De amor patrio henchido el corazón

Parece ser, que en la actual coyuntura, tanto la definición de pueblo, como su pertenencia a él, es competencia exclusiva del tribunal supremo. Del español por supuesto.

Y por si no nos habíamos enterado los vascos, hasta hombres tan conspicuos como el “Sandios Sabater”, vienen a iluminarnos con su sabiduría –dogmática, incontrastable-. Europa –pontifica- no acepta aventuras soberanistas…  Y además, hay que terminar ya con privilegios como ese de los conciertos económicos

Y no iba equivocado. Que la misma pretensión abrigaban Espartero y Gamazo…

Y luego, nos venía el ilustre ideólogo de la Rosa Diez y sus muchachos con su cansino rollo, ese de que los nacionalismos –no el español por supuesto- son nefastos…etc

Y es que al Sr. Sabater -como  tantos otros prebostes de la simpar intelectualidad carpetovetónica, es mucho Sabater.  Gran contramaestre de la ética y otras elucubraciones… Y todo eso… ardor guerrero… yo soy español, español y que “la roja” nos redima… Bueno, pues que eso le trae al pairo… De amor patrio henchido el corazón…

Alguien me preguntó si era español y le respondí con toda naturalidad que no, que vasco… ¿Y su pasaporte? –con rostro victorioso-. El que para poder viajar a la patria de vos –era argentino-, y contra mi voluntad de ciudadano, me imponen nuestras demócratas autoridades.

A un servidor, no le cuesta entender lo más mínimo, que un español, incluso con ardor guerrero, ame a su patria. Lo propio nos pasa a muchos navarros y euskaldunes.

¿Quién define los conceptos de pueblo, nación, patria? Uno siempre ha pensado, que  una colectividad ubicada en un entorno geográfico bien definido, con una historia común, con una cultura y lengua propias, ya constituye un pueblo. Si esta entidad construye sus propias instituciones y sus propias leyes, en ese instante ya se esta definiendo como estado soberano.

Evidentemente, si el vecino se empeña en castigar el empleo de mi lengua, si me oculta, tergiversa o prohíbe mi historia etc… Pues eso, el conflicto…

Era en pleno franquismo, cuando un familiar  -¿Quién les inyectaría tanto autoodio-  afeó a mi hijo que hablase en euskera. “¡Eso es pecado y habla en cristiano!” (sic)

Claro que entiendo eso de amor patrio. La diferencia es que me obligan a querer a quien niega mi identidad y todo mi patrimonio cultural. Y para postre, se adueña y dispone de todos nuestros recursos, geológicos, hídricos… en una palabra, económicos…  Y para más Inri, me imponen vivir, en un sistema sociopolítico, corrupto, antisocial etc…

Los amores no se imponen, se eligen… Ser independientes podrá acarrearnos todas las calamidades que los regurgitadores fatalistas del statu quo  nos anuncian. ¡Nos aman tanto que velan nuestros caminos de libertad!

El asunto es bien sencillo. Unos, catalanes o vascos, como hombre libres, elegimos caminar libremente, si la mayoría  así lo desea. Desde un punto de vista humano, democrático, ético ¿hay alguna razón, alguna ley que se oponga a la voluntad de una mayoría ciudadana?

¿La constitución española? ¡Venga, hombre! Las leyes y constituciones están al servicio de la ciudadanía, nunca ésta, al servicio de las leyes.

Máxime, cuando tal constitución de marras, está pervertida desde sus bases fundacionales. ¿Cómo puede ser válida -comentaba el gran pensador Puente Ojeda-, una constitución fabricada sin un proceso constituyente? Una constitución, en la que el ejército se impone como garante del cumplimiento de ciertos artículos? En fin… tela Marcela…