir para siempre bajo un yugo como este. Tarde o temprano, incluso los que han perdido la lengua propia, como los de ultramar, despiertan su memoria colectiva, rompen la legalidad española y declaran la independencia. La historia lo explica con todo detalle.

Y ahora, mira por dónde, ha llegado el momento de Cataluña, que será seguida inmediatamente por el País Vasco. Pero antes de que esto ocurra, España seguirá siendo nuestra herramienta más poderosa, la herramienta que nos ha de abrir la puerta de la prisión y permitirnos respirar aire puro. España es una herramienta valiosísima, que hace un trabajo impagable a base de intolerancia, de totalitarismo y de desprecio absoluto por los principios más básicos de la democracia y las libertades. Todo su mundo es fuerza bruta en forma de leyes, de nacionalismo y de negación del otro. El otro, como decíamos antes, no existe, el otro ni siquiera es reconocido. Sólo existe España -«la nación más antigua del mundo», dicen sin rubor-.

Por eso, España, no tiene respuesta intelectual al proceso catalán. Simplemente se indigna, le sube la tensión arterial y lanza improperios, amenazas, insultos y descalificaciones. Su violencia verbal es hija de su impotencia intelectual. De sus labios sólo salen pulsiones, en ningún caso reflexiones. Pulsiones que nacen en las tripas y que van directamente a la garganta sin pasar por el cerebro. Así, tenemos un portavoz del gobierno español que dice que el presidente Mas debería ser fusilado; un diputado que dice que no es una consulta, sino un psiquiatra, lo que necesitamos los catalanes; una Conferencia Episcopal Española que dice que el independentismo debería pasar por el confesionario; un dramaturgo con nombre de pantano ampurdanés que dice que «hay que meter entre rejas el presidente Mas», que «la población catalana está mentalmente enferma» y que «el Estado debería tratarla sin piedad»; un escritor cordobés que dice que los catalanes sufren inestabilidad mental; una diputada que dice que el derecho a decidir es contrario a la democracia; otra diputada que dice que prohibir que Cataluña vote es una victoria de la democracia; un presidente del Gobierno que dice que prohibir un referéndum es propio de una democracia avanzada; un filósofo que dice que los catalanes somos imbéciles; un expresidente español nacido en Sevilla que compara Cataluña con el franquismo; un ministro de asuntos exteriores que relaciona el proceso catalán con el nazismo; un eurodiputado vasco que dice que el independentismo es terrorismo; unos manifestantes que gritan «¡Artur Mas, cámara de gas!»; una asociación de militares españoles que dice que hay que declarar el Estado de guerra en Cataluña y actuar con las armas; un periodista que dice que la independencia de Cataluña comportará el asesinato y el genocidio… En fin, podríamos seguir días y días con esta muestra de impotencias, porque crece cada minuto que pasa y que España empieza a darse cuenta, aunque no lo reconozca, que el proceso de independencia de Cataluña es irreversible y eso le saca de quicio. De hecho, ya hace tiempo que lo sabe, sólo hay que observar toda su política gubernamental, así como la desesperación que le provoca el corredor mediterráneo y las prisas para llevarse el petróleo de Tarragona. Pensará que no le cobraremos cuando negociamos los activos y los pasivos.

Mientras tanto, no tengamos ninguna duda, ya ha comenzado a urdir una trama para dinamitar las elecciones de carácter plebiscitario que han de venir. Dice pestes de la consulta del 9-N, porque la ha vivido como una humillación, pero lo que le angustia de verdad es no poder actuar militarmente contra la Declaración Unilateral de Independencia que debe seguir a las elecciones. Sabe que Cataluña se encuentra en el centro del foco internacional y que toda acción de fuerza contra la legitimidad democrática que le otorguen las urnas será vista como un ejercicio de totalitarismo. Un ejercicio que el mundo democrático toleraría en algunos puntos del planeta, pero que juzgaría inadmisible en el seno de la Unión Europea. Se acercan, por tanto, momentos que no olvidaremos nunca y necesitamos mantener la cabeza fría. España nos querrá llevar al cuadrilátero de boxeo, pero nuestro terreno es el tablero de ajedrez.

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